“En ocasiones, estos trenes forzados recorren trayectos en que falta uno de los rieles. Todo un lado de los vagones se estremece lamentablemente con los golpes que dan las ruedas sobre los durmientes.” Aclaro: la cita no se trata de una crónica del Sistema de Transporte Colectivo Metro (STCM), sino de un fragmento de “El guardagujas”, un cuento que hace más de seis décadas incluyó Juan José Arreola (1918-2001) en el libro Confabulario (1952). El relato trata de un viajero que llega a una estación de tren desierta, donde encuentra a un viejecillo, quien le platica las condiciones en que operan los ferrocarriles nacionales, que pueden llevar o no a sus pasajeros al lugar deseado, o tardar cualquier cantidad de tiempo en el recorrido. El trasfondo de la historia denota decisiones tomadas totalmente a la ligera e incluso con una completa falta de escrúpulos, bajo la justificación de que “la empresa” tiene que dar el servicio a cualquier costo, incluso la vida de sus pasajeros. Esto causa una baja en la calidad de vida de las personas y, a su vez, pérdida en la competitividad de las empresas y, por lo tanto, de la ciudad, a la que, paradójicamente, el gobierno busca posicionar a nivel internacional. Pero el Metro de la Ciudad de México, que transportó a 1,623.8 millones de pasajeros el año pasado, no se queda atrás en justificar su ineficiencia. A principios de este mes, por ejemplo, Jorge Gaviño Ambriz, su director general, anunció una campaña de concientización para “fortalecer la seguridad” de los pasajeros ante el mal estado de las escaleras eléctricas, cuando en realidad tuvo que haber tomado medidas desde que detectó los problemas, porque dudo que los desconociera, y de ser así, no tendría por qué estar en su cargo (el cual ocupa desde hace casi un año). El funcionario tomó la medida fácil y pidió a la gente que utilizara las escaleras físicas (de concreto) y cediera las mecánicas a adultos mayores, mujeres embarazadas o con niños en los brazos. También solicitó que sólo hubiera una persona por escalón, porque únicamente soportan 120 kilos. Creo que olvidó agregar que tampoco utilicemos las escaleras fijas, porque –si mal no recuerdo– también se desprendieron en la estación Nativitas a finales de diciembre del año pasado, o que no saliéramos de noche por las estaciones porque nos podrían asaltar o que no camináramos por los pasillos porque correríamos el riesgo de resbalarnos en los charcos o de que nos cayera una lámpara en la cabeza. Como muestra de su eficacia y compromiso, Gaviño avisó que iniciaría un programa para la revisión de escaleras eléctricas y su sustitución en caso de que fuera necesario. Insisto, ¿qué no lo tuvo que haber hecho desde su primer día en el cargo? Pero no hay que preocuparnos, porque el Metro está mejor que antes (o menos peor). Hace 10 meses los trenes presentaban una falla cada 2,000 kilómetros; ahora los incidentes ocurren cada 3,000 kilómetros, aunque el estándar internacional es de entre 7 y 8,000 kilómetros. Volviendo a Arreola, “El guardagujas” cuenta que habrá un próximo tramo de tren, sin que los planos, que tienen extensos túneles y puentes, hubieran sido aprobados por los ingenieros de la empresa. No sé por qué, pero me recordó a una sonada Línea 12 de la que a la fecha no se sabe en realidad qué sucedió. En la ruta imaginaria descrita por el narrador mexicano faltaba un puente, pero como el maquinista y los pasajeros desarmaron el tren y lo volvieron a armar pieza por pieza hasta llevarlo al otro lado del abismo, la empresa decidió no construir el puente, pero sí hacer un atractivo descuento en la tarifa. En el Metro de la Ciudad de México no hubo rebaja; al contrario, subieron la tarifa desde diciembre de 2013 (a pesar de que sigue siendo más barata que en lugares como Monterrey, Medellín, Madrid y París) para renovar los vehículos y las instalaciones, pero lo cierto es que seguimos viendo escalones desgajados, goteras en los pasillos, espacios públicos vandalizados, al interior y al exterior, y plagados de vendedores ambulantes, denuncias de acoso, estaciones y vehículos que son verdaderos hornos por falta de aire acondicionado. De los tiempos de espera y de las aglomeraciones ni hablar… Espero que los encargados de tomar las decisiones en el Metro no lean el cuento de Arreola, porque a la par de los miles de parches que hay a lo largo de las instalaciones podrían ingeniárselas para también instalar en las ventanillas dispositivos similares a los del relato, que hacen creer –por el ruido y los movimientos– que el tren está en marcha, cuando en realidad permanece detenido semanas enteras, mientras los viajeros ven pasar cautivadores paisajes a través de los cristales.

 

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