Por Daisy Paniagua Este texto forma parte de la revista impresa correspondiente a junio, nuestra edición especial de Mujeres Poderosas En México, el sólo hecho de ser mujer representa un grave riesgo, porque en este país se violenta, se explota y se asesina a las mujeres. De acuerdo con la Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones de los Hogares (ENDI­REH 2011), en México, 63 de cada 100 mujeres han vivido algún inci­dente de violencia y casi cuatro de cada 10 han experimentado violencia sexual. Datos del INEGI esti­man que durante 2013 y 2014 fueron asesina­das siete mujeres dia­riamente en el país, predominantemente niñas, adolescentes y mujeres jóvenes. Además, las mu­jeres fueron ultimadas con mayor saña: en 2013, a 32 de cada 100 mujeres asesinadas las ahorcaron, las estrangularon, las quemaron o las lesionaron con objetos punzocor­tantes o las golpearon con objetos. De acuerdo con el estudio “Carga Global de la Violencia Armada, 2015”, elaborado por la Secretaría de la Declaración de Ginebra, México se encuentra dentro de los 25 países con las más altas tasas de feminicidios. A esto se suma la impunidad. Se­gún la ENDIREH, sólo una de cada 10 mujeres solicitó ayuda en alguna institución cuando vivió violencia. El 63.8% decidió no buscar ayuda porque consideraron que se trató de algo sin importancia; 4.9% no confía en las autoridades. La trata de personas es una de las manifestaciones más brutales de la violencia, México es partíci­pe en todas direcciones. De acuer­do con el “Diagnóstico sobre la Situación de la Trata de Personas en México” (CNDH, 2013), éste se considera el tercer negocio ilícito más lucrativo del mundo. Las víc­timas son en el 99% mujeres. Los efectos de la violencia contra las mujeres rebasan el de por sí enorme daño individual; los impactos alcanzan a las familias y a la sociedad. Los costos econó­micos de la violencia contra las mujeres en América Latina y el Caribe se estiman entre el 1.6 y el 3.7% del PIB. La violencia también tiene consecuencias intergeneraciona­les. El Banco Mundial ha señalado que las niñas y niños que viven en hogares donde se violenta a las mujeres incrementan sus posibili­dades de convertirse en agresores o víctimas cuando crezcan. Estos son cinco testimonios de la violencia contra las mujeres. 1. “Ellos aseguraron que yo estaría bien” Karla de la Cuesta es presiden­ta de la Fundación que lleva su nombre; preside la Coalición de Víctimas Supervivientes de Trata de Personas y es Consejera de la Comisión Unidos contra la Trata. Con su trabajo, apoya a madres de hijas desaparecidas. “Me siento muy orgullosa de haberle dado un propósito muy poderoso a lo que toda mi vida pensé que era mi gran tragedia. He podido hacer muchas cosas y sé que vienen más, tan importantes para las niñas, niños y adolescen­tes, para las familias; eso me hace sentir muy poderosa.” Karla es creadora de “Alas Abiertas”, una conferencia tes­timonial con escenificaciones de prevención contra la trata de personas; también participa en la obra “Del cielo al infierno”, cuyo objetivo es la concientización sobre la explotación de la prostitu­ción ajena. Habiendo padecido diversas formas de explotación en México, España, Argentina y Brasil, Karla cuenta con una carrera como actriz, presentadora y comentaris­ta, es activista social y tiene una familia a la que adora. Amable y cálida, Karla reconoce que habla poco de lo que ocurrió, no puede evitar llorar cuando reflexio­na sobre el daño; pero el valor de contarlo es para ella un gran logro.   Sobreviviendo Regresé a mi casa hace 16 años gracias a la orden de aprehensión que permitió mi liberación, pero estos últimos años he estado sobre­viviendo; no tuve una atención especializada, en ese tiempo no se hablaba del tema, no se sabía qué era la trata, ni siquiera había una ley, por lo cual mi caso fue juzgado de manera incorrecta. Siendo adolescente, tuve una invitación a trabajar en una organi­zación artística; hicieron muchísi­mas diligencias, inclusive viajaron a Puebla para hablar con mis papás y asegurarles que yo estaría bien.   