Cuando uno relaciona la pobreza de los resultados en los exámenes de matemáticas de educación básica con los altos índices de fracaso en proyectos de emprendimiento, hay focos que se debieran encender. Cuando escuchamos que hay cada vez más personas que le plantan una barrera a los números y se cierran a la posibilidad de esforzarse por entenderlos y vemos el alto nivel de personas que llegan a la edad de jubilarse en una situación de precariedad, debiéramos hacer caso y estar atentos. Cada vez son más alarmantes los niveles de desigualdad y hay quienes pudiendo haber evitado una situación de angustia, no lo hicieron porque no supieron interpretar los avisos que los números les estaban dando.

Es cada vez más frecuente escuchar en aulas universitarias que a la gente no le gustan las materias relacionadas con aritmética, ya no digamos con cálculos matemáticos complejos, como si esta revelación fuera una elegancia. En el mundo del emprendimiento pasa algo similar, muchos emprendedores se arriesgan a iniciar un negocio y con las tendencias que marcan que si hay que fracasar, mejor nos apuramos, se malentiende la urgencia por echar a correr el entusiasmo. Se deja de atender el consejo de los números que nos dicen: no es por ahí, ese camino no es rentable, esa alternativa no es productiva, ese proyecto no va a dar utilidades.

Las cifras son contundentes: según el INEGI, en México el 97% de proyectos de emprendimiento que abrieron sus puertas en enero habrán cerrado para diciembre. El nivel de fracaso es muy alto y, por lo general, le echamos la culta a factores externos. Queremos responsabilizar a las condiciones del mercado, a las variables económicas, al avance tecnológico, a las leyes, a los cambios vertiginosos y en un 90% los negocios fracasan por una mala administración. La mayoría de las veces eso se traduce en que alguien no supo hacer las sumas y las restas adecuadas o no quisieron ver lo que las cuentas revelaban.

Los números son amigos fieles que debemos tener siempre cerca porque siempre dicen la verdad. Pero, tenemos que entender que estos amigos son incómodos. A diferencia de las palabras, los números no son prudentes: dicen lo que es sin tapujos. Con las palabras podemos matizar, tenemos la posibilidad de suavizar una crisis o de exagerar una cualidad; con los números no. Tal vez por eso sea que cuando estamos presentando un plan de negocios, podemos empezar a enamorar a los interesados, pero al llegar a la sección financiera, muchos se desencantan.

Lo peor de todo es que hay quienes no lo entienden y es muy sencillo. Ven complejidad en vez de apreciar la belleza y la utilidad de los números. Al hablar de un proyecto, un producto o un plan, podemos fanfarronear, exagerar, utilizar palabras hechizantes pero la contundencia de los números nos van a revelar la verdad de las cosas. Las palabras sirven de gancho para comunicar un mensaje y los números son el piso sólido en el que se anclan los dichos. He visto muchos planteamientos de negocio que parecen muy adecuados y cuando llegamos a los números, la pertinencia se resquebraja.

Por eso, cuando escucho a las personas decir sin pudor que no les gustan los números, con la misma impudicia yo les digo que les deberían de empezar a gustar. El panegírico que hago de los números es relevante porque sin ellos somos como un marinero que olvidó su sextante y pretende que el barco lo lleve a buen puerto, solo porque la embarcación es bella y poderosa. La solución es fácil y es poderosa: hay que saber por dónde empezar y no dejar todo en manos ajenas. He atestiguado historias de terror muy tristes de gente que confió las cuentas a alguien más y por no saber supervisar, las cosas terminaron mal. Piensen en tantos ejemplos en el ámbito deportivo, artístico o en nuestro entorno personal.

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  1. El primer escalón es saber qué nos dicen los números sobre lo que tenemos, lo que debemos y a quién se lo debemos. Fray Luca Pacioli tenía razón: a todo cargo, corresponde un abono. Todo lo que entra debió salir de algún lado. Debo ser capaz de conocer mis activos y saber cómo se corresponden con mi pasivo y mi capital. Esta información se encuentra en el balance general de una empresa.
  2. El segundo escalón corresponde al entendimiento de cómo es que nuestra idea va a generar utilidades. Es decir, las sumas y restas que tengo que hacer para comprender si mi idea será capaz de tener un resultado ganador o perdedor. Se trata de entender la relación que existe entre mi precio de venta, mis costos, mis gastos y el pago que le deberé hacer al fisco. Esto se revela en el estado de resultados.
  3. El tercer escalón corresponde a la forma en la que entra y sale el dinero de las empresas a lo largo del tiempo. He conocido muchos proyectos que tienen grandes posibilidades de generar utilidades y que revientan porque no se supo interpretar el flujo de efectivo. Este estado financiero nos dice si vamos a tener exceso o insuficiencia de fondos en un periodo determinado.
  4. El cuarto escalón es aquel que muestra las alteraciones sufridas en el patrimonio de los socios y accionistas. Es decir, en las diferentes clasificaciones del capital contable. Necesitamos saber cómo les está yendo a las personas que invirtieron en un proyecto determinado.
  5. El último escalón es uno que generalmente se olvida y son las notas que se hacen a los estados financieros, que son explicaciones que nos dan contexto sobre lo que sucedió y las razones de ciertos resultados.

¿Y tanto número para qué?, es la pregunta que surge de inmediato. Para tomar decisiones informadas. ¿Con esto ya estoy segura de que mi proyecto de emprendimiento, mi plan de negocio o mis decisiones personales serán ganadoras. No, el riesgo es una variable que siempre está presente, pero cuando nosotros sabemos los terrenos que estamos pisando, es más probable que pongamos los pies en tierra firme y no en lugares resbalosos.

Los números nos ayudan a abrir los ojos al presente y al futuro. Nos dan posibilidades de acertar y nos aconsejan para que alcancemos aquello que vamos buscando. También nos previenen, si nuestro anhelo es inalcanzable, nos lo dirán. Claro, hay quienes dicen —y tendrán razón— que la intuición en los negocios, el olfato empresarial, la capacidad de pensar en grande son elementos de éxito. Es verdad, pero, si a todo ello se le agrega la compañía numérica, hay más posibilidades de que los resultados sean mejores.  Esas son las maravillas que se consiguen al amar a los números.

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Blog: Las ventanas de Cecilia Durán Mena

  La autora es consultora, conferencista, capacitadora y catedrática en temas de Alta Dirección. También es escritora.

Las opiniones expresadas son sólo responsabilidad de sus autores y son completamente independientes de la postura y la línea editorial de Forbes México.

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