El actor, cantante y compositor llega con ganas a sus 80 años, una edad importante en la vida de una persona, y más tratándose de alguien como él, preocupado por la situación en México (y la industria musical).   El 6 de julio de 2013, en el periódico The New York Times, Oliver Sacks publicó un breve texto (corrijo: un bello texto breve) a propósito de sus 80 años de vida. Intitulado de manera provocativa “La alegría de la vejez. (No es broma)”, en él, el neurólogo y escritor hacía un rápido recuento de su vida, un diagnóstico general de su salud, y, sobre todo, agradecía haber llegado a las ocho décadas, las cuales recibía gratamente y sin ninguna particular recriminación. “¡Ochenta! No lo puedo creer. A menudo tengo la sensación de que la vida está a punto de comenzar, para en seguida darme cuenta de que casi ha terminado”, se leía en un párrafo del texto. Más adelante, Sacks escribía: “Hemos visto triunfos y tragedias, ascensos y declives, revoluciones y guerras, grandes logros y, de igual forma, profundas ambigüedades. Hemos visto el surgimiento de grandes teorías, para luego ver cómo los hechos obstinados las tumban. Uno es más consciente de que todo es pasajero, y también, posiblemente, más consciente de la belleza…” Al final remataba asumiendo su realidad: “Tengo ganas de cumplir 80 años.” Hace unos días, yo no dejaba de pensar en Oliver Sacks, y en su cautivador texto, mientras me dirigía a las oficinas del actor, cantante y compositor Óscar Chávez, donde me esperaba para conversar. Le había dicho a la querida Marta de Cea, su representante de muchos años, que quería platicar con él por un motivo especial: justamente los 80 años de edad que cumpliría el músico. Me parece —y así se lo dije en cierto momento— que es una fecha importante en la vida de una persona. Y más tratándose de alguien como él. Ella, en efecto, asintió… Era una agradable y fresca mañana de marzo cuando Óscar Chávez me recibió, al paso de la mediana habitación que funciona como cuartel general, y que es parte del sello discográfico Pentagrama. (Desde que esta casa porfirista —ubicada en la colonia Roma— fue habilitada para tal fin, las paredes de esta oficina siempre han estado ocupadas con cuadros de portadas de sus discos, y con un gran número de carteles y pósters de pasados conciertos, adornos que nos recuerdan tan sólo una parte de la amplía e intensa trayectoria de este hombre.) Lo primero que le comenté, tras saludarnos, fue lo que le había dicho a Marta de Cea: 80 años en la vida de una persona, en la vida de cualquier persona, creo que es una fecha importante. Si me apresura, añadí, incluso motivo para homenajes. Óscar pegó un brinco: “¡No-no! —exclamó—, no menciones la palabra homenaje… Los homenajes me suenan a epitafio.” Dicho esto, soltó una risita contenida. Yo también. Luego, con esa voz que aún se conserva poderosa, grave, dijo: “Yo no creo que sea tan importante, la verdad. Es una fecha larga, eso sí… Vamos, uno nunca se programa la edad, ¿no?” Asentí con una sonrisa. Iba a agregar un comentario, pero me interrumpió: “Si algo importante te puedo comentar, es el hecho de estar razonablemente sano a esta edad. Eso es lo que me da gusto, la verdad: estar sano, en actividad; estar, en la medida de lo posible, en activo todavía.” Yo insistí: ¿Es una buena edad 80 años, maestro? Óscar dio una calada a un primer cigarro. “¡Qué te puedo decir!”, expresó al cabo de unos segundos, todavía con el humo surcando alrededor. Después añadió: “De alguna manera, todo se resume en hacer lo que te gusta. Esto sí es importante. El hacer las cosas que te gustan. Y eso tiene que ver mucho con la salud. Todo parte de ahí… En mi caso, aún tengo muchos proyectos; a ver cuáles aterrizan y cuáles no. De lo que sí estoy seguro es que hay cosas que hacer, cosas por las cuales hay que luchar, seguir dando la batalla. Vaya, hacer lo tuyo.” Balbucí: ¿No le preocupa, entonces, la vejez? “Nhombre, qué va —se apresuró a responder, con una sonrisa juguetona, podría decir casi sarcástica; luego agregó—: Mira, hay que verlo como es. Así es la vida: naces, creces, te reproduces (si puedes) y mueres. Es dramático ver tanta gente desesperada que busca que no se le note la edad, que no se le note la vejez, y que quiere verse joven eternamente. Es una puerilidad humana. Es un hecho natural del ser humano, de todo ser vivo, morir. Para qué tantos brincos, ¿o no?”

