Todo el mundo tiene que empezar por algún lado. El problema no siempre es dar el primer paso, lo más difícil es decidir la dirección en la que queremos darlo. La esperanza es que cuando nos encontremos en ese tipo de situaciones en las que el camino no es una línea recta por la que podamos caminar de frente, sino que nos topamos con una bifurcación, contemos con orientación, confianza e inspiración. La experiencia me marca que hay momentos en los que no tenemos la más remota idea de cuál es la mejor elección y decidimos parar. Detenerse está bien, hasta que estar parado es algo tan cómodo que ya no queremos avanzar y se nos olvida seguir adelante.

Venimos de momentos duros en los que el encierro nos detuvo sin que pudiéramos dar nuestra opinión. Aprendimos a convivir a la distancia, nos dimos cuenta de las ventajas de trabajar desde casa y aprovechamos las oportunidades para levantarnos un poco más tarde, para aprender nuevas formas de trabajo y estuvo bien. No obstante, también desarrollamos ciertos hábitos que no fueron tan gloriosos. Presentarse arreglado del torso para arriba y en pijama del cinturón para abajo no fue tan bueno; apagar la cámara y asistir a una junta sin bañarse, sin peinar, tampoco lo fue; negociar con las cámaras sin encender, ha sido terrible. Nos acomodamos en una zona tibia y confortable que nos ha costado dejar.

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Parece que nos gusta estar acurrucados en el nido y es un efecto que se caracteriza por la búsqueda de la protección en el hogar. Nos quedamos encogidos para resguardarnos del frío exterior y quedarnos en casa, desde donde el individuo desarrolla las actividades sociales básicas como consumir, trabajar, informarse o entretenerse. Y, todo eso está bien mientras no signifique que estamos retrayendo nuestro desempeño profesional y achicando nuestra existencia personal.

Esta sensación se ha convertido en uno de los nuevos y más importantes hábitos del terreno laboral. Internet y las nuevas tecnologías han favorecido que esta reacción primaria esté propagándose por todos los países, modificando el comportamiento social de las personas y potenciando fenómenos como el teletrabajo, las redes sociales, la venta on-line, el entretenimiento doméstico a través de dispositivos tecnológicos, la entrega de comida a domicilio. Hay personas a las que ya no les gusta salir a tomar un café, a ver una película en el cine y que no quieren regresar a modalidades presenciales académicas o de trabajo.

A simple vista, esta tendencia podría parecer negativa, y más allá de juicios de valor, lo que importa es valorar si quedarnos en nuestra zona de confort nos está encogiendo las posibilidades o si las está ampliando. No a todo el mundo le vienen bien las mismas cosas. No obstante, hace falta detenernos a ver qué es lo que nos lleva a quedarnos en está región confortable y si en ella podemos crecer o no. La comodidad en el nido ha traído nuevos hábitos del consumidor que representan una oportunidad. Podemos crecer si nos adaptamos a estas nuevas necesidades y rentabilizar esta tendencia a la par que ofrecer aquello que los clientes necesitan. Pero, si desde la honestidad nos damos cuenta de que en vez de crecer, estamos anclados, hay que tomar decisiones.

Debemos empezar por algún lado, y como recomienda la sabiduría de Bill W, el primer paso es reconocer que en la zona de confort nos estamos estancando. Conste, lo primero que debemos hacer es valorar y tomar consciencia de nuestro estado, en vez de correr de un lado al otro a gran velocidad. Eso será poco efectivo,  nos convertiremos en un perro que va persiguiendo su cola y nunca la alcanza o como El Conejo Blanco de Alicia en el país de las maravillas que corre de un lado al otro a toda prisa sin saber a dónde tiene que ir. 

Este paso es tan importante porque constituirá la potencia que nos permita crecer. Por lo tanto, es relevante saber qué es y qué no antes de salir de ahí. La zona de confort es un espacio seguro donde no arriesgamos, pero tampoco crecemos. No es simplemente un espacio físico, un trabajo o una relación sino un concepto psicológico. No se limita a un cordón seguro que hemos tejido a nuestro alrededor, sino que incluye tanto nuestras rutinas cotidianas como nuestra manera de pensar. Por tanto, puede convertirse en la excusa perfecta para no hacer, no arriesgarse, no crecer y, en última instancia, no vivir. 

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Nuestra cotidianidad no es necesariamente sinónimo de zona de confort. Todos los seres humanos necesitamos una estructura para funcionar y lo hacemos mejor si estamos organizados y tenemos una estrategia que nos permite planear. Es decir, si nuestro día a día tiene un propósito y una meta, entonces eso no es una zona de confort porque nos permite movernos. Pero, un sofá en el que preferimos permanecer en vez de salir a caminar, a visitar a esta amiga, a comer con este grupo, a trabajar, a concretar proyectos, a viajar, estamos hablando de otra cosa. Si nos resistimos a dejar la cobijita tan suave, los cojines tan mullidos, el espacio tan grato y nos decimos pretextos para justificar quedarnos ahí o si nos ponemos nerviosos ante la posibilidad de hacer las cosas en forma distinta, ya podemos darnos cuenta de que necesitamos salir de ahí para crecer.

Fuera de la zona de confort ocurren cosas mágicas, se produce el cambio y empieza el crecimiento, pero no todo es fácil, también se encuentra la temida zona de pánico, por lo que es importante hallar un justo equilibrio en la vida sustentado en un conocimiento profundo de lo que es la zona de confort y qué podemos hallar cuando superamos sus confines. Salir de la zona de confort no es sencillo porque muchas veces vivimos ahí sin darnos cuenta. Por fortuna, hay señales de que estamos atrapados en nuestra zona de confort. 

Dado que la zona de confort es un espacio que se construye lentamente a lo largo de los años, ni nos enteramos de que estamos atrapados ahí, de que estamos atascados. Los focos de alarma se encienden cuando amamos tanto nuestras rutinas y estilo de vida que ni nos percatamos de cómo limitan nuestras posibilidades de crecer y convertirnos en loque nos gustaría ser como profesionales, empresarios o personas; cuando dejamos de atrevernos a hacer todas esas cosas con las que siempre hemos soñado; cuando nos volvemos temerosos; cuando titubeamos ante cualquier decisión; cuando nos cerramos ante las nuevas ideas; cuando decimos no como primera opción y lo hacemos cada vez más seguido. Claro, para salir de la zona de confort hay que enfrentar la zona de pánico.

Pero, vale la pena. Al salir y superar el miedo se abrirán nuevas posibilidades; tendremos muchas ventajas. Se ampliará nuestra visión, los límites se expanderán, seremos más productivos, aumentará la creatividad, ganaremos más confianza en nosotros mismos, nos sentiremos mejor y eso se irá contagiando a nuestro alrededor por lo que contirbuiremos a mejorar nuestro entorno. Así que si al leer este artículo te das cuenta de que estás aferrado a algunos hábitos que en vez de dejarte prosperar te están empequeñeciendo, es momento de salir de esa zona de confort para poder crecer.

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