Sin libertad No tenía libertad ni para ir al baño, para ir por un vaso de agua, para meterme a bañar o para sentarme a descansar; nunca, sin exagerar, ni un segundo tenía libertad. Utilizaron mi persona para hacer cosas que yo no tenía idea que se estaban haciendo. Además de estar en condiciones peligrosas e insalubres, absolutamente nunca recibí un solo peso por nada. Era obligada para continuar tra­bajando con amenazas altamente serias, con extrema violencia física, emocional, verbal, de todo tipo. Estuve también en una situa­ción de mendicidad en España, cuando la persona encargada de la organización se encontraba huyen­do y se le acababa el dinero. No fui víctima de la prostitución ajena, pero en algún momento es­tuve en un supuesto calendario, en el cual no hubo un consentimiento.   ¿El daño está reparado? No, en lo absoluto. Yo no tengo la fortuna que han tenido otras chi­cas de vivir un proceso de justicia restaurativa, de tener a la gente que hizo este daño tan severo en la cárcel o con un juicio correcto. Una cosa clave en la trata de personas es la total humillación que se hace a tu persona y luego la humillación pública que yo viví. Por eso creo que el daño nunca se va a reparar. También creo que nunca se va a hacer justicia realmente y que la gente nunca va a entender la verdad de lo que pasó.   Hablar del tema Creo que lo más importante es que nos demos cuenta que sí podemos abrir los ojos a una historia como ésta, porque si en estos 16 años mi caso se hubiera abordado seria­mente, estoy segura que miles de niñas no hubieran sido engancha­das en una red de trata.   2. “Él me ofreció el cariño que no tuve en casa” Decidí ser una voz y empecé a hablar de mi historia. Al principio me dio miedo, pero luego me di cuenta que ayudar a otras personas sí era una opción de vida.” Karla Jacinto trabaja en la Co­misión contra la Trata de Personas, que preside la activista Rosi Orozco; es representante de Fundación Ca­mino a Casa; ha contado su historia de violencia ante el Vaticano, el Congreso de Estados Unidos, líderes religiosos y alcaldes del mundo, a fin de promover cambios legislativos. Se ha entrevistado con la reina Rania de Jordania y ha tomado el té con la duquesa de Cornwall. Tam­bién recorre escuelas, primarias, secundarias, preparatorias y uni­versidades para dar su testimonio. A sus 24 años ha pisado la ma­yoría de los estados del país: “Eso es algo emotivo, porque antes me tachaban de una simple prostituta, me decían basura, me decían que nunca iba a lograr nada en la vida”. El proxeneta de Karla le advirtió que contara los días, que uno de ellos la encontraría para asesi­narla. Hoy, el tratante sigue libre: “Hay autoridades que han hecho muy bien su trabajo, pero otras no… Él conoce a bastante gente, autoridades, narcotraficantes, se­cuestradores; ese tipo de gente hace más difícil que se haga el trabajo”.   Prostituida a los 12 años Me prostituyeron de los 12 a los 16 años. Lo conocí en la Ciudad de México, en el metro Pino Suárez. Me contó que era comerciante, que trabajaba en la compraventa de autos. Y me ofreció el cariño que no tenía en casa. Tres meses viví bien con él, me vistió, me calzó, me dio amor; decía que quería una familia conmigo y que yo era su princesa. Pero un día me ordenó: “tienes que trabajar”. Me imaginaba traba­jando en una papelería, pero él em­pezó a explicarme lo que iba a hacer: cómo se pone el condón, cuántos clientes, el tiempo con cada uno.   