Ambas partes podrían beneficiarse de un acuerdo: sólo el 13% de la población de la agitada nación asiática tiene acceso al servicio eléctrico, y a GE no le caería nada mal dotarles de infraestructura.   Por Simon Montlake   En la bruma del mediodía afuera del hotel Thingaha, en Naypyidaw, la nueva capital de Birmania (también conocida como Myanmar), la bandera nacional ondea junto a la de las barras y estrellas y la del logo corporativo de General Electric. En el interior del gran salón el personal alista los últimos preparativos de una cena de gala meticulosamente planeada. Al frente de la planeación del evento se encuentra Stuart Dean, un estadounidense óseo de ojos azules, jefe de GE en el Sudeste de Asia. Recién llegado de Malasia, donde reside, Dean orden sopa y patatas fritas, y se dirige a su director de Relaciones Públicas para revisar la lista de invitados. “Esta noche vendrán ocho viceministros y cinco ministros. En total son 140 personas “, dice el director. — ¿La señora viene? —pregunta Dean—. — Sí. — ¿Confirmado? — Sí, y estará sentada a tu lado. — Wow —responde Dean—. “La Señora” es Aung San Suu Kyi, líder de la oposición que ganó el Premio Nobel de la Paz por décadas de resistencia no violenta a la dictadura de matones y recientemente declaró su interés en postularse a la presidencia. Ella no es fan del libre mercado, por lo que su presencia esta noche resulta de gran importancia. Myanmar, conocida desde hace siglos en Occidente como Birmania, es una de las últimas fronteras en el planeta para el capitalismo, y necesita desesperadamente iluminación y energía eléctrica, ferrocarriles y puertos. Es fácil ver por qué GE, uno de los iconos del capitalismo del planeta y un proveedor líder de infraestructura quiere entrar. Ambas partes necesitan desesperadamente crecimiento. Myanmar, porque la mayoría de sus 60 millones o más de habitantes (el último censo fue en 1983) gana menos de 500 dólares al año. GE, porque sus acciones se han mantenido estables durante los doce años de reinado de su CEO Jeff Immelt. Con ingresos por 150,000 millones de dólares anuales en ventas GE está en busca de lugares como Myanmar, situada en un punto estratégico entre India, China y el sudeste de Asia, que algún día podría volverse un lugar clave. Pero gran parte de la simbiosis termina allí. Los esfuerzos de GE en Myanmar ofrecen una ventana a dificultades que incluso las compañías con más experiencia enfrentan en países en donde la idea de libre mercado es un concepto nuevo. Es una danza torpe, lenta, llena de funcionarios corruptos y una burocracia asfixiante. La cena diplomática de GE ayuda a ilustrar el caso. El evento con Aung San Suu Kyi sigue a un taller de un día para el Ministerio de Energía Eléctrica, que acabó, como parece ser la norma aquí, sin resultados. El ministerio quiere más tiempo para estudiar las propuestas de GE para reemplazar turbinas de gas industriales desgastadas fabricadas hace años. Quizá, consideran los burócratas, la empresa pueda ofrecer capacitación técnica y apoyo. Dean levanta las cejas, pero mantiene su sonrisa. La cena tuvo resultados similares. Música ligera de piano recibía a funcionarios birmanos vestidos con chaquetas negras sin cuello, con grandes puños sobre camisas y pantalones coloridos. Dean se coloca en la línea de bienvenida de GE y luego escolta a la antesala a la señora con rostro inexpresivo y un vestido de seda verde musgo con un pañuelo fucsia, ante el asombro de los empresarios locales. Una vez que se sirven las entradas, Dean sube al escenario. Sus malogrados esfuerzos de hablar birmano se ganan amables risas entre la audiencia. “Lo más emocionante de la historia de Asia en los últimos diez años es la aparición de este país en el escenario mundial”, dice. “Queremos ser un socio de Myanmar en el largo plazo”. Luego invita a Suu Kyi y cinco ministros a unirse a él para las fotos, antes de que la señora se abalance sobre su SUV. ¿Habrán logrado conmoverla?” Tal vez se haya dado cuenta de que las empresas lograrán abrirse paso y hay una manera de tomar ventaja de ello”, reflexiona Dean más tarde. Ya más relajado después del evento, durante la hora de las bebidas con su equipo, Dean explica que Suu Kyi le preguntó si GE podría ayudar a renovar el Hospital General de Yangon, un edificio centenario. Dean respondió que GE está suministrando equipos a muchos hospitales públicos, pero Suu Kyi, como corresponde a un político, siguió adelante su proyecto favorito. “Te han ganado”, bromea un colega.   