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Seamos claros: a estas alturas de su vida y de su trayectoria, parecería imposible que hubiera gente que no identificara quién es Óscar Chávez. Pero pongamos por caso que sí la hay. Resumamos, entonces, su trayecto artístico hasta aquí. Si algo habría que resaltar es que, por méritos propios, Óscar Chávez pertenece a la estirpe de grandes artistas: desde muy joven ejerció el oficio actoral tras pasar por la Escuela Teatral del Instituto Nacional de Bellas Artes y por la Universidad Nacional Autónoma de México. De hecho se movía en el teatro experimental, así como también grababa programas de radio-drama para Radio Universidad (de la UNAM). Sin embargo alcanzaría una mayor visibilidad —o, si usted quiere, éxito— cuando interpretó el personaje de El Estilos, al lado de Paloma (Julissa), en la hoy ya película de culto de Juan Ibáñez Los caifanes. Era 1966. A la par, Óscar Chávez se adentró en la cantada, y luego en el cabaret político. Hoy, algo es innegable: él, su voz, su música, su arte, ha marcado a por lo menos cuatro generaciones diferentes; basta darse una vuelta por sus conciertos —como el que da anualmente en el Auditorio Nacional— para corroborarlo… Precisamente, nuestra conversación viró hacia su lado más visible y conocido: la música. Aproveché una frase que pronunció: “Todo se resume en hacer lo que te gusta”, para caminar por ese sendero. Le comenté, entonces, que apenas unas semanas atrás, el poeta, músico y artista visual Alberto Blanco me había dicho algo similar; le platiqué lo que me confesó: que su familia, en particular sus padres, habían visto con malos ojos que su joven hijo atendiera el llamado de la poesía. Óscar —que para entonces había permanecido en silencio, atendiendo mi relato— dijo, como para sí: “Claro, lo entiendo.” Luego, le dio una calada a su cigarrillo, y añadió: Imagínate lo que eran aquellos años. En nuestra sociedad era, y creo que en algunos casos aún lo es, un crimen que intentes ser poeta, o escritor, o pintor, o actor, o bailarín, o músico. Ahí empiezan las broncas… Le pregunté si él había vivido una situación similar. Sonrió: “Caray, como todos, como mucha gente, también tuve problemas, claro… Lo que aminoró la situación fue que trabajé en muchas cosas. Te repito: tratando de hacer lo que me gustaba, y defendiéndolo. En eso no tuve obstáculos. Afronté las cosas como eran… ¿Cómo lo puedo explicar..? Mira, desde muy joven intenté bastarme a mí mismo, no depender de nadie… Me parece que eso es importante: que las decisiones que tomes no afecten a terceras personas, incluye a tus padres o tu pareja. Es importante que tus decisiones dependan de ti, que no se las debas a nadie. Y, por supuesto, no claudiques: de lo que se trata es de seguir adelante y trabajar por lo que crees.” Una mezcla de sentimientos (Fotos: Josué D. Romero).Esto me llevó a preguntarle sobre su actual situación, sobre todo si tomamos en cuenta el laberinto en el que se ha metido el mercado musical. Le pregunté cómo veía el estado de las cosas, el estado del mercado musical. Óscar se prendió: “Tú lo sabes muy bien: de un tiempo a esta parte, la industria musical (en sí, todas las industrias culturales) han sufrido un colapso terrible con esto de Internet, y la piratería, y tantos factores que han perjudicado a este país. Ya la batalla ha cambiado, ha cambiado porque andas más en las presentaciones personales, en tratar de hacer algo de discos… ¡Pero ya cada vez menos! El disco, de hecho, ya está desapareciendo. Todos lo sabemos. Todo se va al aire. Todo es Internet. Todo es piratería. Por arriba, por abajo, por en medio, por todos lados: vivimos en un país pirata. Es increíble. Ya México es pirata. Y esto afecta mucho. Entonces, si surge alguna manera de defenderse será a través de los medios de la cibernética. Pero está difícil.” —¿Lo ve tanto así? —Por supuesto, a todos no ha afectado. Salvo uno o dos monopolios, el resto anda buscando la manera de ofrecer su música. Y en todos los ámbitos es lo mismo… Si te pones un poco más pesimista, no nada más el disco y la música, también ya el cine, el libro, etcétera. El problema de la piratería es más grave de lo que la gente supone. Eso está claro.

