El tenis centroamericano no ha podido tener el “remate” que le permita destacar a nivel mundial. La falta de recursos es uno de los principales factores que lo mantiene estancado.   Por Ivan Pérez Marcelo se había lanzado (algunos dicen que voló) con la raqueta en la mano para rescatar un tiro casi imposible de Adrián Menéndez y lo hizo, le devolvió y luego, cuando Marcelo estaba en el piso, Adrián no lo pudo rematar porque estrelló su golpe en la red. Todos los presentes festejaron la jugada. Fue el 19 de abril del año pasado cuando uno de los hermanos Arévalo (el otro es Rafael) disputaba un duelo contra el español en el San Luis Open —un torneo Challenger, digamos que es quinta ‘división’ respecto a la clasificación de los certámenes de la Asociación de Tenistas Profesionales— y el salvadoreño ganó uno de los mejores puntos de su vida y el mejor del torneo. Luego, una lesión le impidió seguir el partido y esa providencial jugada no sirvió para nada. Un año después, declararía: “Mi meta a corto plazo es jugar un Gran Slam (los certámenes más importates), ya sea Wimbledon, US Open o Roland Garros”. Pero para aspirar estar ahí, un tenista necesita ser al menos uno de los 200 mejores jugadores del mundo y que eso le permita entrar al torneo de calificación (qualy); pero para eso, a Marcelo todavía le hace falta escalar más de 100 sitios en el ranking de la ATP, el máximo órgano rector el tenis profesional. Ahora mismo es 316 del mundo y también es el mejor tenista centroamericano del momento. Llegar a los grandes torneos ha sido para Centroamérica una misión difícil de lograr, para algunos casi imposible. “Los recursos económicos siempre son un impedimento en algunas naciones de América Latina, porque los costos son altos”, reflexiona Javier Frana, ex tenista argentino y quien ganó tres torneos de la ATP. Si un niño en cualquier parte del mundo quiere ser profesional, tiene dos condiciones para lograrlo: empezar a los 10 años para estar listo ya a los 18 y que sus padres, patrocinadores, padrinos o federaciones inviertan en él al menos 1 millón de dólares (mdd) en total durante todo ese tiempo. Marcelo Arévalo ya es profesional y hace algunos meses se llevó el título del Guatemala Open, luego dijo: “Viajaré a México a jugar dos Challenger y después me regreso a Estados Unidos a mi campamento base”. Después de obtener 1,000 dólares por su victoria en tierras chapinas, llegó otra vez al San Luis Open, el mismo torneo donde a todos habían conquistado por ese vuelo magistral para rescatar un punto que en teoría y hasta en la práctica era perdido. Su primer rival fue James Duckworth y todo empezó bastante bien, el salvadoreño se llevó el primer set por 6-3, pero luego perdió los dos siguientes 6-3 y 6-2. En el tenis, perder no es cualquier cosa, puede significar no seguir con tu temporada de juego o simplemente no tener dinero para regresar a casa. Y ese día, además de la derrota, Marcelo apenas pudo recoger un premio de 250 dólares. En promedio, según datos de Mxsports, una gira de una semana puede costarle a los tenistas al menos 2,000 dólares y ese día había ganado 12.5% de lo que invirtió para ir a México, una apuesta cuestionable en cuestión de rentabilidad que hace reflexionar a cualquier deportista sobre si es el lugar indicado para desarrollarse profesionalmente. Pero semanas después todo fue mejor. Llegó el Jalisco Open, otro campeonato Challenger, y Marcelo avanzó tres rondas para llegar a cuartos de final en el torneo de singles (individuales) y en dobles, por lo que pese a no llegar a disputar el título logró sumar a su cartera 4,100 dólares. La tarea deportiva y económica estaba hecha. centroamerica_tenis1 Terreno parejo Julián Saborío Madrigal es costarricense, tiene 17 años y él sabe lo que es limitarse en ir o no a un torneo por falta de recursos o patrocinios. El Diario Extra en una entrevista le preguntó: ¿Es frustrante no ir a un campeonato por falta de recursos económicos?: “Sí, para dar un ejemplo, en enero estaba dentro del Abierto de Australia y no pude ir porque el viaje salía extremadamente caro”, situación que mermó la posibilidad de medirse con otros. Actualmente en Centroamérica únicamente hay dos tenistas entre los 500 mejores del mundo. El número uno de la región es el salvadoreño Marcelo Arévalo, 316 del ranking, y