José Hernández tenía 10 años cuando supo que quería ser astronauta. Estaba frente a su televisor (una consola que recibía imágenes en blanco y negro, con antena de conejo y ayudada por las agujas de tejer de su abuela), cuando vio una de las últimas caminatas en la Luna y cayó en cuenta de que su destino estaba en el espacio.

“Miré una de las últimas misiones Apolo, en 1971. Vi las imágenes del astronauta James Irwin caminando en la superficie de la Luna; era casi el final de la época de Apolo. Si lo piensas, los humanos no hemos regresado desde entonces a la Luna”.

Ahí nació el sueño de José, hijo de inmigrantes mexicanos, que aprendió inglés a la edad de 12 años y que, después, formó parte de la generación número 19 de astronautas de la NASA, lo que le permitió ser parte de la misión STS-128 a bordo el Space Shuttle Discovery, en 2009.

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Hoy es consultor y orador; también ha desarrollado una nueva faceta como emprendedor en la industria vitivinícola. José considera que las recientes noticias acerca de la llegada de los empresarios Elon Musk, Sir Richard Branson y Jeff Bezos al espacio distan mucho de hablar de un mero capricho de millonarios; al contrario, considera que ellos abren la puerta a una nueva industria con grandes posibilidades.

“Mucha gente interpreta que tenemos multimillonarios yendo al espacio como un mero capricho suyo y que realmente no hay un plan, pero estos señores se hicieron ricos porque son visionarios. Saben que, en el corto plazo, no tendrán un negocio boyante, pero entienden las oportunidades en el largo plazo”.

SpaceX, Blue Origin y Virgin Galactic son las primeras tres empresas privadas con capacidad e infraestructura para enviar humanos al espacio y regresarlos sanos y salvos. En el pasado, sólo la NASA y otras agencias espaciales gubernamentales del mundo habían tenido esa posibilidad.

“La oportunidad [de negocio] más cercana es el turismo espacial, pero no es la única meta”, afirma el astronauta.

José explica que, por ejemplo, en el caso de Blue Origin, la infraestructura desarrollada por el equipo de Jeff Bezos permite realizar misiones en cohetes reutilizables. Esto reduce los costos de enviar personas al espacio y abre posibilidades para trabajar en proyectos conjuntos con la NASA o, incluso, ganar contratos para enviar astronautas a las estaciones espaciales.

En tanto, en el caso de Virgin Galactic, José Hernández anticipa que la firma de Richard Branson podría apostar por un turismo a todo lujo, que acorte los tiempos de traslado.

“Las aeronaves de Virgin Galactic llegan a alturas suborbitales y aterrizan como un avión. Son ideales para el turismo espacial, pero ésa puede no ser la meta a largo plazo. También se puede desarrollar un sistema intercontinental aeroespacial. En pocas palabras, uno se puede imaginar un sistema de Virgin Galactic donde el avión despegue de Nueva York, haga su recorrido suborbital y aterrice en Singapur: en vez de tardar 14 horas, ese vuelo subobital transcontinental duraría como una hora u hora y media”, detalla.

Un universo abierto

Otra de las ventajas de los vuelos espaciales de empresas privadas, considera José Hernández, es el hecho de que muchas personas en Latinoamérica y el mundo que desean ser astronautas ahora tienen otra posibilidad, pues, en el pasado, sólo la NASA y otras agencias espaciales, como la Agencia Espacial Rusa, enviaban astronautas, principalmente ciudadanos de los gobiernos en cuestión, mientras que ahora, con la llegada de los privados al espacio, hay más oportunidades.

Para el resto del ecosistema empresarial, principalmente las startups, también se abre una puerta, esta vez, en tecnología satelital.

José recuerda que, en 2015, asesoró al gobierno mexicano en la compra de tres satélites de comunicación que eran del tamaño de un camión compacto, tenían un costo de más de 300 millones de dólares (mdd) cada uno y una vida útil de 18 a 20 años.

“Era un gasto… ¡astronómico! Para sacarle jugo, esa tecnología tenía que durar de 15 a 20 años en operación, pero, en ese lapso, esa tecnología se vuelve prehistórica. La tendencia ahora son los satélites pequeños para que, en vez lanzarlos y ser estacionarios [órbitas fijas], se lancen a baja altitud, tengan cobertura, se comuniquen entre sí y bajen señales de forma inmediata. Hoy pasa algo que antes no era posible: puedes ir a un viaje a las Amazonas y, en medio de la selva, ver Netflix en tu dispositivo. Eso requiere de proveedores que produzcan infraestructura, y ahí hay una gran oportunidad”, detalla.

Cuestionado acerca de si los emprendimientos mexicanos tienen verdaderas oportunidades de sumarse a la industria espacial, advierte que, si bien es una buena noticia ver startups locales, las firmas nacionales enfrentan aún varios retos.

“Hay bastantes empresas que ofrecen servicios de comunicación satelital. Lo que las compañías van a tener que hacer es generar un diferenciador, porque quienes ya están operando tienen capacidad de invertir para estar un paso adelante. Para una empresa más pequeña será, ciertamente, más difícil; habrá mucha competencia”.

Acerca del fondeo, José Hernández considera que los inversionistas hoy tienen más apetito, pero siguen viendo la industria espacial como un terreno de alto riesgo. Para mitigar preocupaciones, los emprendedores que quieran entrar en este segmento deberán presentar propuestas sólidas.

“Se deben hacer planes de negocios firmes, demostrando que no solamente existe demanda para lo que van a hacer, sino [que cuentan con] una lista de clientes que ya hayan firmado intenciones de comprar”.

El astronauta considera que el gobierno también es una pieza clave para el desarrollo de una industria espacial mexicana.

“Nos tenemos que distinguir para ser reconocidos como expertos. Para eso es importante la inversión del gobierno. Éste debería apostar más al estudio y desarrollo en laboratorios de universidades. En vez de cortar presupuesto a Conacyt, debería incrementarlo. La innovación se frena si no hay inversión”, añade.

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