Mi primer encuentro con una banda de mariachis en vivo fue a los 13 años; y aunque este tipo de música era más o menos frecuente en casa, los acordes me cautivaron y aquella noche una voz interna me dijo que no sería la primera ni la última vez que deleitaría de esa forma mis oídos.

Y mi voz interna me cumplió, y con creces porque a la fecha ya perdí la cuenta de las visitas al emblemático Salón Tenampa en la Plaza de Garibaldi, que adornado con sus característicos murales con legendarios cantantes de la música vernácula mexicana como Pedro Infante, Jorge Negrete, Cornelio Reyna, José Alfredo Jiménez, Javier Solís (por mucho mi favorito), entre muchos otros, es un lugar donde todos, siempre y cuando no se excedan su capacidad etílica, conviven tranquilamente.

Las mesas, botellas, caballitos, un tradicional ponche de granada y los mariachis fueron compañeros de alegrías, sinsabores, y decepciones tal como dicen aquellas sabias palabras, “también de dolor se canta cuando llorar no se puede”.

En esos andares constantes tuve la dicha de conocer a muchos mariachis carismáticos, dicharacheros, alegres que siempre tenían la canción apropiada para el momento, para el sentimiento y la dedicatoria. “Nomás dime cómo va y ahorita la tocamos”, decía uno de ellos en un verdadero reto para la memoria musical.

Se estima que hay más de 800 mariachis en la CDMX, y que después de Guadalajara, la capital del país es donde más músicos ejercen esta profesión heredada por generaciones, y que ha sido el sustento de familias completas por años. Lo mismo están a lo largo del Eje Central “cazando” a los clientes, en plazas o puntos simbólicos, en todo tipo de eventos sociales, y hasta en lo velorios o marchas fúnebres. “A donde irá veloz y fatigada la golondrina que de aquí se va”.

Pero al igual que la gran mayoría de las actividades económicas, la pandemia desafinó por completo la fuente de ingresos de los mariachis que no pudieron trabajar por el distanciamiento social y su situación día tras día es más compleja por la falta de ingresos para sobrevivir. Y por si fuera poco serán de los últimos en reincorporarse en la reapertura progresiva de la economía porque los bares y cantinas están en la última final del programa. “Quién no llega a la cantina exigiendo su tequila y exigiendo su canción”.

Y lo que primero se convirtió en una plática de amigos, entre copas por cierto, para buscar alguna forma de apoyar a los mariachis conocidos; como para regresar un poco del acompañamiento musical y de la solidaridad muda que siempre ofrecen.

Aquella plática se transformó rapidamente de una idea a toda una iniciativa donde se sumaron liderazgos, talentos y muchas ganas de ayudar a un segmento que por la pandemia se hizo invisible y a las familias detrás de los instrumentos y el tipico traje de mariachi.

Finalmente y después de cambios y ajustes que en más de una ocasión provocaron un desánimo e impotencia, se logró dar el primer paso, más bien diría el primer acorde, el más reconfortante por cierto.

Reunir a 200 mariachis en la Plaza Garibaldi un domingo por la mañana y bajo las medidas de sana distancia y protección tocaran al unísono dos melodías y después Agrega, la plataforma de ayuda que exclusivamente canaliza despensas alimenticias a poblaciones vulnerables, entregó igual número de despensas a los mariachis que sonrientes agradecieron no sólo el gesto solidario sino la oportunidad de reunirse con sus colegas que desde hace semanas no veían.

Así sonó la primera melodía, pero nuestra meta es lograr toda una serenata, que por cierto en el argot de los mariachis se compone de 10 melodías, y seguir brindando ayuda a los mariachis, y sí hay mucha más población vulnerable y necesitada, pero hoy el objetivo es ayudar para que la música siga sonando, alegrando corazones necesitados de esperanza de que juntos podemos hacer todo.“Ay, ay, ay, ay, canta y no llores porque cantando se  alegran cielito lindo los corazones”

 

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