El impacto económico y financiero de la crisis del Covid-19 ha sido devastador. Las pérdidas y afectaciones generalizadas han superado por mucho a lo que originalmente se anticipó, no sólo en los mercados financieros sino en la economía real. Algunas estimaciones hablan de que la economía mundial retrocedería alrededor de un 5% y tomaría tres años regresar a donde estábamos antes de a la crisis.

Aunque la crisis epidemiológica del Covid-19 fue concebida originalmente como un fenómeno que ocurría en China asociado a condiciones y características idiosincráticas del país asiático, lo cierto es que su acelerada y paulatina propagación, primero por Italia, y luego al resto del mundo hasta alcanzar la condición de pandemia, ha afectado a la salud y a la economía global.

Una de las grandes lecciones que está dejando el Covid-19 es que ya no es posible hacerles frente globalmente a ciertos tipos de eventos, en este caso epidemiológicos y económicos, con medidas locales que toma cada país de acuerdo con su criterio, capacidad y circunstancias. Lo que pasa en una parte del mundo y la forma en que se atiende tiene un impacto a nivel sistémico, por lo que las respuestas no pueden ser espontáneas ni limitadas a lo que un país hace. Como lo hemos experimentado, el riesgo que se corre es muy grande y los resultados son devastadores tanto para la salud como para la economía.

Ya había habido antecedentes sobre la necesidad de instrumentar acciones globales para resolver problemas de origen local, aunque nunca había sido tan claro como lo es ahora que se afecta simultáneamente tanto a la salud como a la economía global. Aunque atribuidas en principio a casos típicos de mala gestión económica en países emergentes, tuvimos varias crisis que tuvieron resonancia internacional. La primera sería la crisis del peso mexicano en 1994, considerada la primera crisis financiera del siglo XXI. Después vendrían las crisis de los tigres asiáticos en 1997, el default ruso en 1998, para después seguir los efectos “tango” y “samba”, entre muchos otros. La cereza del pastel sería en 2008 la crisis de las hipotecas sub prime en los Estados Unidos -de un fallo regulatorio local de origen- que causó un impacto global de grandes proporciones y dejó de manifiesto la fragilidad del sistema financiero internacional.

Hoy en día vivimos una pandemia que empezó como epidemiológica y se convirtió en económica, un ecovirus. Esto requiere tomar acciones a nivel global para reactivar a la economía mundial. México debe insertarse en la creación de las nuevas reglas del juego y diseñar un paquete de rescate nacional viendo también lo que hacen otros. Existe hoy una oportunidad inmensa de allegarnos de los mejores recursos: Agustín Carstens en el Banco Internacional de Pagos y José Ángel Gurría en la OCDE. Apenas hace unos días Carstens escribió en el Financial Times que era necesario que los bancos centrales dotaran de liquidez a la banca para que esta a su vez prestara -con reglas apropiadas- a las PYMES para reactivar la actividad económica.

Por su parte, Gurría ha hablado de crear un nuevo Plan Marshall para reconstruir la economía del mundo. Ambos son mexicanos, tienen posiciones de liderazgo y reconocimiento en la economía mundial, han sido secretarios de hacienda y seguro se puede hablar con ellos en corto y en confianza. ¿No valdría la pena acercárseles para hablar de que podría hacer México en esta emergencia global? En una de esas tienen alguna idea.

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