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En América Latina, el neoliberalismo surge en Chile a raíz del golpe de estado a Pinochet con la influencia de Friedman, y la escuela de Chicago como una especie de laboratorio de los experimentos que resultaban de la mezcla de movimientos neoconservadores, y del surgimiento de una nueva derecha. Al mismo tiempo en 1973, Uruguay imitaba el ejercicio neoliberal chileno y exportaba a la Argentina las ideas básicas del neoliberalismo que se ofrecían por los países desarrollados, en procesos socioeconómicos que habían visto agotados los principios del keynesianismo. En el caso latinoamericano, es indudable que la búsqueda de salidas eficientes a las crisis recurrentes se llevara a cabo en medio de un crecimiento desordenado de las fuerzas productivas, vinculando una paulatina integración al mercado internacional. En este contexto, el neoliberalismo se ofreció a sí mismo (sobre todo en su etapa más temprana) como una suerte de alquimia político-económica como paliativo a la creciente deuda externa de los países del Tercer Mundo (hoy en vías de desarrollo). El sistema internacional propuesto por los países del Primer Mundo jugó un papel relevante a través de organismos como el Fondo Monetario Internacional, para resolver la entonces llamada crisis de la deuda de los países pobres. Si analizamos el neoliberalismo desde la óptica latinoamericana, podemos decir que este surge como una crítica a las políticas desarrollistas del Estado benefactor proteccionista, y del modelo de sustitución de importaciones. Durante los primeros años de aplicación de esta doctrina, la historia nos comprueba que, en los países sudamericanos, el neoliberalismo fracasó en su intento por erradicar la inflación, disminuir los desequilibrios financieros, y en lograr un crecimiento sostenido. No obstante, su vigencia en Latinoamérica no ha sido uniforme, ni ha tenido las mismas modalidades en todos los países desde los años 70 hasta hoy. Las experiencias más continuas y profundas, hasta los 80, las vivieron Argentina, Uruguay y Chile, países en los que se vivió una intensa década de políticas estabilizadoras. Por otro lado, con experiencias reformistas, Nicaragua y Perú vivieron períodos de mitigación. Cuba, por su parte, es el ejemplo por excelencia de la franca excepción de la doctrina mientras que, México, desde los años 80, ha vivido períodos intensos y profundos de la doctrina. A pesar del desarrollo asíncrono del neoliberalismo en América Latina, a lo largo y ancho de la región, existe un elemento común que justifica la creación misma de la doctrina: la creciente acumulación de la riqueza en pocos sectores y sitios de la población, la constante internacionalización del capital, la creciente dependencia respecto a las empresas transnacionales, y el progresivo empobrecimiento de diversos sectores, incluso de la clase media. El resurgimiento de la izquierda en México y en América Latina, responde a esa deuda que tiene el neoliberalismo con los grupos marginados, que han visto pasar los privilegios de las clases sociales en función de la concentración de la riqueza. Ante esta realidad, y dado que el neoliberalismo no logró erradicar los procesos inflacionarios ni las devaluaciones recurrentes, la desaparición de la clase media, ni la pérdida del poder adquisitivo; el neopopulismo y los movimientos de la nueva izquierda han logrado permear en un terreno ideológico, cultural y filosófico que ha rebasado el terreno económico y político que ocupaba el neoliberalismo. No sorprende que Cuba celebre el regreso de México al bloque anti-neoliberal de América Latina, a ese bloque de países contrarios a la doctrina ideológica y económica, pero también contraria a la intervención de potencias periféricas más desarrolladas en los asuntos internos y regionales. Al parecer, el triunfo de la izquierda en México contribuye a equilibrar las fuerzas en la geopolítica de la región. Aunque paradójicamente, el número de gobiernos neoliberales en Latinoamérica ha aumentado desde sus inicios en los años 70. La vulnerabilidad del bloque chavista de la región se intensifica con las incongruencias, desatinos y sinsentidos del presidente Maduro, seguido del presidente Ortega de Nicaragua. En el caso del presidente electo Andrés Manuel López Obrador, las declaraciones respecto al banco central y la supuesta bancarrota del país, no sólo se alinean a un discurso anti-neoliberal que pone en jaque sus promesas de campaña, su cuarta transformación y la propuesta de un modelo que pudiera verdaderamente representar una verdadera esperanza para México y para América Latina y El Caribe.   Contacto: Correo: [email protected] Twitter: @ArleneRU Linkedin: Arlene Ramírez-Uresti Google+: Arlene Ramírez Las opiniones expresadas son sólo responsabilidad de sus autores y son completamente independientes de la postura y la línea editorial de Forbes México.

 

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