Las soluciones colectivas son las que responden con mayor eficacia a los problemas ambientales. Las que integran actores que toman decisiones en conjunto. Y si alguien quisiera documentarlas a futuro, a la usanza de un historiador con más de cien años de ventaja, se encontraría con que en varios casos se optó por acuerdos intersectoriales, con especial responsabilidad de la industria, el mercado y las empresas. Acciones que hoy deben repetirse para enfrentar el calentamiento global y las consecuencias del cambio climático, acciones basadas en el triple impacto. 

Traigo a la memoria la lluvia ácida, registrada entre los 70 y 90 por la comunidad científica, por el desaparecimiento de fauna en ríos de Escandinavia y lagos de América del Norte. En su momento hubo entredicho sobre su causa, pero una vez abordada por la ciencia se responsabilizó a las centrales eléctricas y su combustión de carbón. Éstas generaban nubes de dióxido de azufre que regresaban al planeta como precipitaciones, las que aceleraron acuerdos internacionales e incentivos para las empresas para su erradicación.

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Entre esas mismas décadas también se conoció la situación de la capa de ozono, alertando un agujero sobre la Antártica del tamaño de todo ese continente. Los científicos salieron al paso y se atribuyó a ciertos gases de efecto invernadero —los clorofuorocarbonos—, con presencia, entre otros, en refrigerantes y aerosoles de uso común. Se tomaron cartas en el asunto, entre ellas el exitoso Protocolo de Montreal (1987), reemplazando estos productos químicos en el mercado por otros más amigables con la capa de ozono encargada de absorber la radiación ultravioleta.  

Y no olvidemos la gasolina con plomo, que contenía aditivos para una combustión más eficiente pero, al mismo tiempo, liberaba partículas dañinas para la salud cardiaca, cerebrovascular y mental de las personas. Luego de las respectivas investigaciones, hubo consenso en que esto era un problema y se fue prohibiendo gradualmente, de la mano con fuertes campañas de concientización por parte de grupos industriales, sectoriales y ONG’s. Hoy esta gasolina no se utiliza en ningún tipo de automóviles.   

Actualmente, la explotación generalizada de plásticos, papeles y cartones convencionales para la industria del empaque y el embalaje deja en Latinoamérica, cada día, más de 140 mil toneladas de residuos de acuerdo con la Organización de las Naciones Unidas, esta misma organización señala que sólo una décima parte de este total se recupera por medio de reciclaje o reutilización, el resto se “elimina”, incorrectamente, hacia destinos como la naturaleza o vertederos.

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Pese a sus múltiples beneficios y a la transformación que ofreció para el desarrollo humano, pareciera evidente que no hemos sabido gestionar el posconsumo del plástico, papeles y cartones, y tantos otros materiales con los que convivimos día a día, lo que ha generado efectos nocivos en el medio ambiente, no escapándose México de este fenómeno.

La solución a este problema mundial no es una, sino que corresponde a pensar de forma general el cómo tratamos a nuestros residuos una vez consumidos, y en obligarnos a crear sistemas de gestión de residuos, tanto orgánicos e inorgánicos, que nos permitan transitar hacia un modelo sostenible y sustentable, que incorpore nuevas tecnologías y materiales tanto en su producción, consumo y posconsumo.

Hoy existen tendencias colectivas que buscan aminorar las secuelas de plásticos no biodegradables, papeles y cartones convencionales. Sin embargo, las soluciones ante la sobreaglomeración de residuos deben ser integrales y en miras hacia una economía circular, que incluya también una circularidad ambiental. La responsabilidad es de todos y el problema se debe resolver en conjunto.

Si bien nuestra situación medioambiental podría estar viviendo su hora más oscura, con informes como el del IPCC que confirman nuestra responsabilidad en el aumento claro de la temperatura planetaria, estos tres antecedentes, la evidencia científica y la versatilidad del mercado para proponer nuevos estándares de bienestar en la población, mantienen viva la esperanza de una agenda climática transformadora. Una respuesta para contrarrestar responsablemente el cambio climático: el gran dilema de este siglo. 

A mi juicio, quienes lideramos negocios basados en triple impacto tenemos la oportunidad y obligación de promover acciones climáticas significativas para el futuro. Por ello existen iniciativas como Race to Zero, respaldada por la ONU, que reúnen liderazgos subnacionales y no estatales comprometidos con alcanzar emisiones netas cero en el mundo. Actualmente congregan a más de cinco mil empresas y casi 500 instituciones financieras sintonizadas con, en este caso, la carbono neutralidad. ¿Estamos dispuestos a promover más experiencias de este tipo y a seguir desarrollando alternativas de impacto para solucionar los problemas? 

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Ignacio Parada da Fonseca, CEO de Bioelements*

Las opiniones expresadas son sólo responsabilidad de sus autores y son completamente independientes de la postura y la línea editorial de Forbes México.

 

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