Por Franc Carreras Las ideas son como los granos. Todos las tenemos de vez en cuando y a todos nos importan mucho las nuestras, pero las de los demás… no tanto. La razón es bastante obvia: lo que para unos puede ser la idea más impresionante del mundo para otros es simplemente insignificante. Todavía recuerdo cómo me sentía cuando eso me ocurría a mi trabajando en una multinacional discográfica a principios de siglo. Hacía poco que había salido de una reconocida escuela de negocios y me sentía capaz de cambiar el mundo con todo lo que había aprendido. Tenía un cargo de mando intermedio en una organización líder en el sector y mis amigos me escuchaban con atención cuando compartía mi visión sobre el futuro de la industria. Pero en la oficina era diferente. Recuerdo presentar ideas constantemente. Al principio lo hacía de manera informal. Luego empecé a documentarlas llegando incluso a redactar un plan de negocio. Tenía la atención de mis superiores y a menudo apoyo por parte de algunos, pero nunca se llevaban a la práctica. ¿Por qué? Eso me preguntaba continuamente… Al mismo tiempo, debido a la naturaleza de mi responsabilidad solía asistir como invitado a las reuniones de directores de departamento donde se tomaban las decisiones importantes. Allí algunos de los asistentes proponían sus ideas, mucho menos brillantes que las mías (al menos a mi parecer). A menudo esas ideas ni siquiera se cuestionaban. Algunas eran espontáneas, expresadas a penas segundos después de haber sido concebidas. Y muchas de ellas se llevaban a la práctica. No todas tenían éxito, pero lo que me asombraba era la facilidad con la que eran aprobadas. Privilegio de unos pocos Entonces aprendí mi primera lección sobre este tema: las ideas son un privilegio; un privilegio reservado para aquellos que se han ganado el derecho a llevarlas a la práctica. En mi caso eran directores de departamento con experiencia y sobre todo criterio para distinguir las buenas de las malas. En otros casos serán emprendedores capaces de conseguir el apoyo de inversores o creadores capaces de identificar o incluso crear tendencias. Por aquel entonces trabajaba para el magnate de la música que había firmado el primer contrato discográfico de artistas que iban desde Janis Joplin o Bruce Springsteen hasta Whitney Houston o Alicia Keys. ¿Cómo no iba a tener buenas ideas si había sido no solo testigo de los últimos 40 años de historia de la música pop sino también uno de sus protagonistas? Es mejor tener hipótesis La verdad es que a mí nadie me prohibió tener ideas. Pero tampoco se las tomaban muy en serio. Entonces aprendí otra lección. A falta de credibilidad y poder de ejecución: datos. Hoy en día el dato es la mayor autoridad en la toma de decisiones. Una vez escuché a un ingeniero de Google explicando cómo eran las famosas “tormentas de ideas” en su departamento. Nadie acudía a la reunión con ideas. En su lugar se presentaban hipótesis seguidas de una breve explicación del proceso que se sugería para validarla. Por ejemplo: si se te ocurría cambiar el color de un botón a verde para que llame más la atención sugerías hacer una prueba A/B con un número limitado de usuarios para comprobar si obtenía mejores resultados que el color azul actual. En la era digital en la que vivimos probar nunca ha sido tan fácil. La velocidad y el coste con los que un nuevo concepto se puede poner delante de un posible cliente se ha reducido drásticamente. La mejor manera de tener buenas ideas Una vez vi una entrevista en la que le preguntaban a Elton John sobre Stevie Wonder. Elton respondía bromeando con esta frase: “Lo suyo no tiene mérito: ¡escribe una canción nueva cada día! Al final es lógico que le acaben saliendo tantos hits”. Lo cierto es que la obra maestra de Wonder titulada “Songs in the key of life” fue el resultado de más de dos años de trabajo en los que compuso y grabó más de 200 canciones. Conclusión: la mejor manera de tener buenas ideas es tener muchas. La concepción de ideas es como un músculo: para levantar un peso pesado primero hay que ejercitarlo. Y cuanto más lo ejercitas, menos cuesta. Como muchas de las cosas que merecen la pena en la vida, tener buenas ideas requiere práctica. Por eso, el peor enemigo es el abandono. Si tienes una idea sobre algo que no conoces o en lo que todavía no has desarrollado suficiente experiencia: ¡olvídala! Si tienes una idea sobre aquello en lo que llevas pensando muchos años y no cuaja: ¡olvídala y pasa a la siguiente! Y si tienes una idea prometedora conviértela en hipótesis, valídala y si el resultado es positivo y crees en ella firmemente impleméntala sin miedo. Y ahora: ¡anda, ve y crea! *Profesor de ESADE y cofundador de MamisDigitales.org   Las opiniones expresadas son sólo responsabilidad de sus autores y son completamente independientes de la postura y la línea editorial de Forbes México.

 

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