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Una de las cosas que ha caracterizado la trayectoria de Óscar Chávez es la postura que siempre toma ante la realidad, ante las circunstancias, ante el contexto en el que vive; además, es congruente con lo que dice y hace… En su caso, de hecho, es muy notorio que siempre ha estado muy ligado a las causas sociales. Su canto, su voz, ha estado identificada y ligada con ello, desde antes de 1968 hasta la fecha… —Como ciudadano, pero también cómo artista, ¿cuál es su sentir ante la realidad que hoy vivimos? Sobre todo si se toma en cuenta que su canto ha estado ligado a las causas sociales desde antes del Movimiento del 68… —Mi generación no fue muy afortunada en cuanto a las situaciones políticas, en lo absoluto. Y no sólo eso: hace unos días, estaba hablando con un amigo de los sexenios que nos ha tocado vivir… ¡Ya ni me acuerdo cuántos son! A ver, haz la cuenta…
—Pues son como unos 12, ¿no? —¡Imagínate! Qué número. Y si te pones a ver nombres, esto está para llorar. El porcentaje es siniestro. Siniestro. Yo por eso siempre lo digo, y lo sigo pensando (y no es broma): fuera de Benito Juárez, lo demás me parece para llorar.
—Ver una situación como la del 68, y cuatro décadas y pico después ver una situación como la de Ayotzinapa, ¿qué le dice como país? —Nada muy halagüeño. Sólo que es lamentable la estupidez de las autoridades. Es lamentable la mediocridad de esta gente que gobierna. Es cada vez más doloroso. Más que triste, es doloroso. No es posible, y es asombroso, la falta de capacidad para gobernar, la falta de capacidad para tomar decisiones que de veras solucionen y alivien las cosas. Yo no veo nada. Todos andan como locas desmecatadas: defendiendo sus mensualidades. De donde vengan, da lo mismo: partidos o partiditos, son unos sinvergüenzas.
—Lo sorprendente es la rapidez con la que la actual izquierda mexicana se adaptó a las circunstancias, ¿no le parece? —Pero ¿cuál izquierda, tú? ¿Cuál izquierda? No tienen vergüenza…
—Me refiero a la izquierda, o lo que parecía izquierda, hace unos 20, 25 años. —Bueno, camaleón es poco decir. Es un descaro. Basta ver lo que ahora mismo sucede con todos los que renunciaron a su puestote y puestesillo en el aparato gubernamental, la escapada de todos ellos. Se van porque obtendrán algo mejor. Es decir, no lo hacen para mejorar las cosas, sino para mejorar su entrada de dinero, quieren ganar más lana. ¡Y lo han hecho con tal descaro..! Insisto: son unos sinvergüenzas. No hay paralelo con nada.
