Los motivos que fundamentaron la renuncia de Benedicto XVI se hallan insertos en el escándalo llamado ‘Vatileaks’, cuyos detalles no son del todo conocidos. Aún queda mucho más por decir. He aquí la trama de una historia que deja muy mal parada a la Iglesia de Cristo en la Tierra.    Por Irene Savio   El edificio se llama Torreón de Nicolo V, parece salido de un cuento medieval. En su interior trabajan un puñado de empleados, cuya especialización es la economía. La atmósfera parece sosegada, pero esto sólo es a primera vista. Allí está el Instituto de las Obras de Religión (IOR), comúnmente conocido como el Banco del Papa, porque depende única y exclusivamente de él. La historia que sigue es un epopeya llena de traición, de banqueros intrigantes que aparecen colgados en puentes de países lejanos, mafiosos que se infiltran hasta las más altas esferas, sospechas difíciles de despejar y, por supuesto, de un Banco que usa el nombre de Dios en vano. Italia, desde hace dos años y medio, ha puesto bajo indagación a la compleja telaraña de instituciones económicas de la Santa Sede. Y la sospecha, puesta sobre la fiscalía de Roma, la que investigó el caso, es mayúscula: que este diminuto Estado –de 44 hectáreas y unos 850 residentes– ha violado la ley internacional sobre el blanqueo de dinero. Una prueba de que, detrás de su plácido nombre, el Banco del Papa oculta una pugna por la cual, en su versión moderna, hay que remontarse al menos a casi 90 años. En concreto, a los primeros meses de 1929. Cuando el papa Pío XI se encuentra en secreto con el líder fascista Benito Mussolini. El Santo Pontífice quiere la independencia política y económica de su Estado. El segundo busca ganarse el respaldo de la Iglesia, que ha sido despojada de sus propiedades tras la creación del Reino de Italia en 1870, ofreciendo un reembolso económico. La oferta: 1,750 millones de liras (unos 850.000 euros de hoy), aunque se pague mayoritariamente en bonos y obligaciones del Estado italiano y sólo vaya la mitad en efectivo. Pío XI acepta e incluso va más allá. En 1942, el pontífice crea el IOR, banco que ya tres años después se vuelca en los negocios gracias al dinero recibido de Mussolini. Empezando por el sector inmobiliario, en el que el Vaticano se asoma mediante una sociedad de nombre poco fantasioso: la “Immobiliare”, que es usada para las inversiones en ese sector de la institución. Llegan así los primeros, fructuosos, éxitos. Explica el vaticanista Francesco Peloso: “El banco fue protagonista activo de la desenfrenada urbanización de Italia tras la Segunda Guerra Mundial. Un ejemplo es el hotel Hilton del barrio de Monte Mario. Aunque (el IOR) también es propietario del complejo del Watergate, conocido por el escándalo de Richard Nixon”. El análisis coincide con otras fuentes, que incluso han ido más allá (y nunca fueron desmentidas por el Vaticano) y que apuntan a las propiedades de la Santa Sede en el extranjero. En París, Suiza y en Londres, por ejemplo, donde poseen los locales de Bulgari, la joyería de lujo en New Bond Street y la sede de los inversores Altium Capital, en la esquina de la Plaza de Saint James y Pall Mall, un imperio que, según un informe de 2012 del Consejo de Europa que recientemente ha estado investigado las finanzas del Vaticano, vale 680 millones de euros. Otras organizaciones hablan de un 20% de los inmuebles de Italia en manos de la Iglesia. Y si bien el Vaticano no desmiente, da una verdad a medias. “(Qué bienes posee el Vaticano) se sabe desde hace 80 años”, explicó en enero pasado el portavoz del Vaticano, el jesuita Federico Lombardi. Lo que omite es que no hay información completa, ni mucho menos, sobre los bienes vaticanos, ni en su balance económico que difunde en todos los años antes del verano. Aunque el recuento no concluye ahí y más