Transcurren los meses y el negro futuro que oteaba en el horizonte parece ir ocultándose. Si nos fijamos en la apreciación del tipo de cambio (más de un 16.5% en lo que va del año) y en las expectativas de crecimiento (2.5 o 3%), parecería que México se encamina hacia una modesta senda de crecimiento económico. Y no estaremos tan lejos de la realidad, en caso de que la amenaza del TLCAN se resuelva positiva o, al menos, no tan calamitosamente como augurábamos algunos. El problema, recordando la frase de James Carville, asesor de ex presidente Bill Clinton, “¡es la economía, estúpido!”; sólo que, esta vez, el enemigo se encuentra dentro, dado que los directivos del Banco de México (Banxico) y la Secretaría de Hacienda son cachorros del monetarismo impulsado por el economista estadounidense Milton Friedman y secuaces. La diferencia es que “antes” nos imponían sus “condiciones estructurales” desde afuera, pero ahora el timonel se encuentra dentro de la nave, y como decía Goebbels, ministro de Adolfo Hitler, una mentira repetida muchas veces se convierte en verdad. Eso impide que se den cuenta de la realidad, aun cuando el país estalle en mil pedazos, cosa que ha sucedido repetidamente desde 1982, gracias a estos “salvadores”. Ahora el problema es el énfasis en la inflación como único parámetro de medición de la salud de la economía, y la consecuencia de este simplista análisis de la realidad es subir, de manera exagerada, a cerca del 7%, las tasas de interés, cuando la economía necesita crecimiento, inversión y consumo. Además, los países emergentes enfrentan choques externos que les impiden tener la inflación de las naciones desarrolladas, y eso no se ataca subiendo las tasas de interés. La consideración de que, con tasas bajas de inflación, la economía crece como por arte de magia es una de las consecuencias de la adoración a Milton Friedman y el monetarismo, que tanto daño han hecho a México. Como señala el Premio Nobel de Economía, Joseph Stiglitz en su libro El euro, subir las tasas de interés prematuramente se nota varios meses después; aunque puede disminuir la inflación, genera efectos recesivos para una economía, al limitar el papel que el crédito juega como corazón del sistema. Además, esta acción coloca la inflación por encima del crecimiento como objetivo de la economía y rinde pleitesía a la fe de Friedman en los efectos de la política monetaria. Las tasas de interés bajas son necesarias cuando la economía está enfriada, como es el caso de México, lo contrario de lo que está haciendo Banxico. En contraste, muchos países asiáticos crecieron de manera prolongada con unos puntos superiores a la inflación (que tanto preocupa a Banxico), como ha señalado el economista coreano Ha-Joon Chang. Todo parece indicar que el error que ocasionó la subida de las tasas de interés en Grecia y la Unión Europea, que prolongó los efectos de la Gran Recesión sobre toda una generación, no ha sido suficiente para hacer cambiar de opinión a nuestros dirigentes económicos. El otro gran engaño que la “Troika mexicana” debería admitir son los efectos mágicos que el libre comercio tiene sobre una nación. En los análisis neoliberales, los mercados funcionan a la perfección y el aumento de las importaciones se compensa con un aumento en las exportaciones. Las exportaciones crean puestos de trabajo; las importaciones los destruyen. Pero en las “economías perfectas” la política macroeconómica garantiza el pleno empleo, y la aparición de un sector exportador más productivo eleva el nivel de vida. Pero, como señala Stiglitz, todas las pruebas indican lo contrario: en Europa, la tasa de desempleo sigue siendo obstinadamente alta. Y eso significa que el efecto destructor de empleo de la liberalización comercial es superior al efecto creador, al menos en el corto plazo. En este sentido, la desaparición de puestos de trabajo en un sector no necesariamente entraña automáticamente la aparición de trabajos en otro. No les vendría mal a nuestros tecnócratas leer a este Premio Nobel, por lo menos para darse cuenta de que no navegamos en un mar sin turbulencias, y que cuando éstas vengan, habrán sido creadas, al menos en parte importante, por los mismos que nos dirigen.  
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