Heredero de la nobleza política del país, empresario televisivo y aeronáutico, son sólo algunas de las facetas de este abogado que ha dedicado gran parte de su vida a la filantropía. Por Gabriella Morales-Casas Miguel Alemán no es sólo el nombre del Viaducto, de la Costera de Acapulco, de cientos de avenidas y munici­pios. Es un nombre que va unido a la historia política y empresarial de México. ¿Cómo comenzó todo? Miguel Alemán Valdés fue hijo de un famoso general de la época revolucionaria y un prominente político mexi­cano que llegó a ser presidente de nuestra nación de 1946 a 1952. A su sexenio se le conoce como el milagro mexicano, por el alza del PIB y, sobre todo, la urbani­zación de la Ciudad de México, de los puertos de Aca­pulco y Veracruz, fundamentales para el comercio y el turismo del país, así como la creación de la Ciudad Universitaria de la UNAM; inclusive, ésa fue la época más productiva de la cinematografía mexicana. El legado de Alemán Valdés vive en su hijo, Miguel Alemán Velasco, quien por aquellos tiempos de los años cincuenta era conocido como Miguel Alemán júnior, o “Miguelito” Alemán. Pero Miguel Alemán Velasco, de 82 años, ya no es ése “Miguelito” hace muchas décadas. Titulado en la Facultad de Derecho que acababa de mudarse a CU, “el licenciado Alemán”, como es cono­cido en el PRI, partido al que pertenece desde 1953, y en los altos sectores políticos del país es una de las figuras más importantes de la vieja guardia empresarial mexi­cana que vive, además, para contarlo. «Siempre me llamaron la atención los aviones; mi tesis fue sobre derecho internacional aéreo», dice en exclusiva para Forbes Life el ahora presidente del con­sejo de Interjet —que dirige su hijo Miguel Alemán Magnani— y, ante todo, filántropo. «La fundación ocupa prácticamente todo mi tiempo», asegura. Se refiere a la Fundación Miguel Alemán, AC, cuyo informe anual en la biblioteca del presidente reúne a personalidades de alto rango político y social, sólo para escuchar los detalles de las inversiones priva­das y logros de los beneficiados por sus programas de turismo, la salud, la equidad de género, humanidades y productividad agropecuaria. Filántropo de la historia Entre muchas cualidades, la fundación tiene una edito­rial propia dedicada al rescate de la historia y las artes mexicanas, y hasta a temas de derecho ambiental, una de las pasiones de Alemán Velasco. José Iturriaga o Antonio Saborit son sólo dos de los autores que han creado ediciones exclusivas para esta fundación, disponibles para todos los benefactores de la misma. El propio Miguel Alemán Velasco ha escrito 19 ensa­yos y siete novelas históricas para la fundación, cuyas oficinas están colmadas de objetos históricos como libros antiguos, documentos del ex presidente Alemán y algunas piezas de arte, «que son pocas y todas son rega­los que le hicieron a mi padre». La colección privada de la familia no será muy grande, pero sí suficiente para que Alemán Velasco volcara en el arte su pasión filantrópica, particular­mente en el Museo de San Carlos, del que es presi­dente del patronato sólo por la emoción que lo ha unido con este lugar desde muy niño: «Era el museo al que venía cuando era niño. Nos traían de la escuela; era el obligado.» aleman_arte San Carlos, su pasión Por aquellos años cuarenta, «todavía tenía techos de tela bom­bacha llena de polvo», y si bien es uno de tantos museos a los que pertenece como miembro benefactor, éste ha sido favorecido con una remodelación patrocinada por Alemán y sus patronos. Desde 2011, el patronato que preside el empresario renovó el museo en su totalidad. «Hasta las aspiradoras me compró», dice Carmen Gaitán, directora del Museo de San Carlos, esa academia gloriosa erigida en 1776 por la que pasaron grandes maestros de la plástica mexi­cana, como Manuel Tolsá y Diego Rivera, y que alberga colecciones europeas de los siglos XV al XIX. Personalidades como Rogerio Azcárraga, Juan Anto­nio Pérez Simón, Carlos Slim Helú, Lorenzo Lazo, Germanie Gómez Haro y José Pintado, por mencionar sólo a algunos patronos, han sido parte de esto. «Y los ami­gos del licenciado, porque Autofin nos puso el eleva­dor y los nuevos sanitarios nos los patrocinó el Hotel del Ángel», dice una emocionada Gaitán, refiriéndose a quienes no son parte del consejo. La importancia de un museo Todo lo que hay en este museo, desde el piso hasta las macetas, viene de la iniciativa privada, incluida la nueva muestra, Manierismo, el arte después de la perfec­ción, con piezas de alto calibre «que costaría millones de pesos traer». La exposición estará abierta hasta junio y en ella se pueden apreciar pinturas destacadas de Doménikos Theotokópoulos “El Greco”, Jacopo Robusti “El Tin­toretto”, Francesco Salviati y Andrés de Concha, cura­das por Marco Antonio Silva Barrón. «Muchas de ellas prestadas por la colección Pérez Simón, y se los agradezco», dice Alemán, «porque de nada sirve tener una gran colección si no la compartes». En eso se resume la filantropía para Alemán Velasco, «en no acumular cosas en tu casa». Para él, las colecciones de arte, de literatura e historia, «deben estar al servicio del público; de otra forma es egoísmo. Ojalá quienes tienen grandes colecciones las donaran a museos en lugar de heredarlas», dice el empresario, quien está en contra de las galerías actuales, justo por «hacer impagables obras