La vida se regenera a las 3 de la mañana. Entre muchas cosas que parecen acontecer a esa hora, se recompone el ADN y se dice que puertas dimensionales son abiertas. Tal vez, en busca de un sandwich en medio del insomnio. 

Visto de otro modo, este momento de la madrugada es uno en el que la jornada verdaderamente inicia, levantando ciclos biológicos que tendrán un pico durante la viglia y 24 horas más tarde, necesariamente caerán.

¿Cómo nos atrevemos, entonces, a estar dormidos cuando estos ciclos cambian la estafeta? ¿De qué nos estamos perdiendo en ese momento de inusitada vulnerabilidad y reconstitución del propio ser?

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El miedo a quedarte fuera

En la escena musical, la tecnología, jornadas deportivas, hot spots y en todo lo que quepa bajo el paraguas conceptual de “actualidad”, “tendencia” o “moda” se dibuja constantemente un círculo. 

Este espacio perimetral tiene la gracia de establecer la frontera de todo aquello que socialmente ha sido aceptado como valioso. Advertencia: quedarte fuera de este círculo, por la razón que sea, puede provocar frustración, temor y hasta golpes a la autoestima.

Pero como somos tan conscientes y empáticos que fumamos a pesar de las fotografías y mensajes en las cajetillas de cigarros, mantenemos vivo el lema mexicano: todo pasa, nada pasa.

Con tal claridad ha sido dibujado el círculo citado, que se acuñó un término al respecto: FOMO (Fear of Missing Out). Y es que estar IN refiere a no parar. Hay que prender el celular autómatamente para revisar la cantidad de likes que has cosechado (estés o no en tus redes), con la meta de enriquecer una promesa que ni siquiera ha quedado clara.

Pero pasa algo extraño: cuanto más tiempo parece que se ahorra, más nos acelera y distrae. Si pasamos revista a nuestra cotidianidad, resultará extraño y hasta sospechoso que durante una plática, alguien verdaderamente escuche y te vea a los ojos.

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La clave para entender este sinsentido es el tiempo, porque se acaba. Es así como la oferta irresistible viene con el moño de la rapidez: la conexión ha de ser más rápida, los procesos más ágiles, la gente deberá escribir más rápido sin importar que sea legible, a los niños les urgirá ser adultos, tendrás que inviertir más rápido en criptos, tomarás todos los cursos en línea que puedas, ligarás en aplicaciones para ahorrarte la paja. Al grano. Rápido. Funcional. 

Esta dinámica de ir más rápido con el fin de ahorrar tiempo parece tener su causa en la máxima de producir y consumir con la mayor velocidad posible. Se trata de una institucionalidad sistémica que por masiva, se abraza y nos deja —al final del día— sin tiempo.

Y no es que uno pretenda abanderar el estatismo o un camino de involución, se trata de entender que la aceleración, toda vez que sea acompañada de un agente alienante, resulta estéril y hasta contraproducente, si lo que se pretendía era navegar una dirección evolutiva.

Downloading Homo Sapiens 2.0

El cambio en la estructura de la temporalidad afecta el parado en el mundo de quien lo habita. Vivir, comer, hablar y sentir de prisa contradice el sentido de propósito del ser humano: habitar la experiencia.

“El fenómeno no está alejado del observador, sino entrelazado e involucrado con él”, decía Werner Heisenberg. Con la contemplación, el observador altera eso que observa. 

Pero como no tenemos tiempo para ello ni llenadera en esta vida, surgió un movimiento bajo el nombre de “Transhumanismo” que postula una eventual convergencia de los dispositivos hiperconectados a la biología humana. Hay autores como Yuval Noah Harari, que no dudan en apostar que es un hecho lo que ocurrirá: tendremos implantes con los cuales contaremos con más memoria y podremos desarrollar más funciones ¡en menos tiempo! 

Es decir, el Homo Sapiens está a punto de recibir una actualización. Nick Bostrom, de la Universidad de Oxford trabaja en la creación de máquinas superinteligentes que combinan una parte orgánica con inteligencia artificial. Kevin Warwick, científico e ingeniero en cibernética de la Universidad de Reading se implantó un chip para conectar su sistema nervioso a una computadora. El artista Neil Harbison, quien era incapaz de percibir colores cuenta con un chip en el cerebro que le ayuda a escuchar la energía electromagnética de los colores.   

Exhibir la vida sobre pantallas de la que penden hilos en espera de un like hace de la persecución del sentido de propósito un mercado de aprobaciones, mismo que consolida la migración del vínculo entre las personas a la pantalla y su ambiente digital.

Por eso nos hemos vuelto intolerantes a la duración. Por eso optamos a reducir la mente a una terminal más y sin pantalla. Por eso tenemos tanto miedo a quedarnos fuera. Fuera de la prisión que hemos ido construyendo y habitando, sin siquiera cuestionar ni comprender su proceso.

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Contacto:

Eduardo Navarrete se especializa en dirección editorial, Innovación y User Experience*

Twitter: @elnavarrete

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