Violada por 30 hombres Mi primera vez iba a ser en Puebla, pero no me aceptaron, me veía muy chica. Con una credencial falsa pasé de los 12 a los 18 años y me llevaron a Guadalajara, a una casa de citas. Imagina a una niña de 12 años siendo violada por más de 30 perso­nas en un solo día. En ese momento trataba de cerrar mis ojos, trataba de no verlos a la cara, me daban asco. Él tenía fotos de mi madre, de mis hermanos, me apuntaba con un arma, me hincaba en el suelo y me decía que si no hacía lo que me pe­día iba a matar a mi madre y luego iba a matar a mis hermanos.   Violencia brutal Él me embarazó y me prostituyó hasta los ocho meses de embarazo. A mi bebé me la quitó cuando tenía un mes; durante un año no supe nada de ella, de mi hija. Así pasaron cuatro años, no me dejaban descansar, me golpeaban todos los días, eran golpes con ca­dena, con palos, con cable; me ba­ñaban con agua fría, me pegaban en todo el cuerpo; en una ocasión me quemaron con una plancha y una vez me hicieron abortar a unos gemelos.   3. “Es poca la gente que le importa la vida del otro” Madai trabaja en la Suprema Corte de Justicia de la Nación y fue tomada en cuenta para la reciente aprobación de una ley en Francia que castiga la demanda de prostitución. “En 2010 viví un suce­so que no tenía que vivir. Ese año conocí a una persona en Veracruz, quien con engaños me condujo hasta la Ciudad de México, para después explotarme en una de las calles más famosas donde se comete el delito de trata de personas: Sullivan.” Madai es una mujer firme, empo­derada, posee una mirada retadora, ríe con seguridad, pero parece no confiar mucho al principio. Ella es una de las mujeres que en 2013 denunció a Alejandra Gil, conocida como La Madame de Sullivan, por ser parte del lucrativo negocio de trata en México. La joven recuerda que los clien­tes, la mayoría extranjeros, se daban cuenta que ellas estaban por la fuerza, pero no les importaba. Su historia fue tomada en cuenta para la reciente aprobación de una ley en Francia que castiga la deman­da de prostitución y elimina sancio­nes contra las mujeres en situación de prostitución. Madai ha pisado varios países previniendo las terribles consecuen­cias de la trata de personas; además, trabaja en la Suprema Corte de Jus­ticia de la Nación y a unos meses de culminar su carrera de Derecho en la Universidad del Valle de México, financiada por Fundación Reintegra, fue invitada por el Papa a un evento con jueces de todo el mundo.   Un día tuve el valor Iba a ser trasladada a Nueva York. Por eso escapé. Ese día, cuando me dijo que me iba a llevar, me golpeó. Una de sus frases famosas era que a un padrote como él se le respeta­ba, que no intentara hacer nada en su contra, porque él ya había sido acusado de lenocinio, de trata y hasta de violación. Me trasladó a la calle Sullivan, trabajé toda la noche, al otro día era sábado y dije “¡basta, ya no puedo seguir aquí!”.   No puedes confiar Trabajaba todos los días, de 10 de la noche hasta las tres de la mañana, excepto los viernes y sábado que terminaba hasta las 6 de la mañana. Es muy poca la gente que le im­porta la vida del otro. Y más porque todo mundo está coludido. Hasta los policías eran consumidores; en al­guna ocasión me tocó pasar con uno de ellos, yo pensé que me iba a hacer algo, porque se quitó todo, traía un arma, yo me espanté; el muy cínico me dijo: “tranquila, no voy a hacerte nada, soy policía”. Aunque quisieras pedir ayuda, no confías en nadie; a quien puedes pedirle ayuda es la misma persona que te está violentando. Varias veces lloré por ver la si­tuación y no ver una salida; muchas lágrimas derramé en ese tiempo, tanto que ahorita digo “ya no tengo más lágrimas”.   