organizaciones que hacen negocios por cuenta de la Santa Sede. Por ejemplo, en 1967, la Administración del Patrimonio de la Sede Apostólica (ASPA), creada por voluntad del Papa Paulo VI, que también realiza inversiones inmobiliarias y bursátiles y que en 2011 cerró con un déficit de 14,8 millones de euros, según datos oficiales. Y luego la Prefectura de Asuntos Económicos, creada ese mismo año y que tiene funciones de vigilancia y planeación de estrategias. Y, también, otros organismos paralelos como Propaganda Fide, el departamento del Vaticano encargado de las obras misioneras y que, entre otras actividades, controla una amplia cartera de bienes raíces por un valor de 9,000 millones de euros.   La telaraña Así, el IOR es el príncipe de los líos económicos de la Santa Sede. Primero, en los años 80, cuando se produjo el gigantesco escándalo financiero y político, el caso del arzobispo Paul Markincus – entonces jefe del banco–, una serie de intrigas entre la masonería, la Santa Sede, la mafia y banqueros corruptos, acabó con la muerte, en circunstancias oscuras, de dos de sus protagonistas: Roberto Calvi, cuyo cuerpo apareció colgado del puente londinense de Blackfriars en 1982, y Michele Sindona, cuya muerte se debió a una taza de café impregnada de cianuro en 1986. Tras el escándalo, y el propósito de enmienda –además del pago por 171 millones de euros a los acreedores, del exilio del arzobispo y un nuevo equipo de banqueros que debía asegurar una nueva línea–, llegamos a septiembre de 2010. Fue en ese tiempo cuando la citada fiscalía romana ordenó el secuestro de 23 millones de euros relativos a dos transferencias del banco. Para el Vaticano, es el (re) inicio de una pesadilla. Ahora, en la mira están las inversiones del IOR sobre el cual, El Vaticano no da suficiente información. Es entonces que Benedicto XVI –según consignó el diario vaticano l’Osservatore Romano–, endurece las normas vaticanas contra el blanqueo de dinero y crea un organismo de supervisión: la Autoridad de Información Financiera (AIF). Pero, llegados a ese punto, las más increíbles conjeturas ya son una avalancha y los misterios se multiplican. Según Peloso, por ejemplo, el banco posee un patrimonio de 6,300 millones de euros y 20,772 clientes, pero donde hay 4,494 cuentas durmientes, es decir sin usar desde hace cinco años; mientras que 226 figuran como propiedad de cardenales, a pesar de que los purpurados sumen, contando incluso los mayores de 80 años, apenas 209. Otros apuntan a que El Vaticano no facilita datos porque parte de su dinero lo usa para financiar a religiosos y organizaciones en países con los cuales hay una relación intrincada, como China y Cuba. Y en el trasfondo están una serie de asociaciones de nombres medievales; los Caballeros de Colón, por ejemplo, afincados en Estados Unidos con 1,800,000 miembros y cuyo presidente es Carl Anderson, –que también es parte de los asesores del IOR–, los Caballeros financian con cuantiosos y oscuros donativos a la Santa Sede. Este enredo, coincide a su vez con un nuevo caso que explota en 2011, cuando el periodista Gianluigi Nuzzi difunde una serie de cartas con quejas del arzobispo Carlo Maria Viganò, en las que se evidencian problemas en el manejo de las finanzas de la administración central del Vaticano. Nunca se había llegado tan lejos. Éste es el inicio de Vatileaks, el mayor caso de filtraciones de documentos de la Santa Sede que revela más intrigas. En sus misivas, entre otras cosas, Viganò habla de “múltiples y reiterados” casos de corrupción dentro del Vaticano y una dirección de los servicios técnicos “donde las contrataciones se adjudican siempre a las mismas empresas y a precios que doblan los de fuera del Vaticano”. En otra misiva, de 2010 y difundida por el vaticanólogo Benni Lai, el prelado hace