La pandemia del coronavirus está poniendo a prueba a gobiernos de todo el mundo sobre las estrategias para contener un problema que se señala como la peor crisis desde la Segunda Guerra Mundial. Desde medidas más severas de control poblacional que han ejecutado los gobiernos coreano y chino hasta estrategias más relajadas respecto al aislamiento social como Japón o Suecia. Las estrategias son variadas.

Lo cierto es que ningún gobierno estaba preparado para un virus con la velocidad de contagio del COVID-19 y menos sociedades hiperconectadas ajenas a la idea de suspender abruptamente la vida cotidiana. Los países han tenido que tomar medidas con horizontes cortísimos, si acaso semanales en el mejor de los supuestos.

Pero una demanda es común a todos los gobiernos que están paliando la crisis, la toma de decisiones basadas en evidencia científica. Una exigencia de más ciencia y menos política. Sin sorpresa, en el contexto mexicano el problema sanitario está siendo utilizado por diversos actores y grupos de presión para atacar al presidente, dejando de lado la postura de epidemiólogos y profesionales de la salud que están detrás de la gestión de la epidemia del coronavirus por parte del gobierno federal. Lo que si asombra es descubrir repentinos especialistas en enfermedades contagiosas en redes sociales capaces de evaluar y reprobar, desde ahora, la eficacia de la estrategia del gobierno mexicano ante la pandemia.

La agenda política mexicana ha sido irremediablemente trastocada por el coronavirus y el uso del aparato mediático así lo comprueba: desde Palacio Nacional, López-Gatell informa y responde una y otra vez, las preguntas de los reporteros sobre la pandemia. El subsecretario de Prevención y Promoción de la Salud es Médico Cirujano por la UNAM, especialista en Medicina Interna, maestro en Ciencias Médicas y doctor en Epidemiología por Johns Hopkins University, y no es la primera vez que colabora a la contención de una pandemia. López-Gatell fue parte de un equipo que combatió la influenza H1N1 en la administración de Felipe Calderón.

Al doctor López-Gatell le ha tocado el complicado papel de ser “el hombre fuerte” del presidente ante la pandemia desde la trinchera de la ciencia. La acertada decisión del gobierno de AMLO de que el portavoz de las medidas y acciones fuera un científico se ha visto opacada por las duras críticas que ha despertado el epidemiólogo a lo largo de los días. Las filias y fobias hacia el presidente han sido trasladada al hombre de ciencia.

Algunas frases pronunciadas por López-Gatell en las conferencias son fácilmente sacadas de contexto y son tomadas para restar credibilidad al manejo del problema sanitario por parte del gobierno federal. Aquí el problema no es la popularidad de López-Gatell quien, por cierto, ha suscitado una interesante empatía en redes sociales, sino su efecto negativo en los llamados de las autoridades, como es el llamado categórico de #QuedarseEnCasa

La pandemia del COVID-19 es una oportunidad para valorar el peso de la ciencia en las decisiones públicas. Esto sin embargo no será sencillo. La interacción entre técnica, ciencia y política de por si compleja, en condiciones de pandemia se agudizan.

Decía Max Weber que las virtudes del político son incompatibles con la del hombre de ciencia: “no se puede ser al mismo tiempo hombre de acción y hombre de estudio sin atentar contra la dignidad de una y otra profesión, sin faltar a la vocación de ambas”. Ante el COVID-19 la llana distinción entre el actuar político y el científico se difuminan porque toda decisión sanitaria habrá de tener consecuencias políticas, sociales y económicas. Por el bien del país es hora de escuchar a las autoridades sanitarias.

 

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