Antropológicamente hablando, un migrante, ya sea de segunda o tercera generación, enfrenta desafíos importantes en los procesos multiculturales cotidianos, tales como los educativos y comunitarios. Es decir, ser migrante implica muchos más retos de los que imaginamos o sabemos. No sólo es la difícil transición de un país a otro, de una lengua a otra, de una comida a otra, sino que además supone lo que Noam Chomsky describe en The Clash of Civilizations: un choque tremendo entre mundos distintos con idiosincrasias distintas y cosmovisiones distintas. Siendo tan complejo el proceso migratorio, ¿qué lleva a un individuo a dejar su comunidad de origen para aventurarse hacia un destino por demás hostil e inhóspito? Las causas de la migración son muchas, como lo son las corrientes sociológicas que han buscado explicar por qué el ser humano sigue tendiendo a lo nómada. Y si bien es cierto que hay pueblos más nómadas que otros, también es cierto que en casos como el nuestro, a veces nos basta con recordar que parte del territorio del Norte era nuestro y pareciera que la tierra llama. Y aunque ese llamado ha llevado a los migrantes mexicanos a la Unión Americana, claramente sorprende el hecho de que en los estados con mayor afluencia de migrantes, haya disminuido de manera sensible el flujo de mexicanos migrantes. Con la llegada de Barack Obama a la Casa Blanca en 2008, llegó también un momento crucial para la política migratoria de los Estados Unidos de Norteamérica y con esto la promesa de una reforma migratoria que hasta este momento sigue sin ser alcanzada. Junto con la promesa de la reforma migratoria, se puso también sobre la mesa la promesa de una Acción Diferida (DACA, por sus siglas en inglés) que dejaba ver una esperanza para aquellos hijos de migrantes no legales de entre 15 a 30 años de edad y que hubieran llegado a EU antes de los 16 años, que hubieran vivido al menos 5 años continuos en los EU, que no hayan tenido antecedentes penales y que estuvieran inscritos en programas educativos del sistema escolarizado o bien, que hubieran cursado y aprobado el nivel medio superior o acreditado el nivel medio superior a través del examen GED (General Educational Development, examen similar al Ceneval); o bien, que hayan servido en el ejército; en su conjunto, los aspirantes a esta Acción Diferida, comenzaron a ser llamados Dreamers (por sus siglas en inglés: Development, Relief, and Education for Minors) cuya mayoría son mexicanos y aspiraron durante la administración Obama a no ser deportados y separados así de sus padres o familiares. Actualmente y a pesar de no haberse concretado la reforma migratoria, hay más de 1.8 millones de migrantes que cumplen con los requisitos para que les sea concedida la Acción Diferida aunque esto, en muchos casos significa desprenderse del núcleo familiar indefinida o permanentemente de para salvaguardar su aspiración a una vida mejor. Ante la inminente postura radical e intolerante del actual presidente de los Estados Unidos, surgen diversas interrogantes respecto a la forma en la que los procesos de deportación se llevarán a cabo y más aún, respecto al estado que guardará en el futuro la reforma migratoria. De entrada, se antoja irreal y materialmente imposible la deportación con la que amaga el presidente Trump; no sólo porque se pretende deportar a casi 12 millones de migrantes sino porque esa cantidad de deportaciones le costaría a EU más de 114 mil millones de dólares, presupuesto que evidentemente tendría que salir de un alza importante a los impuestos federales, sin dejar de lado el costo político interno y externo que le representaría al presidente y a los Estados Unidos. No obstante, hablar de un dilema de estas proporciones resulta por demás absurdo cuando se trata de un país conformado con una sólida base migrante y multicultural. Sin embargo, pasamos del dilema a la preocupación, primero por los que ya están establecidos allá y viven ahora en medio de la angustia, la incertidumbre y tienen que sobrevivir en ambientes cada vez más hostiles al interior de un país con una crisis de instituciones profunda y estructural que parece no recordar la gran labor y aportación que ha hecho la migración a todos los ámbitos de la vida nacional de los Estados Unidos. Y, segundo, por los que van a regresar, aquellos que vienen con los bolsillos medio vacíos y con una precaria educación formal, muchos de ellos se fueron analfabetas y regresarán analfabetas; se volverán migrantes hacia su propia tierra, una tierra que tendrá que aprender a valorarlos, a aceptarlos, a integrarlos y a no minimizarlos por el uso de su spanglish y de gustos amalgamados, que rayan entre el sincretismo cultural y los reaprendizajes culturales obligados. México los recibe con los brazos abiertos, pero ¿también lo harán sus familias?, ¿sus trabajos?, ¿las escuelas?, ¿las colonias?   Contacto: Correo: [email protected] Twitter: @ArleneRU Linkedin: Arlene Ramírez-Uresti Google+: Arlene Ramírez Las opiniones expresadas son sólo responsabilidad de sus autores y son completamente independientes de la postura y la línea editorial de Forbes México.

 

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