que tal vez ni lo valen tanto». A su parecer, el arte contemporáneo se presta para manipulaciones en todo el mundo. «Hay cosas en la actualidad que cuestan más que un Picasso, y eso no lo entiendo», porque muchas veces esos artistas se quedan en «llamarada de petate y ya no vuelven a figu­rar», cuando un cuadro pintado por Monet o Diego Rivera «no tienen precio porque pertenecen a toda la humanidad». Eso sí, le gusta el arte contemporáneo. «La gente se vuelve loca con Rothko», pero piensa que en esta corriente plástica de lo que se trata es de identificarse con una obra por los estados de ánimo que produce, «no de que un loco pague una millonada porque el gale­rista le dijo, y ni siquiera le guste al comprador.» Lo interesante es que el conocimiento artístico de Alemán no se limita a la filantropía, sino que él mismo es artista «amateur. Para nada me considero un pintor», dice modestamente. Lo curioso es que pinta arte contemporáneo, lo confiesa una sonrisa casi infantil: «Lo hago para expresar lo que siento, no para irme a vender a ningún lado. Aquí no hay pretensión; es puro gusto.» Pero no se trata de una vocación frustrada. «Nunca quise ser pintor ni artista de nada; siempre quise ser abogado.» Tampoco quiso ser piloto de aviones: «Me apasionan muchísimo, pero no me dio por quererlos conducir.» Hasta el Apollo 11 De que es un conocedor de la aviación, no hay duda. La flota de Interjet es prueba de ello, especialmente su avión privado, un espectacular Gulfstream con finos acabados que lleva los colores de su compañía de aviación. Sólo un auténtico amante de los aires sabe lo que vale. Sólo un enamorado de la aeronáutica dedica su vida a ello. Inclusive, durante su largo periodo como accionista de Televisión Vía Satélite, SA de CV, Televisa (y presidente de la misma en algún momento), Alemán tuvo funciones que iban más allá de la oficina administrativa, no sólo con apariciones en algunos programas como presentador, sino como parte fundamental de los cabildeos por la adquisición de los primeros satélites para transmisiones en vivo en América Latina, en los lejanos años sesenta y setenta, incluyendo la transmisión del alunizaje en 1969. Durante su labor dentro del conglomerado de la familia Azcárraga, Alemán Velasco fue a muchos lanzamientos en la antigua URSS y en Florida, en Cabo Caña­veral, «pero me retiré luego del Apollo 11», dice con gracia, sabiendo que Televisa logró transmitirlo en vivo, en gran parte gracias a él y sus cabildeos. Alemán, quien también fuera gobernador consti­tucional del estado de Veracruz (1998 a 2004) y sena­dor de la República, tiene buenos recuerdos de su paso por Televisa, pero no se arrepiente de haber dejado la empresa, «para regresar a lo que más me apasiona, que es la aviación». De todos modos, no le queda mucho tiempo para más entre Interjet y sus numerosas ocupaciones filantrópicas. Y es verdad: al mismo tiempo responde correos en su iPhone, aunque diga que no lo sabe usar bien. «No soy muy docto en esto; una computadora es muy com­plicada para mí.» Estamos frente a un hombre de 82 años que creció en un tiempo en que no había televisión, aunque des­pués él se haya encargado de construir un imperio de pantalla chica. Pertenece a una generación que todavía se preocupa por contar historias, pero que no se queda viviendo del recuerdo. Es proactivo. «Todavía tengo mucha energía.» Hace apenas unas semanas dio el banderazo de salida para el Rally Maya, en el que coches antiguos recorren tres estados del sureste, y ahí mismo firmó un convenio para hacer de Yucatán la base de conexión o hub de Interjet en Mérida, y en seguida viajó al Tianguis Turístico para dar una conferencia en la que criticó las faltas de acuerdos entre el gobierno federal y el Congreso «para favorecer al sector turístico en México». Sí, le cuesta usar el iPhone, pero quién necesita uno si en su memoria personal está la experiencia y la historia. Al tiempo que recorre el Museo de San Carlos, va contando historias sobre las pinturas de “El Greco” en el Museo Nacional del Prado, del que también es patrono. Lo sigue un séquito de personas, incluido el también empresario Lorenzo Lazo, a quien estima mucho –«su padre fue el arquitecto que proyectó la Ciudad Universitaria (Carlos Lazo), quiero mucho a este muchacho»–. Pero Alemán no parece preocuparse por quién lo sigue y quién no. Camina tranquilo, sin la escolta detrás. También ha sido un hombre con sus bemoles: dis­cutido como gobernador de Veracruz durante momen­tos delicados por su gestión, criticado por su linaje (por los historiadores detractores de su padre), es imposible no ser señalado o discutido cuando se pertenece a una dinastía política y empresarial en un país como el nuestro; es de esperarse, y Alemán Velasco lo sabe. Sólo que su aura de benefactor pesa más. La gente lo conoce, lo reconoce en la calle, lo saluda, dicen: «ahí va Miguel Alemán». Porque nadie puede recriminarle su compromiso con el rescate de la cultura y el arte mexicanos. «Es lo único que tenemos», dice sincero. Pero tal vez lo que más distingue a Miguel Alemán es su educación social, su sonrisa y atención para quien se le acerque, en donde esté y en cualquier instante. Además sabe de arte y conoce de historia. En resumidas cuentas, es de esos caballeros de los que ya no hay. aleman_coleccion1

 

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