Da la impresión de que, de un tiempo para acá, el mundo empezó a girar más rápido. Sabemos que la vida cambió, aunque todavía no nos queda claro qué es lo que se modificó en forma temporal y cuáles de estas transformaciones llegaron para quedarse.

Desde luego, siempre hay dos posiciones en las que nos podemos ubicar: ir a donde nos dicen o dictar el rumbo. Ambas alternativas tienen sus riesgos ya que a estas alturas, todos andamos dando palos de ciego. Sin embargo, tenemos la preciosa ventana de oportunidad que nos permite reflexionar sobre: qué detener, qué iniciar y qué acelerar. Estamos en el momento perfecto para analizar y encontrar un balance entre lo que funcionaba anteriormente y lo que mejoró con esta crisis.

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¿Qué sigue? es la pregunta que incesantemente nos planteamos en cada rincón del globo terráqueo. Pasamos de comer en el escritorio a transformar la mesa del comedor en oficina. Dejamos de habitar en ciudades dormitorio a convertir nuestros hogares en extensiones del lugar de trabajo. Si bien, hay una gran ventaja en términos del ahorro en tiempos de desplazamiento, ahorro en gastos de transporte y en alimentos —siempre será mejor comer en casa y dormir en nuestra cama, que hacerlo entre las paredes de la oficina—.

De hecho, según Kevin Sneader de McKinsey, muchos empleadores están encantados porque la productividad de sus equipos de trabajo aumento. No obstante, tenemos que entender que el trabajo a distancia no es la panacea con la que nos han querido convencer. Los niveles de estrés han aumentado, los equipos de trabajo se han desmotivado y se necesita mucho entrenamiento y un liderazgo muy resiliente para hacer que el trabajo a distancia sustituya al espacio de trabajo físico.

Lo primero que tenemos que entender es que el trabajo a distancia no se trata de dar una laptop para que la gente se ponga a trabajar. De hecho, muchos empleadores ni siquiera han dotado a sus trabajadores con los instrumentos necesarios, ni se han hecho cargo de los gastos de luz, internet. Vamos, hay quienes exigen a sus trabajadores que paguen, de sus bolsillos, licencias de ciertas plataformas para poderse conectar en una videoconferencia o para ser parte del trabajo en equipo.

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No todas las personas tienen un espacio ideal para trabajar en casa ni escritorios ni sillas ergonómicas y hay personas que no están respetando los horarios de trabajo. Programan reuniones a horas inconvenientes y se olvidan de que los fines de semana están reservados para descansar. Este tipo de prácticas irrespetuosas se deben parar. Se debe hacer consciencia y detener las transgresiones.

En cambio, debemos acelerar las mejores prácticas en torno a la colaboración, la flexibilidad, la inclusión y la rendición de cuentas. Estos conceptos son elementos en los que las organizaciones han estado pensando durante años y se han hecho algunos progresos.

Pero, el cambio masivo asociado con esta pandemia podría y debería acelerar los cambios que fomentan estos valores. Por ejemplo, el trabajo remoto puede darle acceso a la vida laboral a personas con discapacidades e integrarlas a la cotidianidad productiva.

Tenemos que iniciar un cambio de paradigma, debemos movernos de líneas y silos a redes y trabajo en equipo. Empecemos a operar con una misión definida, con valores sólidos, metas claras y una cultura organizacional propia; abandonemos el sentido de urgencia, las batallas entre departamentos.

En estos momentos, las compañías altamente efectivas dejaron atrás las batallas interdepartamentales y se movieron rápidamente para resolver problemas, confiando en la experiencia en lugar de rango. Esto ha abierto un espacio dorado para la gestión por competencias y para empezar a revalorar el trabajo experto, los años de trayectoria, el entusiasmo y el compromiso por encima de la edad, el género, la belleza y la imagen.

Acelerar la transición a la agilidad. De acuerdo con Sneader, la agilidad es la capacidad de reconfigurar la estrategia, la estructura, los procesos, las personas y la tecnología rápidamente hacia oportunidades de creación de valor y de protección de valores.

Las empresas y los proyectos ágiles tendrán un desempeño significativamente mejor que aquellas que no lo son. Pero solo una minoría de organizaciones estaban realizando transformaciones ágiles antes de la pandemia. Ahora, muchos más se han visto obligados a hacerlo debido a la crisis actual, y han visto resultados positivos.

Las empresas ágiles son más descentralizadas y dependen menos de la toma de decisiones de arriba hacia abajo, de mando y control. Crean equipos ágiles, que pueden tomar la mayoría de las decisiones diarias, se pueden hacer cargo de su cotidianidad.

Es importante aclarar que los equipos ágiles no son equipos fuera de control: la rendición de cuentas, el seguimiento y medición de los resultados se fijan con claridad y se comunican con precisión. La idea general es que las personas adecuadas estén en posición de tomar decisiones y ejecutar.

Tenemos que comenzar a rediseñar las cadenas de suministro para optimizar la resiliencia y la velocidad. En lugar de preguntar si se debe realizar una producción en tierra o en alta mar, el punto de partida debería ser la pregunta: ¿Cómo podemos forjar una cadena de suministro que cree el mayor valor? La respuesta nos conducirá a una decisión que no implica ni deslocalización sino la reducción del riesgo al evitar depender de cualquier fuente único de suministro.

Es momento de retomar la planeación a largo plazo. En los últimos años, el largo plazo de convirtió en un espacio de tiempo muy corto y eso nos acortó las miras. Dejamos de ver la belleza del bosque por tratar de vender sillas. Con es forma de imaginar el futuro, nos obnubilamos en la inmediatez y dejamos que las decisiones fueran resolviendo la cotidianidad y dejamos de imaginar nuestro futuro.

Hoy, tenemos esa posibilidad. Estamos escuchando tanto sobre la nueva normalidad y cuando preguntas de qué se trata, vemos gente que eleva los hombros y pone los ojos en blanco. No obstante, ahora tenemos la preciosa ventana de oportunidad que nos permite reflexionar sobre: qué detener, qué iniciar y qué acelerar.

Estamos en el momento perfecto para analizar y encontrar un balance entre lo que funcionaba anteriormente y lo que mejoró con esta crisis. Nos llegó la oportunidad de mirar más lejos y plantearnos cómo queremos que sea esta nueva normalidad y una vez que lo tengamos claro, tender las líneas de acción para que funcione.  

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Blog: Las ventanas de Cecilia Durán Mena

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