Por Mildred Ramo Es una élite forjada a base de la distribución discrecional de bene­ficios. Para ellos, los negocios florecieron al amparo de un sistema de conflictos de interés y de corrupción insti­tucional, que favorece los tratos y concesiones entre políticos destaca­dos, apellidos de abolengo y los más acaudalados. Lejos, muy lejos, de la meritocracia y la democracia. Le llaman el “sistema de camarilla” o el “capitalismo entre amigos”. Hablamos de la nueva burguesía que se forjó en el porfiriato, descrita por Jorge H. Jiménez en su libro Porfirio Díaz, empresario y dictador. Es perturbador encontrar tantas semejanzas en una de las clases sociales más vistosas en el México contemporáneo: los mirreyes. “Muchos de los privilegios de antes lograron transitar a la nueva época y se han visto robustecidos: hoy las élites son más presuntuosas […] La relación entre el poder y la economía de compadres fundó las grandes fortunas del siglo pasado”, escribe el periodista Ricardo Ra­phael en su libro Mirreynato. Más allá de los partidos políticos y de las transiciones democráticas en el país, ellos, los privilegia­dos, han sabido subsistir. Las élites económicas tienen más poder que nunca, y los mirre­yes son sus más llamativos representantes. Son herederos de la clase empresarial que se forjó en el porfiriato y sus 300 familias; de los “juniors” de los 60; de los “fresas” de los 90. Pero lo ignoran. “Saben muy poco, son muy ignorantes. [Carencen de] cultura. Tienen la profundidad de un charco”, explica Eliza, una alta ejecutiva que los tiene cerca en su círculo social. Al buscar las descripciones de esa capa social, hay muchos detalles que hacen reír. Como los que com­parte Pierina Feria Chiquini, socia de The Box Club, empresa de aseso­ría de imagen para hombres. “Usan colecciones de marcas por la marca misma, no por la calidad ni el diseño”. Una caricatura. Como el per­sonaje Javi Noble, de la película Nosotros los Nobles, dirigida por Gary Alazraki. El problema es que, más allá de lo anecdótico, en la iconografía colectiva representan la desigualdad y la impunidad, las que más fragmentan al conjunto social. “Como sujetos de estudio, los mirreyes son una de las aristas que nos interesan”, explica Cristina Oehmichen, investigadora del Ins­tituto de Investigaciones Antropo­lógicas de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Los evalúa como una muestra de la des­igualdad social que hay en el país; hijos de empresarios y de funcio­narios que actúan con prepotencia, que exhiben sus privilegios en un discurso de clasismo y desprecian la cultura del esfuerzo. “Es un comportamiento de una lumpen-burguesía dependiente, con muy poco capital cultural y una posición racista. Cuando se habla de ‘los nacos’, ‘la plebe’, ese tipo de expresiones de hijos de políticos, de funcionarios, de empresarios. Es la involución de los juniors: son así, pero más patéticos. Esto expuesto a los ojos de todos por el uso de las redes sociales”, anota Oehmichen. Al preguntar por ejemplos de mirreyes conocidos, caen algunos como el de “Los Porkys de Costa de Oro” (2015), un grupo de cuatro veracruzanos de alrededor de 20 años de edad, de clase media-alta, acusados de violar en grupo a una adolescente. También mencio­nan el caso de Humberto Benítez Treviño, que, en 2013, mientras era titular de la Procuraduría Federal del Consumidor (Profe­co), enfrentó el escándalo cuando su hija, Andrea Benítez, mandó a empleados de Profeco a clausurar un restaurante porque no le gustó el trato que le dieron. El desplante le costó el puesto y la vida pública al entonces procura­dor del consumidor. Hablar de los mirreyes implica pasar por una ruta inevitable: los políticos.   ¿Patrocinio del Partido Verde? Para ellos todo “rifa”, explica Liza. Es cuestión de “rifar cañón”, que es irse de fiesta interminable. Pasar los puentes patrios en Las Vegas, con sus camisas negras y collares de cuentas budistas. Los veranos en Saint Tropez, inmersos en “burbujas” (champaña); noches de sadomas en The Box, de Nueva York. Viven para la fiesta, forever young, mirreyes a los 40, el club de Peter Pan. Para Ricardo Raphael, Jorge Emilio González Martínez, uno de los reconocidos miembros del Parti­do Verde de México (PVEM), es el máximo representante de la élite de los mirreyes. “Jorge Emilio González, conoci­do como el Niño Verde, un tipo in­sulso, me atrevería a decir sin alma, a quien el padre lo echa a perder al heredarle dinero y poder inmere­cidos; a partir de ellos ha hecho fortunas enormes, mediante favores que han devastando flora y fauna de Quintana Roo. Si hay un personaje que es el antihéroe mexicano, es él”, señala, vehemente, el escritor. En plena coincidencia, Eliza se­ñaló al mismo personaje cuando le preguntamos por visibles represen­tantes de los mirreyes. Las notas periodísticas avalan esas apreciaciones. Santiago León Aveleyra, exdiputado del Verde, fue el encargado de exhibir pública­mente las escandalosas notas de consumo de Jorge Emilio en Saint Tropez (hoteles, antros y restau­rantes en 2002 y 2003) y en el hotel George V, de París, en 2003. Un año después, se difundió un video en donde él negociaba permisos de construcción en Cancún a cambio de 2 millones de dólares. En todo ese tiempo, él era senador. Jorge Emilio es hijo del fun­dador del PVEM, Jorge González Torres, y nieto del ex gobernador de Tamaulipas, y dos veces secre­tario de estado, Emilio Martínez Manatou. Es sobrino de Víctor González Torres, dueño de Farma­cias Similares. “Aunque Jorge Emilio ‘le bajó a la fiesta’ cuando se casó con María Couttolenc”, afirma Eliza. En 2014 contrajo matrimonio con la hija de José Alberto Couttolenc Güemez, empresario y asambleísta por el PVEM. Entonces él tenía 42 años y ella, 22. Gente como Jorge Emilio, aporta Ricardo Raphael, hace negocios al más puro estilo del viejo priismo, representado, según el autor, por la escultura a la memoria de Carlos Hank González, ubicada en Paseo Tollocan, en Toluca, la capital mexiquense. “Deberíamos desmontar esa estatua igual que los rusos hicieron, en su momento, con los monu­mentos a Lenin. Quitarla y decir, colectivamente: hasta aquí llegó el estilo de hacer política y negocios al amparo de lo corrupto y el favori­tismo, aunque muchos todavía se mueran de ganas de lograrlo”, dice el autor de Mirreynato. Es el estilo de hacer negocios al amparo del gobierno en turno, prosigue Ricardo Raphael, en entre­vista con Forbes México. Enormes capitales construidos por medios no legítimos, como prebendas, pagos de favores, opacidad y corrupción. Grandes fortunas se han forjado así y los mirreyes son sus herederos. “De ahí que, muchas veces, no son bien vistos por la élite mexicana de abolengo, a quien no le gustan determinadas formas de ostenta­ción. Pero, luego, a final de cuentas, el dinero te permite ir a sus mismas escuelas y clubes deportivos. Me temo que, tarde o temprano, los mi­rreyes terminan asimilándose entre las clases más altas del país”.