el guatemalteco Christopher Díaz Figueroa, en el lugar 415. La zona del planeta donde menos tenistas existen en la élite es Centroamérica. No es un deporte accesible y lo ideal es ir a Europa o Estados Unidos para entrenar. Según cifras de la Asociación de Tenis de Estados Unidos (USTA), se necesitan al menos 150,000 dólares anuales para llevar a un juvenil al circuito profesional. Si consideramos que la construcción de un tenista para estar ya en esos niveles se requiere entre ocho y 10 años, la inversión puede superar sin problemas 1 mdd. Ryan Harrison es estadounidense y empezó el 2015 en el sitio 191 del mundo, ahora es 129. Él forma parte de los deportistas que no son millonarios como Roger Federer o Rafael Nadal, que tiene que ir ganando partido a partido para conseguir dinero en las bolsas de premios de los torneos y poder continuar su carrera. “Uno tiene que tener claras las reglas del tour y también cada uno es quien decide si entra a ese sistema o no. Yo no tengo ninguna queja al respecto y hay muchos torneos, Challengers, por ejemplo, donde se puede obtener recursos y siempre hay que luchar por ser mejor”, comenta. Pero regresemos un poco. Antes de ir por las grandes bolsas hay que prepararse y según los teóricos del tenis la mejor forma de hacerlo es acudir a una academia en el extranjero. Esos sitios son especialistas en hacer crecer el talento de los tenistas, no sólo les dan entrenamiento, sino también hospedaje, alimentación y educación. Por ejemplo, una de las más famosas es la de Nick Bollettieri (donde han pasado personalidades como Andre Agassi, Boris Becker, María Sharapova, Serena Williams entre muchos más), la estancia por un año es de 100,000 dólares, pero esa cifra no incluye viajes o campamentos en otras partes del mundo que son necesarios. Además de pagar una academia, los pretendientes a ser tenistas y figuras internacionales tienen que tener claro que es necesario invertir en material como raquetas y eso les puede costar hasta 1,155 dólares por cinco de ellas (cifra mínima con las que deben viajar), además de bolas o red para la propia raqueta. Justamente Marcelo Arévalo, el salvadoreño, tiene su campo de entrenamiento en Estados Unidos. Según su sitio web pertenece a la Academia Tennis ProTour, más importante, pero esa hambre les ha hecho conseguir cosas”, reflexiona el ahora comentarista de ESPN. Marcelo Ríos, Gustavo Kuerten, Gastón Gaudio, David Nalbandián, son apenas algunos de los tenistas latinoamericanos que de la necesidad pasaron al éxito. La puertorriqueña, Mónica Puig, quien también se formó en la academia donde ahora trabaja Marcelo, dice: “Hoy ves a muchas chicas jóvenes que vienen detrás y eso es muy bueno, porque el mundo del tenis comienza a voltear a una región que antes no figuraba en los grandes circuitos”. Además de la carencia de tenistas entre los primeros 500 del mundo (sólo hay dos) también hace falta la creación de torneos de mayor nivel en Centroamérica. La ATP ordena sus certámenes en el siguiente orden de importancia: Grand Slam, Masters, Open 500, Open 250, Challenger y Futures, es precisamente del último tipo donde organizan más en la región, pero son los de menor prestigio de todos. Para pensar en una vida estable económicamente en la ATP (circuito masculino) o WTA (circuito femenino) hay que estar en los primeros 100 del mundo y aunque parece lejano ahora, el tenis centroamericano sabe ya lo que es estar ahí. Juan Antonio Marín es probablemente uno de los más importantes de la historia, ganó el Abierto de Suecia y entre sus hazañas fue la victoria que logró ante el chileno Marcelo Ríos, en aquel momento era el número 2 del planeta y quien mantenía una luchar férrea por el primer sitio con el estadounidense Pete Sampras. El costarricense fue 55 del mundo y logró juntar 1.2 mdd en premios. Para él sí valió la pena el esfuerzo. Marcelo Arévalo en noviembre de 2007 se sumó oficialmente como tenista profesional y la ATP lo enlistó en el ranking mundial, empezó en el sitio 1,461 y hasta ahora ha ganado 89,000 dólares gracias a lo que ha hecho en sus torneos. El camino es largo, pero se demostró a él mismo algo que también provocan Federer, Nadal o Djokovic: enloquecer a los aficionados, como aquel día que voló en San Luis Potosí.

 

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