A fin de que la migración interna no sea fallida, los desarrolladores de vivienda deben diseñar complejos que fomenten la estabilidad socioeconómica.     El crecimiento de las ciudades tiene que ver, en gran parte, con la migración interna, que puede ser desde las micromigraciones que caracterizan nuestras vidas, las pequeñas mudanzas dentro de una ciudad, hasta la gran migración a otra ciudad o país. Gran parte del dinamismo de las ciudades en el mediano y largo plazo tiene que ver con la llegada y salida de personas y en cómo se desarrollan en sus destinos. En el Catálogo del Sistema Urbano Nacional 2012 del Conapo, los autores escriben sobre las ciudades de mayor crecimiento promedio anual entre 2000 y 2012. “El valor máximo pertenece a Playa del Carmen (Quintana Roo) con 12.7% y el valor mínimo a Matías Romero Avendaño (Oaxaca) con -1.3%. Para los municipios de zonas metropolitanas el valor más alto fue para García (ZM de Monterrey) con 16.8 y el más bajo de Jaltenco (ZM del Valle de México) con -6.2%.” Estas tasas de crecimiento y decrecimiento se deben en gran parte a la migración interna. Hay diversas razones en ello. Oxfam México ha identificado la migración en Chiapas de los afectados por los huracanes Stan y Wilma como una de las primeras migraciones en esa entidad debido al cambio climático. Tijuana ha crecido por las personas que buscan cruzar a Estados Unidos. Pueblos en Guerrero han sido abandonados por la inseguridad. La edad promedio de los campesinos es superior a los 50 años. ¿Y a dónde llegan los migrantes? A la orilla de las ciudades, si es posible conducidos y albergados por familiares o paisanos. El momento de la migración es muy dinámico y tiene consecuencias que cambian la vida por completo. Y por lo mismo es importante que los migrantes avancen al dar este paso; de lo contrario la sociedad tendrá que lidiar con las consecuencias de las migraciones fallidas o fútiles. Además, las semanas y meses después de una migración es justo el momento cuando la aspiracionalidad inherente a cambiar de residencia es más prominente. Son momentos para dejar de fumar, empezar a correr, estabilizar la situación económica de la familia o ver cómo titularse. Lamentablemente, por lo general no se dan las condiciones para emprender estas actividades. En general, los servicios públicos llegan después de la colonización de una zona urbana cuando los hábitos ya se han arraigado de nuevo. Se pierde este momento estratégico mientras los recién llegados, con ansioso disfraz, hacen todo para asumir los hábitos de las zonas a las que llegan. Un migrante es vulnerable y una víctima fácil –por lo mismo se tiene que esconder. Para romper este esquema es necesario pensar en la relación entre las zonas de expulsión y los destinos. Un poco de información sobre las posibilidades de trabajo y vivienda en las distintas ciudades del país podría ser una inversión muy barata en comparación con el costo de la urbanización insuficientemente planeada. Al mismo tiempo tener políticas de inculturación para los recién llegados –que podría ser tan sencillo como una fiesta vecinal o una oficina de correos que sirva como enlace con su comunidad de origen para los migrantes– podría resultar una inversión menor que resolver problemas sociales de largo plazo. Éste no es sólo un tema para el sector público. Los desarrolladores privados de vivienda también deben pensar en diseñar sus complejos para fomentar nuevos hábitos como el deporte, la educación, la cultura y el trabajo, que garanticen la estabilidad socioeconómica del desarrollo en el largo plazo. Desarrollos fracasados finalmente perjudican a todo el ramo por la sobrecapacidad que generan. Según el Catálogo del Sistema Urbana Nacional del Conapo, el sistema pasó de 54.9 millones en 1990 a 81.2 millones en 2010 –es decir, 26.3 millones de mexicanos empezaron a vivir en una ciudad, casi un cuarto de la población. Muchos de ellos llegaron a las ciudades arrecifes alrededor de los cascos urbanos. La mudanza sale. Las cajas están por abrir. A ver qué traen para el futuro de millones de mexicanos.   Aclaración sobre el post anterior sobre las construcciones de la Iglesia de los Santos de los Últimos Días, cuya amplia difusión y relativamente buena recepción fue una sorpresa gratificante. Cualquier postura oficial de la iglesia se debe consultar con Public Affairs Office en Salt Lake City. Referente al señor Netzahualcóyotl Salinas, aunque muchos de los procesos están definidos en Salt Lake City, su puesto en la organización es único y privilegiado por los numerosos terrenos que tiene que comprar la iglesia en las periferias de decenas de ciudades mexicanas. Cabe mencionar que por el carácter sagrado del diezmo, para la iglesia es muy difícil participar en procesos de compra corruptos. Pocas personas administran tantos bienes en México como el director de Propiedades de la Iglesia de los Santos de los Últimos Días; es un puesto que representa una ventana privilegiada sobre el desarrollo urbano.     Contacto: Correo: [email protected] Facebook: Feike De Jong     Las opiniones expresadas son sólo responsabilidad de sus autores y son completamente independientes de la postura y la línea editorial de Forbes México.

 

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