Aunque la cantante lleva activa muchas menos décadas, ya cuenta con una base de fans tan fiel como la de los veteranos rockeros, pero hay más.   Por Zack O’Malley Greenburg A las 9:15 pm del viernes pasado, el estadio MetLife fue repentinamente inundado por una profunda oscuridad, lo que provocó que las 60,000 almas que coparon la arena emitieran un alarido tan estruendoso que cimbró el piso. Entonces Taylor Swift surgió en medio de un enjambre de bailarines, justo delante de una pantalla gigante sobre el escenario que mostraba un horizonte brillante que recordaba a la Gran Manzana, y los acordes de “Welcome to New York” comenzaron a elevar aún más el nivel de decibeles. Casi 24 horas más tarde, a unos 500 kilómetros de distancia, en las afueras de Buffalo, el Ralph Wilson Stadium también se quedó en penumbras, tragándose a una multitud de tamaño similar pero del doble de edad y con mucho más alcohol en la sangre, eso sí, igualmente intoxicada por la experiencia, que gritaba en un tono algo más bajo mientras otra pantalla mostraba su interpretación del horizonte estadounidense. Fue entonces que The Rolling Stones salieron al escenario para tocar “Jumping Jack Flash”, mientras miles de pantallas de teléfonos celulares, cual mar de luciérnagas, capturaban cada detalle de sus movimientos. “Es bueno estar de vuelta”, dijo Keith Richards algunas canciones después. “Es bueno estar en cualquier lugar.” Dos noches consecutivas vi sus conciertos, una experiencia que me dio la oportunidad de presenciar el pasado, presente y futuro de los shows de estadios, y cómo, aunque están separados por casi medio siglo de edad, ambos titanes de la música tienen mucho más en común de lo que parece a simple vista, comenzando por su capacidad de recibir pagos multimillonarios cada fecha de sus giras. Los Stones están terminando su breve Zip Code Tour, pero ya ganaron el dinero suficiente para garantizar un lugar entre las giras del año con mayores recaudaciones, incluso si no dan otro concierto en 2015. Recaudaron 80.7 millones de dólares (mdd) por sólo 10 fechas en el primer semestre del año, con un precio de entrada promedio de 178.44 dólares, de acuerdo con Pollstar. Swift, por su parte, recaudó 46.5 mdd en el primer semestre de este año, con un número similar de shows como parte de su gira mundial 1989, y superará a la banda de rock antes de que finalice el verano. Con más de 80 espectáculos previstos para 2015, parece probable que recaudará más de 200 mdd sólo por la venta de entradas. En los últimos 12 meses en total, los Stones se llevaron a casa 57.5 mdd, y Swift se embolsó 80 millones, una cifra que seguramente crecerá. Ambos han aprovechado un impulso sin precedentes en la industria. Pollstar registró la venta de 57 millones de entradas a nivel mundial para una recaudación total de 3,400 mdd en el primer semestre del año, un aumento de 5.8% respecto al mismo periodo de 2014. Los resultados son aún más sorprendentes en América del Norte, donde los mejores 100 tours generaron 1,430 mdd, 39% más que el año previo. “Ha habido una gran expansión en el negocio de los conciertos”, dice el jefe de Pollstar, Gary Bongiovanni. “Hay en juego muchos factores distintos.” Entre éstos: una economía recuperada en América del Norte y un aumento en los ingresos en lugares como América del Sur y Asia, lo cual significa más personas en todo el mundo que pueden pagar 100 dólares por una entrada a un concierto. Swift y los Stones son de los pocos actos que pueden llenar un estadio por su cuenta, cobrar precios suficientemente altos para compensar fácilmente los costos de producción y beneficiarse de las economías de escala que derivan de reunir a 60,000 personas en el mismo sitio. Katy Perry ganó 135 mdd el año pasado, junto con un lugar en la portada de Forbes, en gran parte debido a este fenómeno. Perry dijo: “Tuve la oportunidad de triplicar mis ingresos brutos sobre lo que gané la última gira.” Swift podría hacer lo mismo el próximo año. Las multitudes para el show de los Stones en Buffalo comenzaron a aglutinarse en algún lugar al oeste de Schenectady, Nueva York. Fue entonces cuando el conductor del tren comenzó a recomendar a los pasajeros que se dirigían al show que compartieran taxis. “Si ven a Mick –exclamó mientras salíamos del tren–, ¡díganle que Marty le manda saludos!” Desde entonces y hasta nuestra llegada al concierto, me encontré en un grupo que incluía a una ballerina treintañera de Nueva York, un francés marchante de arte de mediana edad, y un hombre tatuado que parecía estar en sus últimos 40 años. Después que nos montamos en un taxi descubrí que todos habían estado en muchos más conciertos de los Stones antes. El francés me informó que los había visto por primera vez en París hace 20 años. La bailarina me dijo que había estado en dos, uno a principios de este año en Pittsburgh, y otro durante la década de 1970 (aún en el vientre de su madre), y nadie objetó cuando ella preguntó si podíamos hacer una parada en el camino. Nos estábamos convirtiendo en amigos de conciertos, un concepto que ha tenido toda una evolución entre Woodstock y nuestros días, uno que está vivo y saludable. Esta nueva generación no es sólo una horda anónima oculta detrás de sus nombres de usuario en Twitter e Instagram. Antes del show de Taylor Swift en Nueva Jersey el pasado viernes, cientos de asistentes portaban camisetas con los nombres de giras anteriores a las que asistieron, igual que lo hicieron los fans de los Stones en Buffalo. Viajaban en grupos, a menudo vestidos igual; durante el concierto, la misma Swift dijo que estaba empezando a reconocer las caras de sus fans. Durante décadas, la gente ha estado declarando la “muerte de la estrella del rock”. Una simple búsqueda de esas palabras en Google arroja más de 100,000 hits (88 millones de resultados sin comillas). Y aunque no hay duda de que hay menos música con guitarras eléctrica en la radio convencional en estos días, los actos como el de Swift son muy conscientes de cómo sus predecesores agotaban entradas en los estadios y frecuentemente les rinden homenaje. A lo largo de su set de casi tres horas, Swift tocó una guitarra eléctrica un par de veces, tanto como lo hizo Mick Jagger; ambos cantantes probablemente recorren varios kilómetros sobre el escenario a lo largo de cada noche. Y así, mientras los Stones siguen adelante en el crepúsculo de su última gira, Swift se encuentra entre los improbables sucesores de las grandes glorias de los estadios. Después de la espera del tren que me lleve de vuelta a casa, veo una cara conocida: Marty, el conductor del tren que me llevó a Buffalo. Marty sonríe. “¿Le diste mis saludos a Mick?”

 

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