En no pocas ocasiones, las personas nos ahogamos en un mar de confusiones cuando hablamos de “las ideologías”. En términos generales, esos arquetipos de doctrina política o adoctrinamientos con influencia en todos los órdenes de la vida humana. Pero más que informar a las personas sobre sus posibilidades de vida, pretenden adoctrinarlas para que opten por la “única posibilidad” que se le ofrece o se le pretende imponer. Por ello, la ideología siempre ha sido una poderosa narrativa o gramática hipnotizante; un lenguaje con el cual se define la realidad, percibiéndola o proyectándola.

Según la definición de Louis Althusser, la ideología es un sistema de ideas, de representaciones que dominan el espíritu de una persona o grupo social. En el esquema marxista de este autor, esas representaciones son producto de la manipulación de una persona o un grupo de personas para someter, con total eficacia, a quiénes se adhieren a ellas o a quiénes les creen. Pero según este autor, igual que en su momento lo expusiera Karl Marx, toda ideología (especialmente la nacionalista) es una perversión de la razón, que produce una alteración, un falseamiento de la conciencia.

Para estos autores la ideología no es racional, sino poderosamente emocional. No busca vencer con mediatez reflexiva en el campo de las ideas, sino convencer con inmediatez ciega en el terreno de las voluntades o voliciones, de las adhesiones y sujeciones voluntaristas. Por ello es instrumento de engaño y opresión masiva, tal como lo ha demostrado, una y otra vez, la historia de las ideologías en el mundo.

LA ILUSIÓN DEL NACIONALISMO

Visto así, el nacionalismo es una ideología engañosa y contraria a la libertad, pues recurre al uso de rituales, de imágenes o retóricas grandilocuentes pero simplistas, dirigidas solo a producir emoción, a provocar exclusivamente movimientos casi involuntarios de las voluntades de quienes son cautivados por tales estrategias o discursos de movilización social.

Pero más allá de conspiraciones políticas o sospechas de cualquier intromisión “en las emociones”, lo cierto es que la ideología tiene muchos caminos para poder discurrir (rituales públicos, discursos, control de medios y de la comunicación, control de la narrativa, control de redes, control de liderazgos, etcétera). Pero cuenta con uno que resulta especialmente eficaz cuando se trata de inculcar el lenguaje ideado, como por ejemplo la ideología nacionalista, esa vía es la educación escolarizada, de la que la mayor parte de los regímenes basados en ideologías totalitarias hacen presa para transformarla en plataforma desde la cual adoctrinar -enseñar- la férrea narrativa o gramática ideológica. Generalmente se ha hecho a través de la enseñanza de la historia nacional, del civismo, la moral y la geografía, así como de un conjunto de actos a los que, en conjunto, se denomina “ritual público”, transmitiendo un único lenguaje e imponiendo una única disciplina-obediencia generalizada.

LA ENORME LENTE

El nacionalismo, como ideología, es aglutinante, disciplinante, ordenador e interpretativo de la realidad. Es como una enorme lente que se interpone entre el individuo y su entorno, cuya característica distintiva es que le lleva a ver o entender la realidad como lucha entre los que son amigos y los que son enemigos.

Por ello, en sus orígenes el nacionalismo se expresó en términos de guerra, de defensa de lo propio contra lo extraño. No hay más que escuchar los himnos nacionales de la mayor parte de los países para constatar esa visión de naciones, resultado de gestas heroicas exageradas, batallas épicas y sacrificios de honor.

La lucha es connatural a todo nacionalismo, derivado de aquel otrora romanticismo alemán, que desarrolló una idea de nación que conllevaba la movilización de la historia, la lucha por recuperar algo que se había perdido, por recuperar un patrimonio original del que se había despojado en algún momento de crisis y que era necesario recuperar a cualquier costo, incluyendo la guerra, aunque teñida de paz chicha.

Ejemplos modernos hay muchos. ¿No fue acaso George Bush, quien revitalizó ese discurso de “amigo-aliado-nosotros” contra el “hostil-enemigo-complicidad”? Aquellos términos en los que exaltó el nacionalismo declarando un enemigo cuyo nombre e identidad estaba muy poco claro, pero fue motivo suficiente para exaltar el celo patriótico para llevar la batalla hasta el enemigo, trastornar sus planes y enfrentarnos a las peores amenazas antes de que se presenten. En el mundo que hoy habitamos, el único camino que conduce a la seguridad es el camino de la acción… (discurso On God and Country, 2004). Parecía que el entonces presidente norteamericano declaraba la guerra a un enemigo desconocido, existente quizá, pero no claramente identificado.

Tal como señaló la filósofa norteamericana Martha Nussbaum, el discurso dominante en torno al 11-S adquirió un rasgo característico de las guerras nacionalistas, en las que lo nacional se transforma en un nebuloso “nosotros” y todo aquello que no sea nacional es un sospechoso “ellos”. Y lo que es peor aún, dice Nussbaum, nuestra sensación de que el «nosotros» es lo único que importa puede desembocar fácilmente en la demonización de un «ellos» imaginario, un grupo de intrusos considerados enemigos de la invulnerabilidad y del orgullo del importantísimo «nosotros». Sin negar el hecho de la compasión que naturalmente despertó en sus compatriotas la tragedia de las Torres Gemelas, lo cierto es que esa compasión, según lo advierte ella, puede también deslizarse hacia un movimiento que quiere que Estados Unidos esté en la cima, derrotando o subordinando a otros pueblos y naciones. Es entonces cuando el nacionalismo deja de ser un sentimiento o una emoción compatible con la tolerancia y la convivencia pluricultural, multiétnica y diversa para convertirse en un medio de dominación que solo se consigue excluyendo a los otros.

LA NO SIEMPRE BUENA TARJETA DE PRESENTACÍON

Es por ello que el nacionalismo, además de una ideología y una tendencia de los pueblos, siempre se ha considerado un “ismo” peligroso, una ideología de salvación en momentos críticos, que parece legitimar a los gobernantes para invocar regímenes extraordinarios de excepción al cumplimiento de la regla que impera en situaciones de normalidad, es decir, para invocar la ruptura o suspensión del pacto político fundamental (régimen constitucional) e invocar el uso de la violencia legítima, aunque no quede claro porqué ni contra quiénes. No es necesario ahondar demasiado en un tema del que, lamentablemente, hemos sido testigos en los últimos años en muchas partes del mundo. Cuestión que ahora tiende a complicarse, pues al parecer esa línea de separación amigo/enemigo podría derivar en un choque de civilizaciones, de culturas o de clases sociales.

No queremos decir que el nacionalismo sea, de suyo y en sí mismo, una ideología perversa que se exalte como medio para situarse por encima de la ley, y tampoco que se trate de un simple discurso del miedo, como han querido ver algunos. Lo que queremos subrayar es que el nacionalismo “no siempre ha gozado de buena tarjeta de presentación” en el mundo de la política. ¿Te preocupa?

Contacto:

Twitter: @requena_cr

Facebook: Carlos Requena

Página personal: Carlos Requena

Las opiniones expresadas son sólo responsabilidad de sus autores y son completamente independientes de la postura y la línea editorial de Forbes México.

 

Siguientes artículos

Liderazgo Leadership Concept
La responsabilidad de ser líder: cómo crear equipos sólidos
Por

¿Alguna vez te has detenido a pensar si en realidad eres un(a) líder de calidad? ¿Te has preguntado qué piensa tu equipo...