A pesar de los esfuerzos discursivos que insisten en presentar una realidad fantástica en la que no hay cabida para la crisis, ni la derrota y mucho menos el fracaso, el 36% de los mexicanos desaprueba la gestión del gobierno encabezado por Andrés Manuel López Obrador.

Mientras el aparato propagandístico echa mano de los recursos desgastados de acusación, anclaje en el pasado, la muletilla de la corrupción y el intento por “rescatar a los pobres”, el pulso social indica un desinterés general por seguir de cerca las mañaneras, los discursos constantes y los mayúsculos desatinos presidenciales.

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Es claro que, aunque se esfuercen en resaltar el apoyo de la ciudadanía a un proyecto fallido, la realidad es que la actual situación del Estado mexicano es de total carencia de gobernanza. No hay equilibrio alguno entre el Estado, la sociedad civil y el mercado; porque todo es el Estado (o más bien, todo es el Ejecutivo).

Cuando el presidente López Obrador insiste en destacar cuán satisfecho está con su gestión, la opinión pública nacional e internacional refleja una visión muy diferente.  La falta de logros, los programas ineficientes, la recesión económica y el pésimo manejo de la emergencia sanitaria son resultado evidente de la carencia de experiencia para gobernar y para desarrollar políticas públicas.

Los spots que inundan los medios con cifras inventadas y programas maquillados son sólo el reflejo de la imperante necesidad que tiene el gobierno mexicano de hacer creer a la población que se están viviendo tiempos complejos con el mejor gobierno.

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Lo que no se dirá ni en los spots ni en el informe, es que México vive una terrible realidad. Esa que se vive día a día con las filas de desempleados creciendo desmedidamente, las micro y pequeñas empresas destinadas a sucumbir ante un escenario económico catastrófico, con las cifras de contagios por Covid-19 con una constante alza, con un creciente rezago educativo y con una disparidad cada vez mayor con la que no parece verse el fin de la pobreza.

Con la vista puesta en la corrupción, el bienestar y el manejo de la pandemia, AMLO piensa llegar a su 2º informe de gobierno para hacer historia, y lo logrará. Con un desempeño macroeconómico en rojo, que refleja la falta de política económica, con una política exterior deficiente y carente de sentido y propósito, con una inexistente agenda de gobierno, la historia que ha hecho el actual gobierno mexicano es compleja, rebuscada e incongruente.

Sin nada qué celebrar, nada qué reportar y nada qué comentar, López Obrador llegará a un acto más de proselitismo y propaganda política. Su informe, seguramente será uno de muchos escenarios que veremos en los próximos meses y que no tienen como objetivo la rendición de cuentas sino el clientelismo y su tradicional populismo.

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Lo que no nos dirá el presidente el 1 de septiembre es que a México le tomará por lo menos veinte años recuperarse del embate económico actual, que nuestras instituciones están más débiles que nunca y que la verdadera razón por la cual no se resuelve la pobreza es porque su normalización conlleva la perpetuación en el poder de un gobierno populista que quiere una máquina generadora de desigualdad, porque ahí, en la pobreza, los intereses mezquinos encuentran el ancla que necesitan para gobernar.

Tampoco reconocerá la falta de rumbo, la equivocada política de salud pública y de manejo de la emergencia sanitaria, así como tampoco hablará de la fallida estrategia migratoria, ni de la endeble política educativa.

El 2º informe de gobierno ya pasó a la historia como el que se dará en medio de las condiciones más adversas, esas a las que jamás pensamos que íbamos a llegar.

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