Nadie ha dicho que la etapa de madurez devenga en declinaciones de forma instantánea. La clave es reconocer la etapa y traducirla en estabilidad.     Cuando leo la declaración de Dani Pedrosa, el piloto Honda de motociclismo y segundo clasificado en el mundial MotoGP, pienso en lo similar que es el mundo de los deportes al terreno empresarial. Dijo: “Llega un momento en el que uno ya no progresa más.” Las palabras de uno de los mejores pilotos del decenio son fuertes pero realistas, y se pueden aplicar perfectamente a la situación de muchas compañías. Lo malo es que muchos empresarios no quieren admitir que sus negocios están alcanzando la fase de madurez. Hay un momento en el que las empresas llegan a un límite y se topan con un techo. Esto no depende de las ganas de crecer, ni de la motivación para continuar, ni del tiempo que se lleve en el mercado. En ocasiones ni siquiera depende del producto ni de la satisfacción del cliente, pero las cifras, simplemente, se niegan a ir para arriba. El ciclo de vida de una empresa es una curva que se puede dibujar en los ejes cartesianos. El inicio se marca en el origen y los incrementos se representan como puntos que se van uniendo por una línea: ésa es la etapa de crecimiento. Algunas curvas tendrán pendientes más pronunciadas que otras; incrementos más o menos lentos, pero eventualmente llegarán a un punto de inflexión que se conoce como etapa de madurez, que será precedida por decrecimientos. Es el típico ejemplo de la gráfica de Gauss. En los negocios, la madurez se ha planteado como un riesgo por lo que la gráfica dice que está por venir, es decir, porque después de la inflexión vienen los crecimientos negativos. Sin embargo, nadie ha dicho que la etapa de madurez devenga en declinaciones de forma instantánea. La clave es reconocer la etapa y traducirla en estabilidad. De esta forma, la etapa de madurez se convierte en una ventaja competitiva. En ocasiones no hay forma de seguir con cifras incrementales, ya sea porque se enfrenta una competencia feroz, porque el mercado está saturado o porque los clientes potenciales ya están en nuestra cartera. Los mercados son finitos y tienen caducidad. La madurez de un negocio trae consigo muchos valores apreciados por el mercado, uno de éstos es el prestigio. En el terreno empresarial, la reputación de una empresa es un activo valioso. El buen nombre es una inversión que se hizo en el pasado y que rinde frutos en el presente. Es un factor que juega a favor de un proveedor de bienes o servicios, pues las referencias positivas constituyen una variable de decisión por parte del consumidor. Cuando un jugador es nuevo en el terreno de juego, y sale a ofrecer sus productos, carece del respaldo que una empresa en etapa de madurez sí tiene. El consumidor en similares circunstancias preferirá un negocio que tiene un historial favorable que uno que carece de éste. Otro elemento que íntegra la ventaja competitiva de un negocio en etapa de madurez es que sabe cómo lidiar con la competencia. Haber llegado a esta etapa significa que ya luchó por su parcela y la ganó. Tiene el conocimiento para detectar una necesidad, transformarla en producto, darla a conocer, colocarla a la venta y conseguir utilidades. Es decir, ya recorrió el camino. Por desgracia, muchos empresarios se aferran a ese primer éxito y olvidan que ya saben recorrer el camino. La experiencia es otro elemento fundamental. Los dueños y ejecutivos de negocios en madurez son como exploradores que construyeron una balsa resistente para cruzar un río en la selva. Lo hicieron tan bien que decidieron cargarla por todo el recorrido por si se topaban con otro río. Al hacerlo llevaron un peso extra en forma innecesaria y dejaron de ver que tenían la posibilidad de edificar otra, en caso necesario. Los empresarios tienen miedo de dejar de crecer porque piensan que entonces vendrán los decrecimientos vertiginosos y la desaparición, ven la etapa de madurez como una amenaza y dejan de aprovecharla como una ventaja competitiva, y entonces sí se precipitan a lo que tanto temen. Ellos mismos desperdician la oportunidad y convierten en riesgo un activo valioso. La estabilidad, otro factor de etapa de madurez de un negocio, es similar a los sueños que el Faraón le pidió a José “El Soñador” que le interpretara. Es como las vacas gordas: hay que aprovecharlas para que no lleguen las vacas flacas a comerse a las primeras. Es decir, en las etapas de inmovilidad de los negocios hay que preparar relanzamientos, reinversiones, nuevos planes, innovaciones, para que el punto de inflexión sea precedido por una nueva etapa de crecimiento. Cuando el techo nos impide crecer, hay que moverse para encontrar un hueco que permita reencontrar el camino ascendente. Quedándose en el mismo lugar, eso resulta imposible. La interpretación de los números de una empresa en la fase de madurez depende de sus ejecutivos. Es su decisión verla como una amenaza o transformarla en una ventaja competitiva. Lo cierto es que puede ser ambas. Como dice Dani Pedrosa: “Hay momentos en los que uno no puede progresar más”, y añade: “Cuando vas ganando, no siempre se puede ver, no eres consciente porque vas al frente. Lo fuerte viene después. Entonces es importante poner los pies en la tierra, moverte de lugar, analizar y reubicarte para volver a ganar. Si no se puede progresar más, entonces hay que apelar a la constancia y a defender lo que ya se tiene.” La madurez trae estabilidad y ésta la posibilidad de encontrar ese espacio que, sustentado en la reputación y el buen nombre, nos ayude a hacer que el punto de inflexión devenga en algo mejor.     Contacto: Correo: [email protected] Twitter: @CecyDuranMena Blog: Las ventanas de Cecilia Durán Mena     Las opiniones expresadas son sólo responsabilidad de sus autores y son completamente independientes de la postura y la línea editorial de Forbes México.

 

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