Por Mónica Cordero y Uriel Naum Su rol como mandatario de Costa Rica no ha disminuido las habilidades analíticas que como politólogo e historiador le dieron reconocimiento a Luis Guillermo Solís aún antes de contender en las pasadas elecciones presidenciales. Desde su despacho en la ciudad de Zapote, San José, donde sobresalen libros y artesanías que otros mandatarios y diplomáticos le han hecho llegar, Luis Guillermo responde con una ‘ráfaga’ de cifras y hechos cuando se le pregunta sobre sus logros y la manera en que enfrenta la crítica constante de grupos políticos tradicionales, a los que casi de manera inesperada ganó en el año 2014, cuando terminó con el sistema bipartidista predominante. Su colección de “bichos” (figuritas de animales) se mezcla con una fotografía de José Figueres Ferrer —padre de las principales reformas estructuras de la segunda mitad del siglo pasado— que lo observa con una picara mirada cuando se sienta en su escritorio, y otra de John F. Kennedy comiendo un helado. Ambas le recuerdan, dice, que la vida no se debe tomar tan en serio. Sobre una mesa larga de madera, con la emoción que se refleja en la veloz forma de desplegar dos mapas del siglo xvi, Luis Guillermo Solís muestra la forma en que se dividían los cantones de Costa Rica y la división política que predominaba en ese momento en Centroamérica. Él se considera a sí mismo un integracionista y un impulsor de la necesidad de establecer alianzas regionales que permitan a los países latinoamericanos avanzar en bloque y no de manera aislada hacia el desarrollo. Uno de esos bloques importantes es el formado en 2011 por Colombia, Chile, Perú y México, conocido como la Alianza del Pacífico, un mercado de 217 millones de personas que desde años atrás forma parte de la agenda de comercio exterior de Costa Rica, ante su posible adhesión a él. Sobre la Alianza del Pacífico, Luis Guillermo Solís considera que si la Asamblea Legislativa no aprueba una reforma tributaria, se carecerá de los recursos para adaptarse a las condiciones que exige la iniciativa de integración regional que une a Chile, Colombia, México y Perú, países que en mayo de 2016 liberalizaron 92% de los productos que comercializan entre ellos. Y es que para el mandatario, Costa Rica necesita primero estabilizar las finanzas públicas porque una deuda estimada de 46% (25,000 mdd) del producto interno bruto (PIB) al finalizar 2016 les impedirá invertir en infraestructura, conectividad, capacitación e innovación, aspectos que impactan en la competitividad del país y que requieren ser impulsados para estar en condiciones similares a las de los países de la Alianza del Pacífico. Desde su despacho, Luis Guillermo Solís conversó con Forbes sobre este tema, la integración centroamericana, la situación económica del país y las razones por las cuales su popularidad ha bajado luego de llegar al poder con un abrumante apoyo de 1.3 millones de votos (más de la mitad de los electores). También puedes leer: Costa Rica y Puerto Rico quieren conquistar el sector aeroespacial ― Las variables macroeconómicas se muestran saludables. Existe una tasa de crecimiento por encima de 5%, una inflación históricamente baja y un tipo de cambio relativamente estable. Entonces, ¿por qué el sector empresarial le da una calificación de 5 (en escala de 1 a 10) y 6 de cada 10 ciudadanos desaprueban su labor, según las encuestas de percepción de la Unión de Cámaras y la Universidad de Costa Rica? ― Una primera aproximación podría ser una autocrítica: no lo hemos dicho con suficiente claridad y volumen. No hemos logrado comunicarlo bien (lo realizado). ¿Qué significa para el común de los costarricense que no haya inflación? Uno podría decir que no hay crecimiento en los precios o que hubo una rebaja. Eso es mentira y usted no puede convencer a alguien de eso. Otro aspecto es que hemos tenido a los medios de comunicación en contra, enfrentados con el gobierno casi desde el inicio de la gestión. Frente a eso, hay que seguir haciendo lo que se está haciendo y no ceder ante algunas sugerencias que pudieron cambiar las cosas. Le digo una: el tipo de cambio. Hemos soportado presiones importantes del sector exportador —y seguimos soportándolas— para que alteremos el tipo de cambio. Meterle mano a la política cambiaria habría significado poner en riesgo los créditos de casi medio millón de costarricenses que tienen crédito en dólares.   ― Usted llegó al poder con una gran base de apoyo popular, bajo la promesa del cambio en la forma de gobernar, ¿podría darnos ejemplos de ese cambio? ― Guanacaste (provincia costera al norte del país) es un buen ejemplo. Hemos tenido a todo el equipo de gobierno incorporado a mesas creadas, de acuerdo con prioridades de los mismos guanacastecos, trabajando una vez al mes durante un año entero. La expresión máxima de ese cambio se dio en julio. El Presidente de la República y 18 ministros rendimos cuentas por cuatro horas sobre lo que habíamos invertido en agua, carreteras y escuelas. En ese sentido, eso es una forma diferente de hacer las cosas. Los mismo ocurre en Limón (provincia caribeña).   ― Las calificadoras de riesgo internacionales han bajado la perspectiva de Costa Rica, y aun así, la inversión extranjera directa sigue llegando —2,849 mdd—. Parece que hay algo que se está haciendo bien o que el país hizo algo bien en décadas recientes. ¿Con cuál tesis se queda usted? ― Con las dos, porque como historiador no podrían hacer otra cosa. Además, lo digo todo el tiempo, para mí la clave es bicéfala. Una clave es educación. Algo en lo que Costa Rica ha invertido por 170 años. No me canso de repetir y soy tan “majadero” (necio) al decir que no vamos a bajar presupuestos de educación. Nosotros creamos la primera escuela de niñas en 1838, es decir, 10 años antes de que fuéramos República. Ese es el nivel de lucidez que hubo en la clase política costarricense. La segunda es la confianza en el régimen de instituciones democráticas, en el régimen de la seguridad jurídica y que somos un gobierno responsable. También puedes leer: Pago de deuda, el objetivo del presupuesto en Costa Rica Comercio en pausa Luis Guillermo Solís asumió el poder en mayo de 2014 con una agenda de comercio exterior ya marcada por su antecesora. La expresidenta Laura Chinchilla arrancó el proceso para integrar al país a la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) y a la Alianza del Pacífico. En sus manos quedaron los procesos para cumplir las condiciones que exigen ambos bloques para aceptar a Costa Rica como miembro. ― Hablando de bloques económicos y territoriales, en la Alianza del Pacífico se dice que el gran ausente es Costa Rica. También está el Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (TPP) y algunos países latinoamericanos afirman que también está ausente en las discusiones y negociaciones. ¿Cuál es su visión en torno a esos dos grandes acuerdos internacionales? ― Sobre el TPP (acuerdo de 12 países, incluyendo EU, que representan el 36% del PIB mundial) se ha avanzado poco en el país. La mayor reflexión se centra en la Alianza del Pacífico porque se ve como el primer paso hacia lo otro. He reconocido la importancia que tiene la Alianza del Pacífico para un país con más de 54% de las exportaciones relacionadas con implementos médicos y una producción de zona franca que representa la mitad de las ventas al exterior (2,500 mdd). Sería absurdo no reconocer que la Alianza del Pacífico es la frontera para esa realidad. También he dicho que, al igual que ocurrió con el Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos, la alianza introduce desafíos complejos a sectores de la economía. Para resolver las aprensiones de esos sectores que se resisten y para potenciar los beneficios a los sectores que podrían adaptarse más rápidamente a sus beneficios, Costa Rica tendría que contar con una solvencia financiera. Y en estos momentos no la tenemos en medio de un debate