Reuters- Los cuatro hijos de María Bonilla y Esteban Funes, entre ellos un menor de 10 años, se embarcaron en el traicionero viaje hacia el norte, prefiriendo la vida de un migrante sin papeles en Estados Unidos a la de un productor de café en Centroamérica.

“Si yo no tuviera a mi mamá, también me iría para Estados Unidos (…) aquí nadie es solvente”, dijo la mujer de 40 años, quien todavía está tratando de vencer las probabilidades y obtener ganancias de la finca de su familia en El Laurel, una aldea rural en el noreste de Honduras.

El café ya no es negocio para muchos de los cientos de miles de agricultores centroamericanos que producen los delicados granos arábica. Cada vez más, están tirando la toalla, convirtiéndose en parte de un flujo migratorio más amplio que buscar llegar a la frontera entre Estados Unidos y México y que, según cifras oficiales, ha llegado a un récord este año.

Francisca Hernández, de 48 años, contó que alrededor de una décima parte de los 1,000 caficultores de su caserío La Laguneta, en el sur de Guatemala, había salido este año rumbo a Estados Unidos.

Entre ellos se encontraba su hijo de 23 años, quien fue detenido en México mientras intentaba llegar a la frontera sur de Estados Unidos, a pesar de haber pagado 10,000 dólares a un “coyote”, como se conoce a los contrabandistas de personas.

Finalmente cruzó la frontera en febrero de este año y ahora trabaja en un restaurante en Ohio y envía a casa alrededor de 300 dólares al mes.

Te recomendamos: México acelera traslado de migrantes y frontera de EU se prepara para atender pedidos de asilo

Periódicamente han habido oleadas de migrantes desde Centroamérica mientras las fortunas fluctuaban en el sector del café, de los que dependen casi 5 millones de personas de la región para sobrevivir, el 10% de la población total, según cifras del Sistema de Integración Centroamericana (SICA).

Sin embargo, este año ha sido particularmente difícil, según entrevistas con una docena de agricultores de la región, los jefes de un instituto cafetero regional y tres nacionales, además de un ejecutivo de una asociación internacional del café que tiene su sede en Estados Unidos.

Agricultores que habían acumulado pérdidas y deudas durante varios años por la caída de los precios internacionales del grano y la pérdida de negocios por la sobreproducción en Brasil, ahora se han visto inundados por un devastador resurgimiento de la enfermedad de la roya.

El patógeno fúngico ha revivido por la intensa humedad traída por los huracanes Eta e Iota que golpearon Centroamérica a fines de 2020, destruyendo cultivos y desplazando a cientos de miles de personas.

“El PIB de los países centroamericanos depende del café. Cuando al café no le va bien, es cuando se ven grandes migraciones de Honduras, El Salvador, Guatemala, Nicaragua”, dijo René León-Gomez, secretario ejecutivo de Promecafé, una red regional de investigación formada por los institutos nacionales de café de Centroamérica.

El café representa el 5% de Producto Interno Bruto (PIB) de Honduras, el mayor exportador de la región.

La decisión de migrar es el último recurso, agregó el ejecutivo. Los caficultores centroamericanos han estado produciendo con pérdidas durante años. “Se están suicidando”, comentó León-Gomez.

No te pierdas: Migrantes con miedo y esperanza por “Quédate en México”

Hacia el norte

Las autoridades estadounidenses realizaron alrededor de 1.7 millones de detenciones en la frontera con México en el año fiscal que finalizó el 30 de septiembre, la mayor cantidad jamás registrada. La cifra fue el doble que en 2019 y más de cuatro veces la de 2020, en plena pandemia.

La Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza (CBP, por sus siglas en inglés) no desglosa las cifras por tipo de trabajo, aunque los datos de migración más recientes proporcionados exclusivamente a Reuters por el Instituto Hondureño del Café (Ihcafe) dan alguna indicación de los números involucrados.

El instituto encuestó a 990 caficultores hondureños y encontró que en tres meses de gran migración en 2019 -mayo, junio y julio- el 5,4% respondió que al menos un miembro de su familia se había ido a Estados Unidos.

Si eso se repitiera en todo el sector cafetalero del país, el número de migrantes equivaldría a casi 6,000 en esos meses solamente; un 6% de todos los hondureños detenidos tratando de cruzar la frontera entre Estados Unidos y México durante ese período, según datos estadounidenses.

La roya contraataca

La recolección manual de café ha sido una forma de vida durante siglos en las regiones pobres y montañosas de Centroamérica, zonas demasiado empinadas, de suelo fino y boscoso que impiden incrementar la producción.

La región produce aproximadamente el 15% del café arábica del mundo, un grano con menos cuerpo que el robusta, pero más equilibrado y aromático, según los conocedores.

Sin embargo, la producción se ha desplomado un 10% desde fines de 2017, según datos de la industria, ya que los agricultores acumularon pérdidas por la caída de los precios mundiales del café.

Se espera que la producción retroceda otro 3% en la actual temporada 2021/22, a pesar de la solidez global de la demanda y la recuperación de precios, de acuerdo a cifras de la industria.

Te puede interesar: Más de 200 familias migrantes separadas en EU, en vía de reunificación

‘La única salida’

A medida que se reduzca la producción de Centroamérica, los pequeños agricultores serán cada vez más arrastrados hacia el mercado gourmet, donde obtener ganancias es posible, pero los trabajos son pocos porque los volúmenes son pequeños.

Mientras tanto, el mercado mundial del café se volverá más dependiente de productores masivos mecanizados como Brasil, y cada vez más vulnerable a los picos de precios si golpea el clima extremo.

Varios caficultores de Centroamérica hablaron de las espantosas espirales de deuda.

“Si la gente no tiene con qué trabajar empieza a vender sus cosas”, confesó José Magaña, un agricultor de 60 años del departamento Santa Ana, en el noroeste de El Salvador.

“Si tiene una yunta de bueyes, en el caso de que sean (caficultores) pequeños, lo vende. Si alguien es un caficultor mediano, vende una casa, u otras cosas para poder trabajar las fincas y el que no tiene que vender, no trabaja”, agregó.

La finca de Carlos Landaverde en Santa Ana fue tomada por el banco a principios de este año. El hombre de 44 años dijo que pensaba abandonar la vida que siempre ha conocido para migrar a Estados Unidos junto con su familia, sin temor a los peligros: “No me importan los riesgos”, dijo. “Es la única salida”.

Suscríbete a Forbes México

 

Siguientes artículos

BID ve en vacunas Covid-19 la mayor historia de éxito público-privada
Por

El presidente del BID destacó la colaboración público-privada para atacar la pandemia en forma organizada a nivel mundia...