Fotos: Victor Chavez/WireImage y GVK/Bauer-Griffin/GC Images

El cantante Luis Miguel y Roberto Palazuelos son precursores de los mirreyes, al igual que Jaime Camil, explica Eliza. De hecho, Alejandro “Picha” Bastieri, el hermano de Luismi, es otro mi­rrey, aunque un tanto fallido, pues no tiene la fortuna de su famoso hermano. Fotos: Victor Chavez/WireImage y GVK/Bauer-Griffin/GC Images

Los hay numerosos. Egresados de las escuelas de los Legionarios de Cristo, del Cumbres, del Suizo y del Colegio Americano. ¿Qué características comparten? Una actitud de “yo por encima de todo” en la vida. Y fortunas obtenidas por herencia. “La condición es que tengan dinero, mucho dinero. Un mirrey pobre es un pobre mirrey”, senten­cia Eliza. Los menores de edad todavía no gastan en Saint Tropez, pero se van de escapada (con sus escoltas y Mercedes) a los clubes de playa en Acapulco y Cancún. Pueden gastar­se de 30,000 a 60,000 pesos en una noche de antro, con la Black de su papá. Sin quejas ni regaños. La pregunta se hace inevita­ble: ¿Cómo se hace un mirrey? Se lo preguntamos a Marisol Pérez Ramos, jefa del Área de Investi­gación Procesos Psicosociales y Fenómenos Colectivos, de la UAM Iztapalapa. “Es un estilo de crianza. Hace 20 años se tomó la ‘crianza positiva’, la de la reafirmación constante. Es la cultura que impregna en los niños la idea de ‘yo puedo, soy especial, puedo lograr muchas cosas, sin ningún límite’. Esto les resulta muy confuso y se transforma en la crian­za de la prepotencia”. Crecen sin límites. Toda limitan­te les parece violenta y reaccionan de la misma manera, razona Pérez Ramos. En realidad, se crea una forma de inadaptación social, en la que ellos son prepotentes y gozan de impunidad. A cambio, obtienen del resto de la sociedad burlas y hu­millaciones. Es una de las espirales de la violencia que atestiguamos cotidianamente. “Esto no se termina con campa­ñas o buenas intenciones”, continúa Pérez Ramos. “La única forma de combatirlo es mediante una socie­dad más pacífica, que no continúe la violencia”. Desde el punto de vista legal, hay numerosos mecanismos para combatir la discriminación y los conflictos de interés que forman parte de esta élite, indica Regina Rojas, catedrática en Derecho, en la Facultad de Leyes de la UNAM. “En el Código de Procedimien­tos Civiles hay un título de recur­samiento de sanciones y excusas para los magistrados, jueces y secretarios, que deben declarar y retirarse cuando tienen un conflicto de interés (por negocios, amigos o parientes, por ejemplo) en los casos que atienden”. Esto mismo ocurre con los fun­cionarios públicos. Y, en los casos de discriminación, está la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH) y el Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación (Cona­pred), en donde pueden presentar­se denuncias. “Leyes para poner límites y castigos a los que se sienten tribus de elegidos por encima de todos, sí hay. El problema es que México ocupa el lugar número 35 en el ran­king mundial de la corrupción. Eso y la desidia para denunciar es lo que propicia que gocen de impunidad”, aclara Regina Rojas.   Agarrarles el modo A los mirreyes los encuentras en las colonias donde viven y conviven los deciles más altos de la población. San Pedro Garza, en Monterrey. Bosques-Santa Fe, en la Ciudad de México. Te los topas en los res­taurantes de más postureo, los de moda, los ideales para salir en blogs y revistas de socialités. Por eso encontrarnos con Daniel, trabajador de la industria restau­rantera desde hace una década, fue un hallazgo afortunado: lleva toda esa cantidad de años en diversos antros y restaurantes de Bos­ques-Santa Fe, en CDMX, y otros de alto lujo en la Riviera Maya. Si al­guien puede identificar a un mirrey, de lejos y a primera vista, es él. “Sí, son todo eso que dicen: prepotentes, groseros, truenan los dedos, te hablan golpeado. Al principio son así. Ellos siempre quieren trato especial. Por ejemplo, son los que fuman adentro de los restaurantes y antros