Hace algunas décadas las personas decidían su área de desempeño laboral de acuerdo a lo que desde jóvenes soñaban ser de grandes. Hombres y mujeres enfocaban sus capacidades en lo que daría sentido a su vida. Diplomáticos, políticos, abogados, diseñadores, arquitectos, escultores, escritores y un sin fin de profesiones que promovían sus habilidades, dando como resultado una mayor alineación entre su ser y su hacer.

Conforme la industria se fue desarrollando, la competencia creciendo y las profesiones especializándose, la presión económica y la tensión por destacar se volvió un importante problema para el bienestar personal.

Ante la amenaza, el cuerpo humano pierde identidad, no reconoce si es un empresario angustiado, un emprendedor agotado o un director sobresaturado, el organismo escanea conflicto y saca su arsenal de sustancias para su supervivencia, mismas que utilizaba antiguamente para luchar contra una tribu adversaria o huir de la persecución de un león. 

Cortisol, adrenalina, noradrenalina, insulina, dopamina, hormonas reactivas preparadas para la batalla.  Oxígeno en los músculos para activar el sistema de locomoción, combustible en el cerebro para procesar información y sangre circulante en el sistema cardiovascular para tener mayor capacidad de actuar. Cuerpo y mente listos para el combate.

Pero, ¿qué sucede cuando la guerra se libra sentado tras un escritorio o una sala de juntas? La energía no se quema y se acumula en forma de grasa creando una fuente de reserva dispuesta a apoyar la siguiente contienda.  La tensión arterial aumenta y el cerebro siente que va a explotar. La garganta desea gritar. Las manos cargadas de sangre ansían golpear la mesa. El aparato digestivo reduce su actividad sin poder digerir los alimentos. El libido se apaga y las hormonas sexuales reducen su funcionamiento. Todo el cuerpo transita hacia una pérdida de su balance.

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Nuestra profesión: ¿Un espacio de realización ó amenaza a la salud?

Por naturaleza y preservación del ambiente, todo ser viviente busca regresar a su equilibrio. Lo intenta una y otra vez hasta que los estresores se vuelven constantes y confunden las señales. El sistema colapsa, pierde rumbo, ya no sabe cómo retornar a su homeostasis y se enferma.

El estrés crónico es el mal de este nuevo siglo. El desafío que está mermando nuestra capacidad adaptativa y con ello degradando las capacidades mentales, decreciendo los recursos energéticos y aumentando las afecciones gastro intestinales, cardio metabólicas y crónico degenerativas. 

Ante el reciente auge de sociedades dopaminérgicas necesitadas de constante recompensa, el estilo de vida se convierte en una carrera por sobresalir y acumular perdiendo de vista el tiempo, el esfuerzo y el riesgo a la salud que implica perseguir ese objetivo.

Si esta reflexión no es suficiente, hagamos un acercamiento a cifras negativas que respaldan esta información. “De acuerdo con un estudio que realizó en 2016 la OMS, el exceso de trabajo y estrés laboral provocaron 745 mil muertes por accidente cerebrovascular y cardiopatía isquémica. El reporte menciona que trabajar 55 horas o más a la semana se asoció con un 35% más de riesgo de accidente cardiovascular y un 17% más de riesgo de morir por una enfermedad cardiaca. Según datos de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), en el 11 % de sus países miembros, las personas trabajan más de 50 horas a la semana. En el Índice de Balance Vida-Trabajo publicado por la OCDE, los cuatro países donde las personas trabajan más horas son Turquía con el 33 % de los empleados, seguida por México con cerca de 29 %, Colombia con el 26.6 %, Corea del Sur con 25.2 % y en el sexto lugar Japón, con el 17.9 % de sus empleados. Si bien estas cifras ya son preocupantes, la OMS advierte que la pandemia aceleró la tendencia hacia un aumento de las horas de trabajo”. 2

Necesitamos hacer un cambio.

La solución: el conocimiento y la acción. Si hoy se sabe que hombres y mujeres mueren por enfermedades relacionadas a el estrés, ya no podemos hacer la vista gorda y continuar la forma en la que actuamos; debemos transformar nuestro estilo de vida y el de los ambientes de trabajo por uno que apoye un mayor bienestar. Fomentar hábitos y rutinas diarias en las que cada actividad promulgue una alimentación saludable, una actividad física regular, un sueño reparador y un adecuado manejo del estrés, así como espacios de placer, momentos familiares y conexión con los amigos, deberán ser los nuevos mandamientos.

Está en nuestra consciencia y capacidad de selección, el elegir actividades que nutran nuestro cuerpo y nuestra mente apoyando el equilibrio en las distintas áreas de nuestra vida para que seamos parte de las cifras positivas hacia una longevidad sana y una mayor realización personal.

Contacto:

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