Julián LeBarón se fue de México por un tiempo. Las autoridades, de cada uno de los niveles de gobierno, resultaron incapaces de protegerlo. Ese es el drama mayor que se vive en comunidades asoladas por la violencia. La familia LeBarón ha señalado, en repetidas ocasiones, que las policías, y en particular las municipales, trabajan para el narcotráfico. Por ello, lo que detonó el viaje del activista a Estados Unidos, provino de un desencuentro con oficiales destacamentados en Casas Grandes, Chihuahua, a quienes se les solicitó información sobre disparos y explosiones de granadas, y respondieron negando los hechos. Después de esto, LeBarón recibió información de que miembros de La Línea, uno de los brazos más letales del Cártel de Juárez, le habían puesto precio a su cabeza. Desde 2009, cuando Benjamín LeBarón murió asesinado, la familia ha padecido toda clase de agobios, producto de su oposición y enfrentamiento con las bandas del crimen organizado que controlan la producción y trasiego de drogas en Chihuahua y Sonora, primordialmente. El año pasado, en uno de los hechos más atroces de un tiempo atroz, nueve integrantes de los LeBarón perecieron, por arma de fuego, en un ataque en un camino rural en Sonora. Eran siete niños y tres mujeres. Hasta donde se sabe, los autores de la masacre podrían ser integrantes de La Línea. En primeras horas se pensó que los sicarios habrían confundido a los viajeros con integrantes de una banda rival,  pero esto se ha ido debilitando y parece factible que se haya tratado de un ataque directo, lo que todavía hace más espeluznante la historia. Lo que también se está esfumando, es la esperanza de que en el corto plazo vuelva la tranquilidad a la zona y que los LeBarón puedan vivir en paz. Inclusive las indagatorias del FBI, en coordinación con las autoridades mexicanas, no han servido para disuadir a los sicarios, más allá de algunas detenciones, de la situación es otra y de que no pueden seguir haciendo lo que les venga en gana. Por el contrario, los grupos criminales al parecer aprovechan la ausencia de estrategias claras y continúan posicionándose, a costa de la ciudadanía, la que tienen que soportar las extorsiones y las amenazas. Es por ello que se deberían replantear prioridades y establecer como un eje de la construcción de la paz, la protección de los LeBarón, para que puedan continuar alzando la voz y solidarizándose con otras víctimas de la violencia. De esto depende, después de todo, no solo que retorne la tranquilidad, sino que se restablezca la maltrecha esperanza y se termine con el miedo en Chihuahua, Sonora y sus alrededores.  

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