Acceso a la justicia A mí me dieron la atención que le deben dar a una víctima: atención médica, psicológica, el derecho de hacer tu denuncia, todo eso me die­ron; bueno, son mis derechos al final de cuentas. Fue el 2 o 3 de febrero de 2012 cuando lograron detener a esa persona. Estaba muy espantada, con muchos nervios, pero era lo que se merecía, eso y más. Se logró que le dieran una pena de 20 años por mi caso y, como había otra víctima que denunció, se agregaron 20 más. El próximo sábado veré a mi abogado para firmar un amparo, voy a exigir que el Estado me indemnice por la reparación del daño, porque al final de cuentas el delito de trata es también responsabilidad del Estado.   4. “Soy una mujer bien fregona” Neli está por graduarse como Licenciada en Administración y quiere su propia empresa. Ella colabora para varias fundaciones y ayuda a prevenir el delito de trata de personas. Originaria de Tres Valles, Veracruz, Neli fue víctima de prostitución forzada por casi un mes en la zona de la Merced, en la Ciudad de México; entonces tenía 19 años, hoy, a los 25, su rostro y su voz siguen siendo las de una niña. Neli trabaja como asistente de la directora de Comisión Unidos contra la Trata y próximamente obtendrá su grado de Licenciada en Administración por la Universidad la Salle. Además, actualmente colabora en la Fundación Camino a Casa, refugio de alta seguridad para sobrevivien­tes de trata en la Ciudad de México, donde ella recibió apoyo; también forma parte de Sin Trata, un grupo de jóvenes dedicado a prevenir este delito en secundarias, preparatorias y universidades.   Un tipo insistente A este chico lo conocí en el parque. Era un sábado como a mediodía; yo trabajaba para pagar mis estudios y había salido a comer algo; él se presentó como una buena persona, me dijo que tenía 25 años, que se llamaba Alex y que era originario de Querétaro. Recuerdo que era un tipo suma­mente insistente: “Quiero casarme contigo, quiero formar una familia”. Fue a la casa de mi tía, se presentó como una persona sumamente res­ponsable y nos hicimos novios. Como yo ya tenía que empezar a hacer prácticas profesionales le avisé que ya no iba a poder continuar con él porque estaba muy presionada. “Quédate con tu trabajo, a ver si te va a dar amor y felicidad”, me dijo. Yo no quería irme con él, pero me hizo todo un drama. Cuando llegamos a Puebla los primeros días estuve bien, después empezó a cambiar, platicaba del sexoservicio y de cosas extrañas. “¿Sabes qué?, vas a trabajar como se­xoservidora”, me comentó una vez; yo le contesté: “no lo voy a hacer”.   El cautiverio Sufrí muchísimo, no aguantaba estar con 30 o 40 hombres diarios, termi­naba muy rosada, tenía que tomar unas pastillas que se llaman Flanax para poder aguantar. La esposa de un supuesto amigo me instruyó: “Si te paras en el calle­jón de Santo Tomás vas a cobrar 150 pesos de cajón, 50 para el lugar y 100 para ti. Para que saques más dinero ofrece posiciones, que costaban 50 pesos, ofrece sexo oral, anal; entre más tú le saques al cliente, con me­nos hombres vas a estar”. Llegué al callejón. Me pusieron en la entrada de la cuartería porque era de las nuevas. El lugar era horri­ble, había un área despejada donde tenían a la Santa Muerte; atrás estaban unos cuartos de concreto, con una colchoneta, las puertas eran sólo cortinas. Ese primer día me acuerdo que pasé con el primero, con el segun­do; las lágrimas me escurrían. Ya después de unos días estaba dando vueltas en la pasarela. Un día un federal se me acercó e intentó ayudarme, pero me daba miedo, no pude decirle nada; era muy difícil porque me vigilaban. De hecho, cuando hicieron el operativo y me rescataron, no me asumía como víctima, decía que estaba ahí porque quería, ese era el diálogo que el tra­tante me había dicho en caso de que me detuvieran. Mi denuncia y la de otra víctima sirvieron después para que él fuera detenido, en 2010; le dieron 13 años de prisión con nueve meses y ya lleva casi seis años.   