fiscal, donde el déficit de 6% del pib lo hemos sostenido con un alto costo para el Estado durante dos años. Este se puede convertirse en 8.5% al final de mi mandato, sino hay una aprobación de nuevos impuestos que el plan propone (el gobierno de Solís presentó una agenda de reforma fiscal a la Asamblea Legislativa compuesta por 10 proyectos para aumentar los ingresos, controlar el gasto y atacar la invasión y el fraude, pero los sectores de la oposición sostienen que primero se debe atacar el gasto, especialmente en empleo público. Hasta el momento se han aprobado cinco proyectos vinculados a este tema). Si ello no ocurre, las posibilidades de que Costa Rica aproveche la alianza y potencie a los sectores más perjudicadas por ella se vuelve imposible. Yo no voy a meterme a un debate nacional divisivo, sin tener garantizado que podamos lograr las condiciones adeudadas de entrada a la alianza.   ― Entonces, ¿la Alianza del Pacífico sí, pero con la plataforma fiscal? ― Claro, no hay un condicionamiento de Alianza del Pacífico a cambio de la reforma fiscal. Yo lo que digo es que si Costa Rica no logra superar este bache (fiscal), no habrá Alianza del Pacífico, OCDE ni absolutamente nada. No estamos hablando (de una reforma) de cuatro o seis puntos para poner el déficit en cero. Estamos hablando de una reformita fiscal de 2.75% del PIB.   Una integración real Como historiador, profesor y funcionario público, Luis Guillermo Solís se ha distinguido por propiciar la integración de la región. No obstante, también es crítico del proceso que arrancó a mediados del siglo pasado. En diciembre, ‘golpeó la mesa’ ante la incapacidad del Sistema de Integración Centroamericana (Sica) para afrontar la crisis de inmigrantes cubanos, que en su camino hacia Estados Unidos quedaron atrapados en Costa Rica. Una situación que lo obligó a romper políticamente con el Sica por unos meses.   ― Antes de ser presidente se le conocía como un integracionista. ¿Cómo ve hoy esa integración y que ha hecho Costa Rica? ― Siempre he sido un integracionista. Sigo pensando que la integración centroamericana tiene sentido y que, además, debe mirarse como parte de un proceso mayor que tenga proyección hacia la zona del Caribe. Creo que la lógica de la Comunidad del Caribe (Caricom) es la forma correcta de mirar la integración, es decir, el Caricom y el Sica deberían estar permanentemente encontrados. Pero me siento todavía muy defraudado por la incapacidad de convertir al Sica en un instrumento efectivo de integración real, no formal, retórica ni de discurso. Y eso tiene que ver con distintos tipos de problemas. Desde la renuencia de los estados de otorgarle a las instituciones de la integración capacidades supranacionales. Nos acusan a los ticos de ser nacionalistas, pero ningún Estado ha tenido la voluntad de darles verdadera autoridad y jurisdicción para tomar decisiones. La ausencia en Centroamérica de un eje que potencie la integración como el equivalente regional al eje franco-alemán en Europa, que jale y tire del proceso es muy complicado porque hay asimetrías muy grandes. Esa es la tercera razón por la cual la integración es complicada.   ― ¿Cuál es la salida entonces para una integración centroamericana real? ― La integración es un proceso y tiene un trasfondo histórico muy fuerte. Lo que los estados tenemos que hacer es echar a andar las instituciones y hacer caminar los programas rápidamente. Parte de mis quejas, en las semanas previas a la salida de Costa Rica del foro político del Sica, fue precisar mejor las prioridades de la región. Encuentro que tiene mucho sentido alienar el programa del Sica con los Objetivos de Desarrollo Sostenible de las Naciones Unidas para el año 2030. No hay que inventarse absolutamente nada, hay que hacer una limpia de entidades (que llegan a 122, según un ejercicio que se hizo en la presidencia pro tempore de El Salvador).grafico_costa_rica

 

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