Hay preguntas que merecen una elaboración detallada. Pero en contextos como el de un buscador online, hacer la pregunta “¿Por qué?” debería llevar a una sola respuesta: “porque lo mereces”.

Preguntar representa la expresión de una conciencia que se extiende, es la inquietud de la mente en consonancia con su evolución y sirve para comprender el espacio que se ocupa y el rol que uno ha de jugar aquí. Preguntar nutre, aclara, da vida.

Friedrich Nietzsche enfocaba el reflector al “¿por qué?”. Pensaba que cualquiera de nosotros que tuviera una respuesta al “¿por qué vivir?”, podría alcanzar prácticamente, cualquier cómo.

La pregunta más hecha a Google durante 2020 fue precisamente esta: “¿por qué?”. Imaginando que el conjunto de algoritmos tendría una bola de cristal o un diván a su lado, los humanos no solo hemos dejado de responder, sino de preguntar con calidad. El cuestionamiento más azaroso que nos venga ha de ser calmado y atendido con la comodidad de un buscador en la palma de la mano.

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Simon Sinek, un escritor inglés, se hizo famoso porque propuso que para llegar al fondo del meollo de cualquier asunto, uno debería iniciar su investigación preguntando “¿por qué?”, por encima del previsible “qué” o del anquilosado “cómo”, ya no digamos del “quién” o del “dónde”. Responder al “por qué” hace que el fondo causal viaje a la superficie de una manera simple y reveladora, genuina y directa como una propuesta de valor que va a distinguir una decisión de un capricho. 

“La gente no compra lo que haces, sino por qué lo haces”, dice Simon Sinek. Por eso pone en el centro (él le llama “El Círculo de Oro”) al “por qué”, en un siguiente nivel al “cómo” y en el tercero al “qué”.

Respondiendo las preguntas que podrían surgir del “qué” se atiende la parte analítica del problema, mientras que con el “por qué” y con el “cómo” se expresan sentimientos y conductas humanas. 

Por esa razón y con este lente comparto algunas preguntas que, me parece, han quedado incompletas en su respuesta dada la velocidad con que se da paso a otras preguntas y se trata de afianzar un estado en el que “no pasa nada”.

¿Por qué brotó —en realidad— el Coronavirus?

¿Por qué algo invisible pausó el ritmo diario de un planeta?

¿Por qué no se anticiparon sus consecuencias?

¿Por qué no hay responsables directos de las acciones omitidas?

¿Por qué se minimizó, en lugar de buscar salvar miles de vidas?

¿Por qué se ignoran aún las medidas sanitarias?

¿Por qué no hubo apoyo suficiente a los médicos?

¿Por qué el debate era entre la salud y la economía?

¿Por qué dejar a un pueblo a su suerte en una crisis de esta dimensión?

¿Por qué respondemos los humanos a este virus de formas tan distintas?

¿Por qué desconocemos el nivel elemental de inmunidad?

¿Por qué hay brotes de reinfección y qué tan comunes serán?

¿Por qué la especie humana no tiene la capacidad de aprender con una sola lección?

¿Por qué olvidamos que somos vulnerables?

¿Por qué nos distraemos de nuestro sentido de propósito?

¿Por qué somos tan repetitivos?

¿Por qué nos identificamos con lo que no somos?

¿Por qué pretendemos poseer lo que no nos corresponde?

¿Por qué depositar la atención y la energía en lo que —sabemos— es estéril?

¿Por qué no ser un diario instrumento de inspiración propia?

¿Por qué necesitamos algo a lo que nos podamos aferrar?

¿Por qué la agotadora necesidad de describir y juzgar el mundo?

¿Por qué nos dejamos dominar por la apariencia?

¿Por qué nos tomamos todo personal?

¿Por qué permitimos que la importancia personal nos devore?

¿Por qué nos hipnotiza perder el agente más valioso que tenemos: el tiempo?

¿Por qué no somos capaces de reconocer patrones y cambiarlos?

¿Por qué negociamos lo no negociable y no negociamos lo negociable?

¿Por qué preferir un punto de vista egoísta a uno altruista?

¿Por qué tomamos por dada esta vida?

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Preguntar asustados al nuevo médico, abogado, educador y confidente —internet— si todo esto ha sido un sueño, tampoco lo resuelve. De hecho, sería indistinguible, de la misma manera en la que en un sueño no sabes que estás soñando. Entonces, ¿qué hacer con tantas preguntas para las cuales hay tan pocas buenas respuestas? 

Voltaire pensaba que se debía juzgar a una persona por sus preguntas y no por sus respuestas. Tal vez tocamos pared, como lo hizo Jim Carrey en un barco en Truman Show y nos dejamos de hacer preguntas o reiteramos las existentes. Podríamos seguir el ejemplo de los robots y los algoritmos. Por lo menos en su vocación de ser buscadores y evitar perder el olfato y el gusto por la curiosidad.

Tal vez en este momento no hay respuestas para dimensionar la magnitud ni las implicaciones de un evento que lleva más de dos años y que parecía impensable que viviéramos. Nos resta habitar el momento y saber que somos responsables de su interpretación. Mejor —al menos— que perfeccionar la neurosis, tan a la mano. 

Porque aquello en donde se pone la voluntad es tu realidad, libertad no es otra cosa que reconocer la capacidad para elegir dónde se pone la mente. 

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Contacto:

Eduardo Navarrete es Head of Content en UX Marketing, especialista en estrategias de contenido y fotógrafo de momentos decisivos.

Mail: [email protected]

Instagram: @elnavarrete

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