El informe presentado por el presidente López Obrador fue el reflejo de un país sin rumbo, sin proyecto, sin seguridad, carente de certidumbre y con un liderazgo sobrado de arrogancia, y desinterés por la realidad de los ciudadanos (de todos los ciudadanos).

Con una total falta de empatía se anunció que el empleo, la inversión y la honestidad serán los ejes sobre los que se pretende llevar la ruta de la recuperación económica, y como quien anuncia en tiempo de bonanza el placer del gasto se enfatizó el presupuesto adicional al sector energético, a sus macro proyectos y a los programas sociales.

El presidente que durante dieciocho años hizo campaña, demostró una vez más que será un eterno candidato, pero jamás un hombre de estado.

Con su demagógico estilo, el discurso lo retrató de cuerpo completo. Indoloro y ajeno. Con cifras vacías y un discurso repleto de palabras huecas, el presidente prefirió mostrar aquello que desde su visión son las lecciones históricas que ha aprendido de Franklin Delano Roosevelt, Simón Bolivar y Benito Juárez. Todas ellas encontradas y carentes de contexto.

El mensaje basado en la lucha contra la corrupción y la austeridad ha perdido total valor y sentido, ahora más que nunca. En momentos como este, bien hubiera caído la noticia del recorte presupuestal a proyectos que hoy parecen absurdos y faltos de sentido.

Parece que la voluntad política no alcanza para recomponer el rumbo ante el inevitable embate económico.

No se esperaba el anuncio de un plan de recuperación económico para rescatar a la iniciativa privada, se esperaba el anuncio de una estrategia clara y precisa para el rescate a millones de empleos, para millones de mexicanos productivos que son quienes verdaderamente mueven a México. A cambio, resonó un mensaje etéreo, impreciso y vago.

No es momento para ser ajeno a las circunstancias propias y mucho menos externas. Los ajustes geopolíticos que se avecinan requieren una redirección de la dinámica nacional que nos permitan adaptarnos eficientemente a las nuevas circunstancias de la política y dinámica económica mundial.

En la era del poscapitalismo, será fundamental la visión global y de futuro. Las medidas cortoplacistas solamente lograrán aislar al país durante la formación de nuevas alianzas económicas y bloques de poder.

La reconstrucción de la dinámica económica mundial no será sencilla, y para un país cuyo presidente decide apostarle a un proceso energético obsoleto e inestable, la incursión en los nuevos flujos financieros, comerciales y económicos será prácticamente imposible.

En tiempos como los que nos ha tocado vivir, la sociedad civil necesita tomar un nuevo rol, más proactivo y participativo, buscando el resurgimiento de una verdadera oposición que logre tocar las fibras sensibles de quienes parecen indoloros ante la hecatombe que se avecina.

El agotado y desgastado gobierno actual, que aspiró alguna vez a una transformación nacional, pierde cada vez más el contacto con las realidades locales, regionales y globales y ese, es su más grande desacierto.

 

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