—Lo increíble, o inaudito, es su cinismo. —Nhombre… Y todavía se ríen, como hienas.
—Supongo que como músico debe ser frustrante cantar temas como “Se vende mi país”, como “Petróleo”, muchas de ellas canción de protesta, canción política, canción social, y ver que la realidad no cambia… —Claro, son canciones que siguen siendo vigentes. Es impresionante: canciones que yo grabé hace 30 años, se escuchan como si las hubiera hecho ayer. Y tengo más canciones nuevas, que hablan mucho de esta realidad, pero no ha habido la oportunidad de sacar un nuevo disco.
—La canción social, la canción de protesta, ¿funciona para cambiar al menos una pequeña porción de esa realidad? —No, en lo absoluto. No creo que ninguna canción solucione nada. La canción, como el vehículo que es, como la herramienta que es, sí es muy rica y muy útil. Puede hacer tomar conciencia, pero que solucione cosas, no lo pienso así…
—¿No llega a tanto su poder? —Lo que soluciona las cosas son los actos, no las canciones.
—Pero, como usted mismo dice: provocan… —Así es: despierta conciencias. Si le das al clavo, si le atinas, yo creo que por lo menos es una cachetada a la gente para que tome conciencia.
—Hace unos días, al dar lectura a un discurso por un premio obtenido, el escritor Fernando del Paso se pregunta: “¿En qué país estoy viviendo?” Quiero hacerle la misma pregunta: ¿En qué país estamos viviendo? —Si don Fernando del Paso no sabe bien a bien responder esa pregunta, menos yo. En todo caso, me pregunto lo mismo que él: ¿en qué país estamos viviendo? Y, si me apresuras, no sé si ya valga la pena llamarlo “país”. Es una selva.
—Supongo que, como muchos de nosotros, sufre esa mezcla de sentimientos que se agolpan: entre enojado, frustrado, incluso desilusionado y casi desesperado por la situación que priva ahora… —Lo que dices es verdad. Y lo suscribo. Pero más que triste, es doloroso. Ahora bien, y no quiero usar lo de “rayo de esperanza”, pues me choca… ¿Cómo decirlo? Mira: cuántos siglos lleva este país con gente que quiere acabar con él, y no lo ha conseguido. Eso sí que podría ser esperanzas… Se han hecho esfuerzos inauditos para acabar con este país, y no han podido acabar con él. Entonces, esto me hace esperar que las cosas tengan momentos más afortunados…
—Es ahí donde el arte y la cultura juegan un papel importante, ¿no? —Claro. Debe ser el arte, la salud, la cultura, todo lo que ahora no están tomando en cuenta, lo que cambie a este país.
—El arte y la cultura, ¿qué debería significar para los políticos? —Fácil: deben entender que son prioridades de primera instancia. Pero es lo que están olvidando estos miserables. Repito: la salud, la educación, la cultura en general, es lo que sacará a flote a este país. Es la manera más poderosa e importante de saber quiénes somos, hablando de la cultura y todo su espectro. Es la manera de conocernos, de saber quiénes somos, de saber a dónde vamos, de saber de qué estamos hechos… En fin, son tantas cosas lo que significa la cultura, y sin embargo a estos políticos nuestros es lo que menos les interesa. No les importa. Mientras más brutos seamos, y más ignorantes, somos más manipulables. Eso es todo…
—A veces parece que le tienen miedo a la palabra cultura y educación, ¿no lo cree? —¡Ja! Ni las conocen…   Nota bene: Cuando usted esté leyendo el texto, seguramente Óscar Chávez estará festejando ya sus ocho décadas, o incluso ya habrá pasado (nació el 20 de marzo de 1935). Para más información de su trabajo actual y giras, puede consultar su cuenta oficial en Facebook o la página Marta De Cea producciones.   Contacto: Correo: [email protected]   Las opiniones expresadas son sólo responsabilidad de sus autores y son completamente independientes de la postura y la línea editorial de Forbes México.

 

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