aunque esté prohibido por la ley, siempre meten en líos a los dueños del lugar”. Dice, divertido, Daniel. Lo que afirma después es inesperado: “Pero son mis clientes consentidos”. Porque, después de pasar la primera barrera de los mirreyes, si sabes caerles bien, son los que mejor te tratan y más generosas propinas dejan. “La cuestión es conocerlos. Aprender rápido. Ir un paso ade­lante. Saber que les gusta el whisky con dos hielos. Que prefieren las toallas húmedas tibias. El término de la carne. Cuando ya los conoces y los atiendes bien, se vuelven muy generosos”. Dadivosos. Como el mirrey que hace un par de navidades le dio una gran sorpresa a Daniel. “Era una fiesta navideña en un antro en Santa Fe y él era mi cliente frecuente. Esa noche ni siquiera me tocó atenderlo, sino a uno de mis compañeros. En algún momento, se acercó a mí, me entregó un fajo de billetes y me dijo: ‘Es tu regalo de Navidad, mi Dany, porque siempre me atiendes muy bien’”. Le obsequió 7,000 pesos en efectivo. “Se visten de súper marca, hablan como señoritas (dicen frases en las que incluyen la palabra ‘tipo’ para todo), gastan mucho, beben más… viven en zonas de lujo, como las Lomas, Tecamachalco y Bosques. Hay unos que se sienten mirreyes, pero viven en la Condesa. Ésos no lo son”, ilustra Daniel.   Una nueva clase empresarial Para Ricardo Raphael, aquel que administra recursos de la sociedad, como los empresarios, juega un liderazgo social importante. Y justo en el empresariado hay numerosos personajes que han hecho su for­tuna a partir del esfuerzo y de sus talentos. Son ellos quienes debe­rían liderar la conversación con la comunidad, servir de ejemplo. “Muchos de los empresarios más honestos han optado por la discre­ción. En su silencio, es el ruido de los más llamativos, de los mirreyes, lo que se escucha. Pero son los otros empresarios quienes tienen una voz más potente para compartir un código ético que inspire a los de­más. Hay que romper ese silencio”, explica el periodista. Lo que se desea, continúa Raphael, es que haya más como Alejandro Ramírez, con su capaci­dad de crecimiento en una empresa como Cinépolis, y menos como Luis Armando Hinojosa, con sus escán­dalos de privilegios para concesio­nes en infraestructura.   Desigualdad Por definición, cuando se habla de desigualdad económica se observa que hay una grave distorsión social cuando la riqueza se da, fundamen­talmente, por el otorgamiento de privilegios y uso del poder. La concentración de la riqueza, entonces, se da en un sólo extracto social, como ocurre en el México de 2017: la disparidad salarial de más de 100 veces entre el sector que me­nos gana y el que más; de acuerdo con el Reporte global de riqueza, de Credit Suisse, México es uno de los nueve países emergentes con más desigualdad; 64% de la riqueza en el país la posee 10% de la población más adinerada. En los últimos 14 años, la concentración de la riqueza se redujo apenas 5%, cuando pasó de 69% a 64%. Los mirreyes son representan­tes de esa élite. Y, para ellos, eso es un orgullo. Lo ostentan. Es el eje de su vida. “Podemos decir que, conforme la situación fue mejorando para ellos, empeoraba para el resto de la población, incluyendo a los hombres de negocios no privilegia­dos por el régimen. Mientras más fuerte era este pequeño grupo de élite, más lejos estaba de la demo­cracia, la auténtica competencia en los negocios y el libre mercado. A medida que la democracia se alejaba, el conflicto social y político cobraba mayor presencia”, describe el libro Porfirio Díaz, del historia­dor Jorge H. Jiménez, refiriéndose, precisamente, a los privilegiados del porfiriato. Fue esa polarización social la que, al cabo de 30 años, destruyó al gobierno que la engendró. En este punto es donde recordamos que la sociedad que olvida su historia, tiende a repetirla; y que, hoy, los mirreyes constituyen una de las muestras más ostensibles de la desigualdad y el discurso clasista en este país.  

 

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