Por: Pedro Rangel*

Como parte natural de los ciclos sociales del desarrollo de los pueblos, hoy el mundo vive tiempos álgidos de activismo ciudadano.

En México, hace no mucho tiempo, agruparse para salir a la calle a levantar la voz por una causa social se encontraba estigmatizado por algunos sectores de la sociedad, como una acción propia de gente revoltosa proveniente de la izquierda política.

En nuestro presente, esa asociación ridícula y simplista ha sido superada. El ejercicio del derecho a la manifestación pública ha cobrado vida en todos los sectores de la población, y hoy las marchas y protestas impulsadas por diversos grupos ciudadanos, colectivos y organizaciones sociales y políticas, son algo normal alrededor del país.

Hoy se marcha por la defensa del medio ambiente; para acabar con la violencia de género y por el respeto de los derechos humanos; para defender los valores de la familia tradicional y por el matrimonio entre personas del mismo sexo; y en contra del gobierno y a favor del gobierno, entre muchas otras causas.

Sin embargo, uno de los retos más importantes con el que se topan los grupos y organizaciones que impulsan el activismo ciudadano, recae en el carácter efímero de las manifestaciones, que en la mayoría de las ocasiones terminan siendo un fin en sí mismo, que nace en el momento de la convocatoria y se consume al final de la manifestación. El objetivo último pocas veces se logra, pues regularmente las causas sociales por las que se lucha implican un cambio sistémico, que debe traducirse en política pública o en cambio político.

Bajo este escenario cabe preguntarse ¿por qué unos movimientos son más efectivos que otros en lograr el cambio social por el que luchan? ¿Por qué algunas protestas terminan siendo un acto aislado con poca trascendencia, mientras que otras logran conseguir cambios de fondo?

La respuesta se encuentra en los tipos de activismo que ejercen tanto las personas como las organizaciones. De acuerdo a la Dra. Hahrie Han, experta en democracia de la Universidad Johns Hopkins, existen tres tipos de activistas: los lobos solitarios, los movilizadores, y los organizadores.

Los Lobos solitarios son aquellas personas y organizaciones que ejercen su activismo convirtiéndose en expertos de una materia y que ejercen su poder a través de la información. No invierten tiempo en reclutar a otros y sus estrategias de incidencia no implican la organización de muchas personas. Regularmente publican sus investigaciones, escriben columnas de opinión, y plantean sus posturas a través de las redes sociales.

Bajo esta figura de activistas podemos encontrar a varios centros de estudios o think tanks, así como a muchos académicos, columnistas, políticos de élite sin base social, o activistas de redes sociales que limitan su actividad al espacio virtual.

Por su parte, los Movilizadores son aquellas personas y organizaciones que ejercen su activismo a través de la construcción de membresía. Sus esfuerzos están principalmente enfocados en reclutar la mayor cantidad de voluntarios que sea posible, para que posteriormente se conviertan en activistas para las causas que promueven. Sin embargo, derivado de su enfoque, éstos poseen una alta rotación en sus organizaciones. Sus estrategias de incidencia se centran en actividades que generen un compromiso rápido y que no requieran de un gran esfuerzo.

En esta categoría encontramos algunas organizaciones medioambientales, sociales y políticas, organizaciones recolectoras de firmas para respaldar causas, así como a políticos con bases clientelares, acarreadores profesionales, líderes con capacidad de arrastre social, y activistas que usan las redes sociales como un medio de convocatoria para la acción directa.

Finalmente, los Organizadores son las personas y organizaciones que ejercen su activismo mediante el enfoque en el desarrollo personal de sus miembros. La base de su poder y su estrategia de expansión colectiva la construyen sobre el desarrollo del liderazgo de sus nuevos reclutas. Por lo tanto, otorgan capacitación y retroalimentación constante a sus miembros, con el fin de ayudarlos a desarrollar las habilidades que necesitan para alcanzar sus metas. Sus estrategias de incidencia se enfocan en campañas de acción secuencial.

En esta clasificación, encontramos a las iglesias, sectas, organizaciones de activismo social, sindicatos, y partidos políticos que siguen invirtiendo en la capacitación de sus miembros, así como a líderes sociales, pastores y a políticos con una base social real, que son capaces de crear un sentido de colectividad con base en el crecimiento personal de sus miembros.

De acuerdo a la Dra. Han, las organizaciones más efectivas son aquellas que ejercen su activismo con una base de organizadores, y que utilizan el enfoque de la movilización como una táctica para alguna acción en concreto.

En el México de hoy parece que abundan los lobos solitarios, pero que por otra parte carecemos de organizadores; nos sobran los twitteros furibundos pero nos faltan más líderes sociales. Son muchos los que opinan, los que critican, los que proponen, los que gritan, los que rompen… pero pocos los que están dispuestos a construir el cambio social desde la base, a partir del sentimiento de colectividad y el desarrollo del liderazgo de los otros. Y tú, ¿qué tipo de activista eres?

Contacto:

*Pedro Rangel. Maestro en Políticas Públicas. Harvard University.

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Las opiniones expresadas son sólo responsabilidad de sus autores y son completamente independientes de la postura y la línea editorial de Forbes México.

 

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