JUNTO CON CUBA Y COREA DEL NORTE, Myanmar fue uno de los últimos países en recibir las ideas occidentales y el capital global que inundaron a los estados comunistas desde Sofía hasta Saigón en 1990. Birmania, independizada en 1948 y tomada por una junta en 1962, había sido un paria. Las rebeliones abortivas fueron reprimidas brutalmente, los disidentes fueron encarcelados y los extranjeros fueron desalentados a visitar el país. Las sanciones dirigidas por Estados Unidos acentuaron su aislamiento. Ahora, la puerta se ha abierto bajo un gobierno civil que coquetea con el libre mercado y está cortejando ávidamente a Occidente como un contrapeso a China y un camino hacia el desarrollo económico. Un PIB que es más pequeño que el de Delaware podría cuadruplicar su tamaño a 200 mdd en 2030, según el McKinsey Global Institute. Los primeros aventureros comenzaron a invertir en 2011, adelantándose al posible cambio de ideología del régimen. Hoy en día es cada vez más común la salida de empresas como Unilever, Coca-Cola, Microsoft y Caterpillar, con más recursos y mayores horizontes. “Los aventureros empacaron y volvieron casa. No encontraron la olla de oro”, cree Luc de Waegh, un belga que asesora a multinacionales. Dean dice que puede duplicar las ventas de GE en Myanmar a 100 mdd este año gracias a la creciente inversión de los sectores público y privado en aviación, salud y energía, e incrementarlos hasta los 500 mdd en cinco años o más. Hazlo bien y  Myanmar podría convertirse en el próximo tigre asiático impulsado por el capital y el know-how estadounidense. Pero, como McKinsey y otros reconocen, las recompensas de Myanmar también implican significativos riesgos de fracaso, desde bancos disfuncionales y disputas violentas por tierras hasta una parálisis política. “Las estructuras legales y financieras aún no están listas para inversiones a gran escala”, advierte Romain Caillaud, director general de Vriens & Partners, una consultora en la antigua capital, Yangon (una vez conocida como Rangún). Hazlo mal y estarás persiguiendo clientes morosos en un atolladero legal o, peor aún, luchando por aferrarte a tus activos mientras los tiburones te acechan. En las calles sucias de Yangon, espectaculares anuncian a Pepsi y a Ford, y los cajeros automáticos de Visa y MasterCard ofrecen retiros. Pero las marcas estadounidenses deben competir con la francesa Total y la malaya Petronas, que se quedaron con todo cuando las empresas occidentales se retiraron en 1990. Japan Inc. también busca cerrar tratos de infraestructura, con el generoso apoyo del gobierno de Tokio, el mayor acreedor de Myanmar. El país nunca ha conocido la paz. Grupos étnicos armados deambulan por las tierras fronterizas bajo treguas temblorosas. Cientos de miles de refugiados se pudren en los campos a lo largo de la frontera con Tailandia. La guerrilla saca dinero de la venta de píldoras de metanfetamina e invierte las ganancias en armamento chino. Además, los monjes budistas militantes han incitado a los pogromos contra la minoría musulmana. Cientos de personas han muerto recientemente en ataques que la policía parece ser incapaz (o simplemente no tiene la voluntad) de detener. “Ése es el código rojo para mí”, me dice un experimentado ejecutivo multinacional. ¿Tiene GE el estómago para eso? “¿Cuál es el riesgo de no estar allí?” Contraataca Dean, de 60 años, dando la vuelta a la pregunta. “Estás arriesgando quedarte atrás si no te subes al tren.” Veterano de 33 años en GE, Dean también sabe lo que es ser lanzado debajo del tren. Fue el director de la compañía en Indonesia en 1998, cuando una crisis financiera tiró los proyectos de energía respaldados por GE y condujo a llamados de nacionalización. En 1994 tomó su primer viaje a Yangon bajo el régimen militar y se encontró con el miedo en las calles, donde nadie lo miraba a los ojos. GE estaba vendiendo equipos de energía para a la junta, enfureciendo a los grupos de presión estadounidenses que motivaron boicots de consumidores en su contra. Dos años más tarde, GE se retiró abruptamente. Cuando Dean regresó en noviembre de 2011, el miedo, dice, se había disipado. Se reunió con funcionarios del gobierno que le dijeron que el país había cambiado y “vamos a necesitar muchísima ayuda”. En junio de 2012 el presidente Obama redujo las sanciones económicas y de inversión. En cuestión de días GE anunció su primer acuerdo, para suministrar máquinas de rayos X con un valor de 2 millones de dólares a hospitales privados. Myanmar necesita urgentemente la electricidad. Sólo el 13% de la población tiene acceso al servicio. Su energía eléctrica proviene de presas hidroeléctricas alimentadas por las lluvias monzónicas y plantas de gas natural. Varias plantas funcionan con 18 turbinas de gas construidas por GE en las décadas de 1980 y 1990, las cuales no recibieron mantenimiento debido a las sanciones y se encuentran en un estado deplorable. En diciembre pasado, GE vendió dos