Grandes planes La semana pasada tuve una cita con un amigo que me va a apoyar, él es empresario y quedó de enviarme los lineamientos para participar por un financiamiento. Se trata de una ros­ticería de pollos al estilo Veracruz: arroz, pollo rostizado, salsa y torti­llas. Lo que yo quiero en un futuro es tener un grupo empresarial.   5. “Ya no vas a vivir en esta casa” Hoy Pamela estudia enfermería para que la gente tenga las atenciones que ella nunca recibió. Acaban de infor­marme que le die­ron una sentencia de 16 años; yo no estoy conforme, él me secuestró, con­trolaba mi vida; aunque todavía hay quien dice que yo estaba en la calle y que por eso siempre pude escapar.” Pamela tiene 28 años, hace cinco logró liberarse de la explotación sexual que padeció en Puebla, Veracruz y la Ciudad de México. A un año de terminar su carrera de Enfermería en la UNAM, ya practica su profesión en un hospital al sur de la Ciudad de México. Su sueño es hacer la diferencia en los hospitales. “Quiero tratar a la gente como no me trataron a mí las veces que llegué golpeada”. De cuerpo muy delgado y ojos profundos, Pamela combina su profesión con la labor social que realiza en la Fundación Camino a Casa, adonde los fines de semana va a dar consejos a las niñas.   El enganche Tenía 20 años, vivía con mi familia en Puebla y trabajaba en un Oxxo; ahí fue donde conocí a esa persona; empezamos como amigos y después nos hicimos novios. Yo trabajaba en las noches, salía a las 8 de la mañana. Un día llegué a mi casa a las 12 del día y mi mamá me dijo: “Ya no vas a vivir en esta casa”; en la noche me pidió las llaves. Le platiqué eso a mi novio. “No te preocupes, sabes que yo te quiero mucho y que me quiero casar conti­go, es más, ya vente a vivir conmi­go”, me invitó. Estuve como tres meses bien con él, pero después empezó a decirme: “No puedes salir a la calle si no es conmigo; no puedes estar mirando; voltea al piso”. Entonces regresé con mi mamá. Fui al centro de Puebla con mis papeles y de pronto siento algo en mis costillas, me volteo y era una navaja, era él. Me dijo: “Súbete al taxi”; me llevó a su casa; a los pocos días me sacó la sangre para los estu­dios que piden y de ahí en adelante me empezó a prostituir.   Nadie en quién confiar Comía una sola vez al día y si no juntaba la cuota, de 3,000 a 5,000 pesos, me golpeaba con lo primero que encontraba: cables mojados, patadas, me arrastraba por el suelo.   Quedé embarazada Él tenía dos hijas, de 7 y 8 años. Un día me dijo: “Están bien lindas mis niñas, ¿no?… imagínate, cuando ten­gan 15 años, ¿cuánto no voy a ganar con ellas?” En ese tiempo quedé dos veces embarazada, él se enteró; a punta de golpes me sacó a uno y al otro con pastillas. Cuando me resca­taron me llevaron a un hospital, el ginecólogo me dijo: “tu útero está muy dañado, no puedes tener hijos”. Hoy los hijos no están en mis planes.   Nadie me preguntó El 5 de mayo de 2012 no junté el dinero, me sentía mal y estaba llo­viendo. Me fui a casa. A los minutos él llegó, me empezó a golpear, me abrió la ceja, tenía la cara irrecono­cible, “ya te saqué el ojo”, me gritó. Me llevó al hospital, el que está por Balbuena. Cuando llegamos, el médico y la enfermera le pregun­taron qué había pasado. “Esta pendeja se cayó de las escaleras y se rompió la cara”. No hubo más cuestionamientos, a mí no me preguntaron.  

¿Quieres que te ayudemos?

El lunes 7 de mayo me llamó: “¿Por qué no me contestas?, vas a ver cuando llegues a la casa, ni siquiera vas a llegar al hospital”. Fue en ese momento que dije “¡no más!” Horas más tarde, un grupo de mujeres trabajadoras sexuales de la zona detuvo a Pamela: “Espérate, ¿a dónde vas? Ya te hemos visto que llegas golpeada”. “Sí, pero si no voy, van a matar a mi familia”, les dije. “¿Quieres que te ayudemos o no?” “Sí, sí quiero que me ayuden”. Una de ellas habló por teléfono a la PGJ, llegó el licenciado Castillo con tres policías más, fueron por mí y me rescataron.

 

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