Es un lugar común hablar de la nueva normalidad, de cómo el mundo se habrá alterado para siempre derivado del Covid-19. Después del impacto de la crisis y con el recuerdo vivo es lo menos que podemos esperar. Y esto es perfectamente entendible, es una manera de hablar con cierta certidumbre acerca de algo que en realidad es muy incierto todavía. Vale la pena -por ahora y con la memoria fresca- pecar de precavidos que de ligereza. La realidad es que sabemos muy poco sobre lo que va a pasar.

Para algunos, en la nueva normalidad todo se habrá redefinido y cambiado. Las cosas no volverán a ser ni de cerca las mismas. La interacción humana se verá cortada, las mascarillas por todas partes serán el estándar, la vida online será la norma e incluso el turismo de placer se habrá reducido. Los negocios como los restaurantes tendrán que sobrevivir trabajando a media capacidad y que decir de la industria del transporte arruinada por el distanciamiento con los aviones sin las filas de en medio. Aún así, recordemos que con las tecnologías más avanzadas -como con la teletransportación en Star Trek- el contacto físico sigue siendo la mayor aspiración del ser humano.

Para otros, la nueva normalidad se parece más a la “vieja normalidad” con un impacto particular en ciertas industrias y sectores que ya estaban-desde antes- resintiendo con las nuevas tecnologías del surgimiento de los nuevos modelos de negocio. Pensemos en la expansión de las compras en línea, los servicios de entrega a domicilio o, por ejemplo, del uso de plataformas de comunicación a distancia para trabajo remoto y el impacto sobre el uso de oficinas y lo convencional de algunos centros comerciales. Las sorprendentes recientes cifras del rebote en las Apps de reservaciones de restaurantes indicarían que nuestras preferencias son claras y que como coloquialmente se dice: “perro viejo no aprende nuevos trucos”.

Sin embargo, la nueva normalidad quizá se parezca más a una vieja normalidad en la mayoría de los aspectos. Sin embargo, hay una nueva normalidad que está pasando desapercibida para la mayoría. Esta tiene que ver con la capacidad de crear las estructuras económicas y políticas para que podamos lidiar con eventos con baja probabilidad de ocurrencia pero que cuando ocurren tienen un gran impacto sobre la economía. La capacidad que ha tenido un virus de ponernos de rodillas por una mala gestión de riesgo es impresionante. Lo que se habría podido ahorrar de haber actuado a tiempo y con previsión hubiese sido nada comparado con el costo del daño a la economía y los programas de estímulo y rescate. 

De esta forma, la nueva normalidad implica repensar cómo diversificar el riesgo para una sociedad global e interconectada en la que la afectación de una parte no implique el colapso del sistema. Implica, por costoso que pueda parecer, la necesidad de tener capacidades de redundancia y reacción que permitan prevenir la caída del sistema por eventos tan disruptivos como lo ha sido esta pandemia. Concentrar implica tener mayores eficiencias, pero también mayores riesgos. Por el contrario, diversificar reduce el riesgo, pero aumenta los costos. ¿Cuáles son las ventajas y desventajas de tener concentrada nuestra capacidad de reacción en la OMS o de tener en China el grueso de las cadenas de suministro? Todo esto implica repensar cómo cerrar las compuertas de una región o país en un mundo global de forma que no tengamos que cerrar a la economía mundial. Finalmente, lo queramos o no, implica repensar muchos aspectos de nuestra organización como sociedad global. Esta tendrá que ser la nueva normalidad.

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