- Carecen de objetividad. Son opiniones que se emiten y no hechos sustentados. No existe forma de medirlos y, por lo mismo, tampoco hay manera de evaluarlos.
- Omnipresencia del pasado. Existe una imagen espontánea que hace referencia al pasado en forma visceral. No hace referencia a las variables presentes y busca destellos de experiencias anteriores como justificación.
- Anticipación del futuro como consecuencia del pasado. Tendemos a dibujar una línea continua entre lo que sucedió y lo que sucederá, como si se tratara de un mandato poderoso que no se pudiera modificar.
Sí, los prejuicios frenan tu negocio
Los prejuicios corporativos amarran las manos, acaban con las iniciativas y apagan la innovación. Por eso te doy 3 pistas para que los detectes y evites.
Hace algunos años, sentada en el salón de clases, escuché una de las frases que más me han ayudado en la vida profesional: de nada sirve juzgar, hay que observar. El profesor, un peruano afincado en la ciudad de Washington hacía muchos años, un hombre sereno y muy inteligente, nos daba el siguiente ejemplo: una compañía que vende café pone la siguiente advertencia: el café caliente está caliente. La primera reacción fue juzgar el aviso como una tontería. Todos los alumnos coincidíamos en esa conclusión y el maestro sonreía. ¿Qué les dije? La advertencia había prevenido una serie de demandas de clientes que hubieran costado millones de dólares a la compañía. La competencia había desembolsado grandes cantidades de dinero por resoluciones del tribunal a favor de las personas que se habían quemado la boca. Algo tonto deja de parecerlo cuando tiene una unidad de medida que la acompaña, especialmente si se trata de una unidad monetaria.
Los prejuicios son el gran freno del mundo corporativo. Son estas opiniones que se forman inmotivadamente, de antemano y sin el conocimiento necesario. Son, asimismo, la causa de grandes tropiezos empresariales. Lo curioso es que a pesar de que mucha gente cree tener la mente abierta, nos siguen sorprendiendo ciertos convencionalismos que rayan en la obcecación, ciertos escrúpulos que más bien parecen tabús. Funcionan en forma casi automática, imperceptible. Estas conductas irrumpen en el escenario de nuestra mente en forma autónoma y parece que se mandan solas. Si no tenemos cuidado, nos pueden llevar a cometer errores garrafales, costosos y en ocasiones fatales.
Los prejuicios corporativos son peligrosos porque generalmente van revueltos con un poco de verdad. Sin embargo, el porcentaje de realidad que tienen es muy pequeño pero tan poderoso que ejerce una influencia que nos motiva a creer en algo que no es tan cierto. Interpretamos a partir de sustentos inciertos. Martin Heidegger hablaba de que el sentido supone aquello sobre el fondo de lo cual se dan las circunstancias. Es decir, hay un aspecto estructural que condiciona la forma en que desciframos la realidad: los antecedentes.
A partir de experiencias pasadas, propias o ajenas, preconcebimos una opinión que se filtra sin pasar por el tamiz del análisis. En esta condición, el prejuicio es una forma de comprender. El problema se presenta cuando el prejuicio se concreta y entonces origina una limitación de cara al futuro. Incluso en el actuar presente.
Los prejuicios en el campo de trabajo son opiniones que no se distinguen de los hechos. Son esos impulsos que nos llevan a actuar más por preferencias que por razones. Así, empezamos a clasificar en forma irracional las declaraciones, discreciones, preferencias, expectativas que impulsan una toma de decisiones arriesgada. A veces, equivocada.
Los prejuicios corporativos tienen características que nos pueden ayudar a detectarlos para evitarlos: