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Desde la antigüedad, el ser humano ha convivido con las epidemias, baste recordar las pestes de Atenas y el Imperio Romano —antes de nuestra era—, así como la Peste Negra y más recientemente, la pandemia de 1918 y el influenzavirus AH1N1. A lo largo del tiempo, medidas como la cuarentena y la higiene fueron adoptándose por su efectividad. Y… también pusieron a prueba los liderazgos de su época.

En los últimos años, la caída de la estima sobre los líderes, acentuada por la transformación del poder, el menor crecimiento económico, la crisis de confianza en todas direcciones y el aumento de las expectativas de las clases medias, llevó a la política de la posverdad, donde personas carismáticas apelan a las emociones y a las creencias personales, sin abundar en caminos concretos para cambiar las cosas.

Antes de la posverdad, tampoco estábamos tan bien. En 2001, Jim Collins publicó el libro “Good to Great”, a partir de sus entrevistas a los CEOs y líderes más famosos y poderosos del mundo. Ahí proponía 5 niveles de liderazgo, dependiendo de las características y las capacidades de la persona.

El modelo se convirtió rápidamente en un estándar aspiracional, pues enunciaba las características del Líder Nivel 5: humildad, voluntad, resolución feroz y la tendencia a dar crédito a los otros mientras uno mismo asume la culpa. Sin embargo, pocos advirtieron que, de más de 1,400 líderes analizados, apenas 12 (menos del 1%) cumplieron con dichas características.

Liderazgo en Tiempos del Coronavirus

Si bien ha habido una oleada de líderes de la posverdad, también se han enfrentado a los cambios del poder descritos por Moisés Naím: “es más fácil de obtener, más difícil de usar y más fácil de perder.” A continuación se presentan situaciones cuestionables que han sucedido con al menos dos mandatarios desde que se desató el COVID-19:

Apostarle a la retórica sin el sustento de políticas públicas y su impacto con la realidad. Esto es amplificado por continuar la comunicación de campaña: mítines, discursos, tuits… es su naturaleza.

Concentración en los mensajes para sus bases y no para toda la población.

Prisa por culpar a otros o justificarse, y felicitarse sin auto crítica por el bien actuar de la administración.

Esperar demasiado tiempo para tomar decisiones, además de que se niegan a dar malas noticias.

Lanzar mensajes continuos de que el asunto no tiene gran importancia, para después pasarse al otro extremo sobre la gravedad del asunto.

Tener poco interés en los detalles y desdeñar el uso de la técnica.

Decir que se apoya la política de los especialistas, para luego no implementar las recomendaciones, derivando en confusión de la población.

Tendencia a ser el mensaje monopólico del gobierno con micromanagement sobre los temas, y desaparecer en momentos donde la población busca respuestas.

Previa desaparación de departamentos especializados, principalmente porque “no se usan”.

Partidización de las contingencias, siguiendo el juego de la oposición mezquina, en lugar de buscar la unidad. Por esto mismo y por el federalismo descoordinado, acciones divergentes, donde cada nivel gubernamental hace lo que quiere.

No muestran empatía, ni ante casos que conmoverían a casi cualquiera.

Ni en la situación de emergencia, ni anterior a ella, hacer un esfuerzo por aprender de las reglas del poder ejecutivo que, aunque complejas y enredosas, brindan poderes, alternativas y flexibilidad a los mandatarios que saben usarlas. Así, los mandatarios no dominan la estructura gubernamental ni sus reglas de operación.

Lo anterior tiene varias implicaciones:

Los fenómenos no se alcanzan a atajar en una fase de inoculación, por lo que las acciones se toman cuando el fenómeno creció exponencialmente y ya es mucho más costoso.

Cuando las cosas salgan mal, no se va a culpar a los mandos medios ni a los especialistas, sino a los mismos mandatarios, que a su vez culparán a otros.

La política “primero yo” merma la confianza entre las partes, dañando la cooperación y el multilateralismo.

Los mensajes contradictorios confunden a las personas, cuando la buena y oportuna información es mejor arma que el mismo aislamiento.

Erosión de la confianza de los ciudadanos en sus gobiernos, y hasta en ‘el otro’.

Muchos se preguntan quién gana con la crisis del COVID-19, pero la resultante general es que el mundo está perdiendo, y mucho. Una pérdida sí es ocasionada por el virus… pero otra ha sido amplificada por los líderes. Ahora, no todo está perdido, pues aún queda mucho por escribir de esta historia.

Este texto no pretende realizar una apología de la globalización o de otros estilos de liderazgo, finalmente hay una muy baja probabilidad de encontrar líderes ideales. Pero sí es una reflexión para ejercer el pensamiento crítico y una petición para que los líderes estén a la altura. La atención a esta emergencia ocasionará que el Estado sea más fuerte que en la era pre coronavirus, pudiendo cambiar el contrato social, y habrá que cuidar ese proceso.

Pero ningún líder podrá solo con la epidemia: necesitará cooperación, lo mismo de sus gobernados, de los profesionales de la salud, de otros líderes locales e internacionales… Y sus resultados definirán si los votantes estarán dispuestos a refrendar su apoyo a su movimiento o cambiarlo por otra opción… y también cómo lo juzgarán los libros de historia.

 

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