turbinas de 16 millones a un proyecto privado de energía de 100 megavatios en Yangon. Pero está a la espera de la acción del gobierno para emprender mejoras a la planta. Myanmar pudo haberse despojado de su piel militar, pero la cultura burocrática de la toma de decisiones prevalece, por lo que es difícil de navegar una burocracia poco poder que está plagado de corrupción. En el caso de GE, el Ministro de Energía Eléctrica no ha hecho nada por acelerar una propuesta de acuerdo, a pesar de que la idea tiene el apoyo del presidente, dice una fuente involucrada en las negociaciones. “Nada se mueve”, dice Robert Fitts, un embajador de EU retirado en Bangkok y un asesor de McLarty Associates. Algunos ejecutivos estadounidenses ansiosos que vuelan a Myanmar para presentar a los funcionarios del gobierno empresas comerciales, dice, están perdiendo su tiempo. “Estos proyectos sólo se acumulan polvo en los escritorios.”   LOS ASIÁTICOS TIENEN UNA VENTAJA ENORME EN MYANMAR. Cuando Washington apretó las sanciones en 1997, la mayor parte de los países vecinos lo ignoró. China fue especialmente agresiva. Ahora está construyendo tuberías gemelas en la frontera para traer gas natural y crudo importados de Birmania. Sumemos una serie de presas hidroeléctricas chinas en el Irrawaddy y otros ríos y es fácil ver por qué muchos sienten que Birmania está siendo exprimida por su gigante vecino. En una movida rara, el presidente Thein Sein suspendió en 2011 el proyecto de la presa más grande de China, un gigante de 3,600 mdd en el norte hasta que habría exportado la mayor parte de su producción de energía. La inversión de China se ha desacelerado desde entonces a un goteo. Otras potencias asiáticas están tratando de llenar el vacío. En mayo, por ejemplo, Japón canceló deuda por casi 2,000 mdd y ofreció créditos flexibles para una zona industrial y un puerto de aguas profundas que las empresas japonesas están construyendo fuera de Yangon. Esta ventana es la razón por la que Dean sigue alcista en Birmania, a pesar de los obstáculos. Atestigüé una ceremonia de firma de dos nuevos distribuidores locales de GE. Después, Dean invitó a un brindis por su asociación. Naing Kyaw Moe, un empresario de iluminación, cuenta la breve historia de su empresa, incluyendo la instalación de las luces ornamentales del edificio del parlamento de Naypyidaw. Dice que utiliza luces “hechas por GE en Hungría”. Los ojos de Dean se ensanchan. Su temperamento a veces le hace tropezar culturalmente. Cuando Naing Kyaw Moe hace un extenso relato sobre un influyente monje budista con seguidores en todo el mundo, Dean interviene: “¿Es amigo de Richard Gere?” Perplejo, el empresario intercambia mirada con otros birmanos. Nadie reconoce el nombre. “Es nuestro budista más famoso”, explica Dean, en tono de disculpa. La búsqueda de socios en Myanmar es complicada porque EU sigue imponiendo sanciones a los aliados comerciales del régimen militar, cuyos tentáculos se extienden en muchas industrias. GE planeaba abrir su oficina de representación el año pasado, pero tuvo que esperar a que EU renunciara a las restricciones a los bancos que dominan Myanmar. Tierras, hoteles y otros activos están en manos sucias, y una maraña de empresas prestanombres hace que sea difícil saber lo que pasa. Tomemos como ejemplo la aviación, por lo general un punto fácil para GE. Las aerolíneas de Myanmar están luchando para aumentar su capacidad, pero no pueden permitirse nuevos aviones. GE Capital ha rentado dos aviones Embraer a la estatal Myanma Airways y Dean reconoce que el arrendamiento financiero a compañías privadas tiene una enorme ventaja. “No se necesita la aprobación del gobierno. Las cosas pueden moverse más rápido”, dice. Alentados por el turismo y los viajes nacionales, la flota de Myanmar podría duplicarse en dos años, predice Dean. Bajo el régimen militar, las licencias se repartieron entre magnates como Tay Za, que es dueño de dos aerolíneas y fue recientemente retirado de la lista negra de EU. Aung Ko Win, el pez gordo de la aeronave que nos lleva a Yangon, es un amigo importante de los militares. Otra compañía privada, Yangon Airways, está vinculada a narcotraficantes armados. Dean parece no darse cuenta de esos contras y no tiene ningún interés en escarbar en sus antecedentes. Pasé tres días con él, a través de un sinnúmero de reuniones y dos cenas corporativas, y vi poca evidencia de progreso. Sin embargo, a pesar de lucir agotado mientras le da las buenas noches al último invitado en la cena final de su viaje, se mantiene, como un verdadero aventurero, perpetuamente optimista. “Tenemos muchísima buena voluntad, ahora sólo necesitamos algunas órdenes.”

 

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