La nueva película de Quentin Tarantino parece no buscar crear una figura con la que el público sienta empatía, la obra es más grande que los personajes.   La ilusión ha sido una constante en el cine de Quentin Tarantino, su interés no está en ofrecer realismo, al contrario, busca una salida a deseos violentos o fantasías que sólo podrían tener vida en una pantalla de cine. Su más reciente trabajo, Los 8 más odiados (The Hateful Eight, 2015), no es la excepción. Aquí, aunque de manera bastante rebajada, se encuentran las ideas del realizador sobre el estatus político actual de su país. Para él, todos son una violenta bola de mentirosos. Varios desconocidos (dos cazarrecompensas, una prisionera, un verdugo, un vaquero, un sheriff, un general confederado y un mexicano) son forzados a convivir un fin de semana en una cabaña a mitad del camino en las montañas, una tormenta de nieve azota la zona y es imposible avanzar en cualquier sentido. Las fricciones, como se hace notar desde las primeras escenas, están a flor de piel, sobre todo porque unos cuantos todavía sienten cercana la facción con la que lucharon en la recién terminada Guerra Civil. Es en ese reducido espacio donde Tarantino desarrollará su ya tradicional juego de verborrea cargada de estilo y citas de la cinefilia más clavada (de Sergio Corbucci, a John Ford, a Carpenter y de regreso). A diferencia de otros trabajos del director, en esta ocasión no parece interesado en crear figuras de empatía para el público, todos y cada uno de los personajes tienen un lado despreciable que impera sobre el resto de su diseño. Como John ‘El Estrangulador’ Ruth (un bigotudo Kurt Russell) golpeando a su prisionera desde el primer fotograma, además de ganarse su apodo porque prefiere ver ahorcadas a sus víctimas. Ni el Mayor Marquis Warren (Samuel L. Jackson) que podría lucir como el antihéroe de aliento más tarantiniano se salva, logra simpatía de los vaqueros blancos con un engaño. El último ciclo de películas firmadas por Tarantino propone una revisión histórica (si bien antes, aunque no de manera intencional, podríamos englobar Jackie Brown, Kill Bill y Death Proof como una tercía enfocada a lo heroínas femeninas), empezando con Bastardos sin gloria (Inglourious Basterds, 2009) y después con Django sin cadenas (Django Unchained, 2012), donde da salida a fantasías de venganza (una para la comunidad judía y otra para la afroamericana). En Los 8 más odiados no parece estar interesada en resarcir esas cicatrices sino en captar la forma en que Tarantino ve su país, quizá no es el hombre más elocuente para decirlo, ni el más profundo, no obstante, nada en sus proyectos previos indique que quiera serlo. Es como un adolescente intempestivo y no hay nada de malo en ello, más emocional que cerebral en su ejecución. Los Estados Unidos retratados en este microcosmos no marcan diferencia de razas, origen político, sexo o religión, todos están buscando su beneficio y la única ley a la que responden es la del dinero. Por eso Quentin nunca se preocupa en decirnos cuáles son los terribles crímenes de Daisy Domergue (Jennifer Jason Leigh) y de la pandilla de su hermano. Es irrelevante en esta tierra donde el engaño y la plata son las únicas formas de sobrevivir. ¡Órale, cabrón! Contacto: Twitter: @pazespa Tumblr: pazespa Página web: Butacaancha.com Las opiniones expresadas son sólo responsabilidad de sus autores y son completamente independientes de la postura y la línea editorial de Forbes México.

 

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