referencia a la hipótesis de un regreso del Estado pontificio a la lira para no someterse a las normas y a las inspecciones europeas. Es aquí que el enlace entre los líos del IOR y la administración económica de la Santa Sede se entrelazan. “Está bajo los ojos de todos –escribe el vaticanista Andrea Tornielli– que alguien quiere desacreditar la administración del Estado Vaticano”, cuyo máximo responsable es el secretario de Estado, el cardenal italiano Tarcisio Bertone, un prelado poco amado por su falta de experiencia diplomática. Pero, en verdad, también hay otra dimensión detrás, y ésta es el malestar dentro de la propia curia romana y en sus casi 3,000 empleados, por lo que le ha comportado al Vaticano el ingreso en 2009, a pleno título, en el régimen de la moneda común de la Eurozona: el euro. Es decir, estar bajo la vigilancia de organismos a los que ahora tiene que rendir cuentas: el Fondo Monetario Internacional (FMI), Europol, la UE, el Consejo de Europa y las agencias de las Naciones Unidas (ONU). Todos estos organismos proceden a pedir cifras, explicaciones, datos sobre los manejos del Vaticano a raíz de ese acuerdo. Y es aquí donde entra Italia en escena, país que actúa como garante ante esas peticiones. En marzo de 2012, la ventilación de los líos del Vaticano se hace aún más evidente. El banco estadounidense JP Morgan cierra la cuenta del IOR en Milán por considerarlo un cliente de riesgo. Es el epílogo de una petición del Banco de Italia, la máxima autoridad bancaria del país, que un año antes había solicitado información sobre algunas transacciones sospechosas del Vaticano. En enero de este año, el banco italiano incluso va más allá. Suspende todos los pagos de tarjetas de débito y crédito de cuentas del IOR y el retiro de cajeros automáticos. Pero, en tanto, el Papa Benedicto XVI anunció su renuncia dejando en herencia a su sucesor (el Papa Francisco I), además de la infalibilidad, una última sorpresa: el nuevo presidente del IOR, el alemán Ernst von Freyberg, un miembro de la Orden de Malta que preside una empresa que trabaja en la industria bélica. El daño está hecho. Llegados a Roma para el cónclave que eligió a Francisco I, los cardenales, sobre todo los más alejados de Roma, hicieron públicas sus inquietudes. Algunos creen que el Papa no necesita ningún banco. Lo dice Timothy Dolan, presidente de la Conferencia Episcopal de EU: “Hay que salir del centralismo romano y volver a la unidad en la diversidad”.     RECUADRO El Mall del Vaticano En el interior de la ciudad del Vaticano, aparece todo un entramado comercial. Se trata de pequeños negocios, un supermercado y un pequeño centro comercial, ubicados en el corazón de la casa del Papa.
En esta ciudad comercial se venden los productos importados por el Vaticano o que exportan a otros países: zapatos Camper y camisas Diesel, perfumes de Dolce & Gabbana y Armani, cámaras digitales, televisiones y DVD de última generación, chaquetas Gucci y bolsos Samsonite, son algunos de los productos que se venden en la vieja estación de trenes que ha resucitado en forma de edificio de mármol de tres pisos.
Suecia, Holanda, Reino Unido, Austria, Francia, España, Bélgica, Dinamarca, Polonia, Estonia, Grecia o Irlanda, figuran en la lista de los países de la Unión Europea que tienen, de forma más o menos cuantiosa, relaciones comerciales con la Santa Sede. Aún así es con Italia con la que el Vaticano comercia más, le exonera del pago de los impuestos aduaneros, pero a cambio, controla sus productos en entrada y salida. Así uno se entera de que en 2012 Italia le vendió al Vaticano gasolina y productos minerales y químicos por 46 millones de euros, mientras que lo que más exportó fueron zapatos y prendas por una suma estimada en 258,302 euros.

 

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