“Incluso en la reproducción mejor acabada falta algo: el aquí y ahora de la obra de arte, su existencia irrepetible en el lugar en que se encuentra”.

Walter Benjamin

  Vivimos en la época de la reproducción. Sumergidos en la producción en masa de objetos, imágenes, estilos de vida e ideas. Aquél  aura del que nos habla Walter Benjamin en su libro “La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica”,  puede ser reinterpretado en nuestra época como un aura en constante transformación que ha adquirido cualidades múltiples. Si nos apegamos al concepto de aura de Benjamin, nos damos cuenta que quizás sí ha desparecido, pues las obras de arte se nos presentan de forma distinta a su concepción original, en tiempo y espacio.  La música nunca será interpretada de la misma manera aunque exista una partitura, al igual que una obra de teatro, un libro jamás será aprehendido igual por cada lector, una pintura se mostrará ante el espectador dentro de diálogos curatoriales y distintos espacios. Existen tantos factores que rodean al arte que nos van alejando del original. Sin embargo, la originalidad de la obra de arte seguirá existiendo, así sea destruida o desaparezca dejando sólo el archivo como recurso, mas no la obra. El simple hecho de su creación permanecerá intacto y gracias a la posibilidad de su reproducción,  continuará cumpliendo con su ciclo de existencia. La reproducción además de brindarle un carácter múltiple; educativo, lucrativo, lúdico, estético, de objeto de colección, etc. nos da también la oportunidad, en nuestra imposibilidad para acceder a la obra de arte original ya sea por tiempos, distancia, especialmente dinero, a conocerla y hacerla parte de nuestra vida diaria. La misma reproducción se verá entonces permeada por ciertos criterios de valoración dados por las mismas condiciones del mercado. Buscamos en ella calidad, precio, originalidad. El otro valor, el personal sentimental le es dado por cada individuo. Es ahí donde el aura se transforma y dependerá de quien se la brinde al objeto. A mi parecer el aura radica en quien contempla el arte, sea en original o en reproducción. Se puede estar lejos del objeto pero el aura permanece en nosotros. Por supuesto que hay banalización en todo esto, la obra de arte al reproducirse tantas veces se convierte en un objeto cualquiera de consumo. Actualmente tenemos tanto de todo, tantas opciones para todo que de alguna manera nos hemos cegado ante lo verdaderamente importante de los objetos. De cualquier forma, ¿quién le da el sentido al arte y a los objetos? ¿Acaso no somos nosotros mismos? Por qué ser tan drásticos en nuestra postura y virarnos en contra la reproducción, cuando somos parte de ella al comprar un poster, una postal, la camiseta del concierto, un libro con imágenes de obras de arte. ¿Deberíamos sentirnos culpables por eso? ¿Por querer llevarnos un pedazo de lo que la obra significa para nosotros, por querer recordar aquellos que nos hace sentir?. ¿No sería pecar de puristas del arte?

 

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