La pandemia global del COVID-19 ha entrado ya a una nueva etapa en un número importante de países. Desde la reanudación de la Bundesliga en Alemania o las carreras de NASCAR en Estados Unidos, lo que observamos es un relajamiento progresivo de las medidas de confinamiento. 

En México algunas voces con incidencia en la opinión pública desde ya vaticinan que no es el momento para la nueva normalidad, las más de las veces con discursos con tufo a oportunismo político. El argumento que más se repite es el número reducido de testeos comparados con otros países.

Lo cierto es que solo el tiempo dirá el grado de éxito de la estrategia mexicana versus las aplicadas en otras latitudes. Y lo mismo para todo el mundo. Es prematuro evaluar si, por ejemplo, el modelo sueco fue exitoso, basado en la elección personal para adoptar medidas de seguridad y de distanciamiento social, en contraste con esquemas más severos basados en coacción, monitoreo y confinamiento decretado por ley.

Ante ese contexto, la apuesta del gobierno mexicano en esta primera etapa de la pandemia fue la “Jornada Nacional de Sana Distancia”. Lo que hemos visto a lo largo de las semanas de confinamiento social es un embate constante a las cifras oficiales, desde estudios independientes con el propósito de mejorar la calidad de la información, hasta un recrudecimiento en redes sociales y notas periodísticas sobre un supuesto ocultamiento de muertes e infectados, algunos de ellos sin más evidencia que informantes no revelados o conclusiones basadas más en sospechas que en datos verificables.

A lo largo de estas semanas también han sido evidenciadas las carencias institucionales en el sector salud gestadas desde hace décadas y que se han definido como “un desastre” por parte del gobierno federal. Desde hospitales abandonados hasta irregularidades en la compra de medicamentos, se dibuja la crisis del sistema de salud en México, en cuyo contexto el país debe lidiar con el COVID-19.

Acertada la decisión del presidente López Obrador de elegir a López-Gatell como el vocero ante la epidemia, quien logró convertirse en el rostro visible de la estrategia epidemiológica, desde su papel de científico, pero también como un formidable comunicador. Lo mismo puede decirse de las conferencias diarias vespertinas, que ha resultado ser un interesante ejercicio de cara a los medios. 

Destaca también la decisión de AMLO de no haber optado por una estrategia autoritaria de control social, a diferencia de otros países con un tejido social lastimado y desconfianza ciudadana en las instituciones.

Queda claro que ningún país puede lanzar campanas al vuelo. Lo que tenemos en México es un balance razonablemente positivo de esta primera etapa, considerando los parámetros del gobierno federal: camas disponibles y defunciones por COVID-19. Afirmación difícil de decir ante la tragedia de gente cercana que ha perdido a los suyos a causa de la pandemia. 

Mientras tanto, la nueva normalidad se parece más a lo que vivimos desde el 23 de marzo, cuando arrancó la Jornada Nacional de Sana Distancia, que a la realidad “post-COVID-19” de la que ya se comienza a teorizar. La polémica en torno a las cifras de la pandemia posiblemente seguirá ocupando parte de la cobertura mediática. Y desde ahora se vislumbran acciones más visibles de los opositores al proyecto de la 4T para encontrar oportunidades políticas en medio de la crisis. También es de destacar el papel que tendrán los gobiernos estatales en la gestión de la pandemia, cuando marquen los tiempos de su entidad y sus municipios, y por lo tanto la exigencia de resultados se trasladen del gobierno federal al ámbito de gobierno más cercano.

Contacto:

Maestra en Políticas Públicas por la Universidad de Oxford y Licenciada en Ciencia Políticas y Relaciones Internacionales, por el Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE).

Twitter: @palmiratapia

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