El ejercicio de autoridad es un laberinto que se complica en el momento en que el líder se tropieza con su ego. Hablemos de liderazgos fallidos.     Todos conocemos ejemplos de proyectos excelentes, con productos prometedores, con grupos de trabajo integrados por gente talentosa que terminan en un fiasco. ¿Qué pasó aquí si todo parecía ir viento en popa? La mayoría de las veces la respuesta recae en aquel que lleva el timón del barco. Si no se ejerce un liderazgo efectivo, aunque se tengan los mejores elementos para conformar el éxito se puede fracasar. Un mal líder no es solamente el que pide las cosas a gritos, vocifera si los resultados no se dan y golpea en el escritorio; también lo es aquel que pide todo por favor, que sonríe y quiere ser el amigo de todos. Tan malo es sustentar el liderazgo sobre las bases del miedo, como tratar de ser mister amigo. Es verdad que el liderazgo se ejerce dependiendo de las características personales de cada individuo; sin embargo, es necesario tener un conjunto de habilidades que lleven a influir en un grupo de personas para trabajar en el logro de objetivos y metas. Un líder debe dar resultados. Para ello, el liderazgo entraña una distribución desigual de poder: los integrantes de un grupo llevan a cabo actividades, idealmente podrán dar su opinión, aportar ideas, pero, por regla general, el líder tiene la última palabra. Los líderes fallidos no saben manejar los canales de autoridad, se encandilan con el ejercicio del poder y hacen mal uso de la jerarquía. Es curioso, los líderes fallidos se pueden clasificar en dos grupos claramente antagónicos; se sitúan en los extremos de una recta. En el primer extremo se encuentran los que tienen una especie de pudor malentendido, tratan de suavizar las líneas jerárquicas y en un afán de generar armonía sueltan el timón y ponen en peligro al barco y a su tripulación. Dejan a la deriva planes que por falta de liderazgo se convierten en proyectos malogrados. En el otro extremo están los que rigidizan tanto los niveles jerárquicos que se distancian de su equipo de trabajo a base de gritos, arbitrariedades y exigencias absurdas que se desconectan de la realidad y se encaminan al precipicio sin escuchar las advertencias. En ambos casos falta liderazgo. El ejercicio de autoridad es un laberinto que se complica en el momento en que el líder se tropieza con su ego. Las relaciones de un jefe con sus subordinados deben mantenerse en el ámbito de lo profesional, con independencia de otros vínculos que unan a las personas. El líder debe tener en cuenta un sinnúmero de variables con las que debe trabajar para conseguir objetivos, pero jamás debe perder de vista la meta. Es decir, si el equipo está desmotivado, debe encontrar una forma para vigorizarlo a fin de conseguir los resultados planteados; cada líder elige cómo hacerlo según sus capacidades. Un líder efectivo frente a la eventualidad del desánimo o del cansancio propondrá una tarde libre, midiendo los alcances y logrando el compromiso de llegar a la meta en tiempo y forma. Un líder fallido con tendencias autocráticas se hará el desentendido y terminará reventando a su equipo. Por su parte, un líder fallido de corte amigable no sólo dará una tarde libre; concederá permisos a diestra y siniestra, se irá con ellos, organizará una fiesta, otorgará bonos, sin evaluar las posibles repercusiones. Por desgracia, los liderazgos fallidos son comunes. Se dan, generalmente, cuando el líder no ha sido preparado adecuadamente para asumir sus nuevas responsabilidades. Es frecuente ver estos fallos en transiciones mal planeadas, en cambios de estafeta que se dieron de forma improvisada o cuando la persona que ocupará un puesto de jerarquía lo hace por una decisión superior y no por méritos propios. El nuevo jefe llega a un ambiente hostil y como mecanismo de defensa trata de ganarse el respeto a punta de gritos o siendo tan buena gente para echarse a todo el mundo a la bolsa. Malas noticias: esas estrategias no sirven. Para ganar respeto hay que tomar el timón, fijar rumbo y actuar en consecuencia. Un buen líder saca lo mejor de su equipo de trabajo para dar resultados. Por años hemos visto directores generales que endurecen los canales de comunicación, toman decisiones y giran instrucciones desde un pedestal de autoridad sin bajar a nivel de piso para entender la problemática. Su gente se convierte en un elemento de complacencia que desea agradar al líder, sin tomar en cuenta objetivos, tiempos, presupuestos, y esa estrategia, por lo general, aleja los proyectos de su destino deseado. Asimismo hemos visto directores que reblandecen tanto las líneas jerárquicas hasta convertirlas en estructuras endebles. Eso sucede especialmente cuando un amigo invita a otro a colaborar en su equipo, cuando un hermano llega a integrarse a la empresa, cuando la familia trabaja junta. El líder fallido confunde el escenario y el papel que debe representar, todo se desordena y no hay proyecto por bondadoso que se perciba, o producto por bueno que sea, que aguante una pérdida de rumbo. El liderazgo efectivo maneja adecuadamente la relación de influencia que ocurre entre los líderes y sus seguidores fijando siempre la vista en la forma en que se pretende lograr resultados reales, contantes y sonantes, que reflejen los propósitos que comparten. Un líder serio compartirá la visión y misión de lo que se quiere hacer y conseguirá enganchar en el proyecto a su gente, logrando que sus anhelos sean los mismos de su equipo de trabajo, de forma tal que todos vean en una misma dirección, y si alguien se desvía, el líder lo regresa al carril. Los seguidores de líderes fallidos, sin importar si son autocráticos o mister amigo, terminan frustrados, hartos de intentar y no lograr, enfadados de ver que sus esfuerzos no rinden fruto. Los liderazgos fallidos generan islas inconexas, ya sea por miedo o por desgaste. Siendo extremadamente duro o laxo se logra lo mismo: apagar el entusiasmo y la motivación de un equipo. Esto sucede por una simple y sencilla razón: los líderes fallidos no dan resultados.     Contacto: Correo: [email protected] Twitter: @cecyduranmena Blog: Las ventanas de Cecilia Durán Mena     Las opiniones expresadas son sólo responsabilidad de sus autores y son completamente independientes de la postura y la línea editorial de Forbes México.

 

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