La tormenta perfecta azotó al peso mexicano. Más bien, una serie de huracanes a lo largo de los últimos dos años, empezando por el colapso del precio del petróleo, siguiendo con un débil crecimiento económico, y culminando con el Huracán Donald, que resultó de Categoría 5. La moneda alcanzó una nueva normal: el interbancario incluso cercano a los 21 pesos por dólar, pero fluctuando en un margen relativamente estrecho. En ventanilla, por supuesto, cerca de, o rebasando los, 21 pesos. Increíble pensar que hace dos años (el 25 de noviembre de 2014) inició lo que sólo puede calificarse como un desplome cambiario. En esa fecha el tipo de cambio interbancario cerró en 13.65 pesos.

Tipo de cambio interbancario peso-dólar, 2014-16

(venta, cierre del día)

tipo-de-cambio Fuente: Banco de México. En otras palabras, en ese momento un peso era equivalente a 7.3 centavos de dólar, mientras que hoy adquiere poco menos de cinco centavos. Esto es, ha perdido una tercera parte de su valor frente a la divisa estadounidense, mientras que se requieren el 50% más de pesos para adquirir algo cotizado en dólares. Se mida como se mida, se llama desplome. divisas ¿Cuántos, afamados o desconocidos, economistas, financieros o simples adivinos pronosticaron semejante derrumbe? La respuesta es sencilla: ninguno. La inflación entonces, como hoy, se encontraba en niveles extremadamente bajos, y las finanzas públicas presentaban un desequilibrio considerado como manejable. Exactamente lo mismo puede decirse de las cuentas externas. No había, pues, elementos macroeconómicos que justificaran lo que ocurrió. Sin embargo, hay que retroceder a dos crisis económicas, 1994-95 y 2008-09, para encontrar colapsos parecidos. Mucho explica el petróleo. Si se derrumbaba el precio de un producto que aportaba hasta un tercio de los ingresos totales del sector público, era entendible que la moneda reflejara el golpe. Así sigue hasta la fecha: el peso sube o baja de acuerdo con la evolución y expectativas del precio. La ironía es que México ya no es, estrictamente hablando, una potencia petrolera: las reservas van en picada, la producción lleva años en declive, Pemex es una empresa quebrada (por más que se pretenda lo contrario) y la balanza comercial de productos petroleros presenta un marcado déficit. Esto último debido a que la capacidad de refinación se ha contraído de forma impresionante. Como remate, la caída del precio ocurrió justo para restar atractivo a una de las reformas estelares de la administración Peña Nieto: la energética. Era necesaria y al menos se destruyó el fetiche nacionalista del petróleo, pero lástima que fue en 2014, y no en 2004 (o, mejor todavía, en 1974). Las tres variables clave para el peso en 2017 serán, en orden de importancia: Trump, salud de las finanzas públicas y el precio internacional del petróleo. Todo indica que seguirá la tormenta perfecta. Sólo los optimistas más irracionales tendrían confianza en que Donald Trump será un presidente que beneficiará en alguna forma a México. Si xenofobia se enfoca en dos grupos: mexicanos y musulmanes. Su proteccionismo en dos países: México y China. Su odio a los migrantes (legales e ilegales) básicamente en un grupo: aquellos procedentes del vecino al sur. Y una de sus promesas electorales más sonadas, si no la más, fue construir el famoso Muro a lo largo de toda la frontera común (a ser supuestamente pagado por el propio país afectado). México es, pues, el común denominador en el odio trumpiano. A tres semanas de su elección, hay pocas señales, pero faltan siete para que tome posesión. Por lo pronto, su propuesta de Procurador General es un senador, Jeff Sessions, opositor acérrimo de una reforma que permita legalizar a los migrantes residentes en Estados Unidos. A buen entendedor, basta un nombramiento. Por lo que la incertidumbre será brutal no sólo hasta el 20 de enero, sino en los primeros meses de la administración Trump. Esto es, hasta que quede claro el arreglo bilateral (en materia comercial, migratoria, inversiones, entre otros aspectos) que espera lograr el Presidente, y los costos (hablar de beneficios sería ilusorio) que implicarían para el país. El peso va a reflejar esa incertidumbre una y otra vez. Lo más probable es que sea una montaña rusa no apta para cardiácos. Nada nuevo, así ha sido la evolución de la paridad por dos años. La política energética de Trump, por supuesto, tendrá un impacto (expectativas de corto plazo, producción en el futuro) sobre el precio del petróleo y gas natural. La fuerte desregulación que se espera favorecerá la producción, y por ende la mayor oferta deberá empujar los precios a la baja. Conjuntado con una Organización de Países Exportadores de Petróleo que parece incapaz de ponerse de acuerdo, la posibilidad de una recuperación en los precios no es elevada. Lo que puede esperarse es que la economía mundial siga en una etapa de petróleo barato por lo menos por un lustro, que bien puede prolongarse de manera considerable (la etapa más reciente duró más de 15 años). El problema de las finanzas públicas en México tiene una gigantesca interrogante: Pemex. Es un agujero negro en toda la extensión de la palabra, porque se desconoce la magnitud del apoyo fiscal real, y de necesidades de endeudamiento, que requerirá la paraestatal en el futuro cercano (y lejano). Este agujero puede ser tal que “contagie” la calificación crediticia del gobierno federal. Un “downgrading” de Pemex y/o el gobierno por parte de las principales calificadoras sin duda alguna se reflejaría en la paridad del peso frente al dólar. Por lo que todo indica que, en 2017, seguirá la tormenta perfecta que azota a la moneda nacional.   Contacto: Correo: [email protected] Twitter: @econokafka   Las opiniones expresadas son sólo responsabilidad de sus autores y son completamente independientes de la postura y la línea editorial de Forbes México.

 

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