La química es definida como la ciencia que estudia la composición, estructura y propiedades de la materia; como la ciencia que estudia las sustancias, su estructura, sus propiedades y las reacciones que las transforman; o la disciplina científica involucrada con los elementos y los compuestos conformados por átomos, moléculas y iones. Es considerada la madre de la ecología, la geología, la botánica, la farmacología, e incluso de la ciencia forense.

Etimológicamente proviene de la palabra “alquimia” que en la antigüedad comprendía estudios sobre metalúrgica, filosofía, medicina, astronomía y astrología; pero que la química vino a completar mediante la utilización del método científico. Quien es considerado padre de esta ciencia en su versión moderna, Antoine Lavoisier, es autor de la teoría de la conservación de la materia que indica que, bajo un sistema aislado, la masa total del sistema debe permanecer constante en el tiempo. Ello concluye que la masa no se crea ni se destruye, pero puede transformarse, sobre todo producto de reacciones químicas.

El Premio Nobel de Química fue entregado por primera vez en 1901 y las ganadoras de este reconocimiento en este 2020 fueron anunciadas el pasado 7 de octubre: la estadounidense Jennifer Doudna y la francesa Emmanuelle Charpentier, por su trabajo sobre edición genética (DNA), es decir, la capacidad de reescribir o editar el código de la vida a través de un método particular de un sistema inmunológico adaptable.

Desde que sus estudios sobre este tema iniciaron en 2012, se han realizado numerosas pruebas para cambiar la información genética que permita curar desórdenes genéticos, generar biomedicinas, crear nuevos cultivos, y no se descarta la posibilidad de poder recrear especies animales y vegetales extintas en el futuro.

El trabajo desarrollado por estas científicas ha aportado y seguirá aportando de manera significativa a una transformación en los experimentos genéticos, dando soluciones médicas para pacientes y opciones para mejorar la alimentación mundial. Las receptoras de este premio esperan en el futuro poder alterar la información genética no solo de las células, si no poder también alterar genes individuales pars curar enfermedades.

Y así el destino: justo ese mismo día, el 7 de octubre, supimos la triste noticia del fallecimiento del gran Mario Molina, Ingeniero Químico egresado de la UNAM, ganador también del Premio Nobel de Química, junto con otros dos científicos, Crutzen y Sherwood en 1995 por sus aportaciones para conocer las razones detrás de la existencia del agujero de ozono antártico, que es una zona de la atmósfera que presenta reducciones anormales de la capa de ozono provocadas por gases de cloro, bromo y dióxido de carbono, principalmente.

El no contar con esa protección de la capa de ozono provoca a los humanos cáncer de piel, quemaduras y cataratas, pero también causa otros graves daños a nuestro ecosistema. Previo a ganar el Nobel, los estudios del Dr. Molina ya habían servido para un propósito concreto que es ejemplo de la cooperación internacional: El Protocolo de Montreal (1987) que es parte del Convenio de Viena para la Protección de la Capa de Ozono (1985) donde ha habido un acuerdo históricamente numeroso entre países para reducir la producción y el consumo de los clorofluorocarbonos (o CFCs) que son gases empleados sobre todo en la industria de la refrigeración y de los aerosoles que permanecen hasta 200 años en la atmósfera.

El 7 de octubre de 2020 fue un día de claroscuros para la Química del mundo: en paz descanse Mario Molina, mexicano universal, orgullo universitario, promotor del conocimiento y de la cooperación internacional contra el cambio climático.

Felicidades a las científicas que hacen historia ganando por primera vez dos mujeres juntas el Nobel en esta disciplina tan determinante para la vida, la evolución, el desarrollo, el bienestar, la prosperidad y sobre todo la salud, justo cuando más la valoramos como humanidad.

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