Por Lauren Gensler En un sitio ventilado que solía ser una tienda de muebles en Pioneer Square en Seattle, cinco administradores de fondos de impacto procedentes de Zimbabue, Guatemala y Países Bajos ensayan las presentaciones de venta que harán al día siguiente frente a 60 personas –en su mayoría inversionistas institucionales– que representan un combinado de 10,000 millones de dólares (mdd) en capital. Las presentaciones serán una especie de ceremonia de graduación para estos novatos. A pesar de contar con currículums impresionantes, los cinco hombres tuvieron que superar un campamento de entrenamiento de cuatro semanas que abarca todo lo necesario para desarrollar su nueva labor, desde los términos para firmar un contrato, la contabilidad y las estructuras de deuda y cómo hacer frente a la corrupción y definir el marketing para sus marcas. Cuando vuelvan a casa, lo harán con contactos con los que otros sólo pueden soñar  (el programa del evento incluye un coctel con inversionistas) y un compromiso para un máximo de 500,000 dólares en capital semilla de Capria Accelerator, una firma de inversión de riesgo pionera en su tipo cuyos inversionistas iniciales incluyen al cofundador de Microsoft (y el hombre más rico del mundo) Bill Gates. Entre el quinteto se encuentra Patrick Makanza, de 51 años, un veterano de Unilever y Barclays Bank que renunció a un trabajo cómodo en una firma de capital privado en Zimbabue y emprendió Vakayi capital. El primer fondo conformado por Vakayi (que significa “construir”) apoyará a negocios que ofrezcan servicios esenciales en Zimbabue, que tiene un producto interno bruto de alrededor de 1,000 mdd. Ese fondo dará créditos (con una opción a  convertirlos en acciones) por un promedio de cuatro años para las pequeñas y medianas empresas que deseen crecer y no tengan acceso a financiamiento bancario adecuado. Entre sus posibles inversiones se encuentran una clínica oftalmológica que quiere construir una nueva sala de operaciones para poder duplicar sus procedimientos diarios y reducir el costo de la cirugía de cataratas; una firma de microcréditos educativos; y un constructor de vivienda de bajo costo. Al día siguiente, en su presentación, Makanza y su cofundador Vakayi abordarían de frente los complejos problemas que encontrarán en el camino, incluyendo la corrupción endémica de Zimbabue, los desafíos económicos y los dramas de las divisas –el país sofocó su hiperinflación en 2009 al hacer el cambio a monedas extranjeras, principalmente al Dólar estadounidense–. Sin embargo, en la sesión de preguntas, Tracy Washington, directora de inversiones de fondos de capital privado en International Finance Corp., hace una consulta personal a Makanza, un padre de cuatro hijos aficionado al golf y a los trajes: “Con ese currículum, ¿por qué involucrarse en una empresa tan arriesgada?, ¿continuarás con ella pase lo que pase?” Makanza responde que él trabajó en la industria del capital de riesgo en la década de 1990 y conoció los pros y contras de invertir en las primeras etapas de una startup. “Todavía tengo al menos diez años para hacerlo… Es un estilo de vida que es una verdadera montaña rusa, pero me gustó mucho, y quiero tener más de esas experiencias de nuevo.”   El nuevo tipo de inversión La inversión de impacto, que tiene como objetivo producir tanto rendimientos financieros como sociales o medioambientales,  está de moda. Grandes nombres de las finanzas, desde BlackRock hasta Goldman Sachs y Bank of America Merrill Lynch, se han sumado a la tendencia en poco tiempo, viéndola como una forma de atraer a los millennials, ese demográfico que tiene más conciencia social que sus padres y que ya comienza a construir y heredar patrimonio. Pero esta clase de activos alternativos aún es pequeña, se han invertido unos 77,000 mdd en todo el mundo, según un nuevo estudio de la Red Global de la Inversión de Impacto. Para crecer, necesita administradores de fondos pragmáticos y experimentados, que son escasos, especialmente en las zonas con mayores necesidades, como el África subsahariana. Es aquí donde entran dos sujetos de la escena tecnológica de Seattle convertidos en capitalistas de riesgo social: el ex empleado de Microsoft Will Poole, de 55 años, y Dave Richards, de 51 años, un veterano de RealNetworks, Sybase y Symantec. En 2012 ambos pusieron en marcha el Unitus Seed Fund, de 23 mdd, para apoyar a startups de salud, educación y Fintech que dan servicio a las masas indígenas. Entre sus inversionistas está Gates (fue una de sus primeras incursiones en la inversión de impacto); el multimillonario capitalista de riesgo de Silicon Valley Vinod Khosla; el multimillonario Ranjan Pai (un médico que hizo fortuna construyendo colegios y hospitales privados en la India, su país de origen); y la fundación familiar del multimillonario Michael Dell. Con esos 23 mdd totalmente comprometidos y un equipo de 19 personas en la India, Unitus Seed ahora está en proceso de creación de un segundo fondo de 50 mdd. (La inversión mínima en Unitus II es de 500,000 dólares para individuos y de 1 mdd para fundaciones, empresas y otros inversionistas institucionales.) Mientras tanto, Poole y Richards idearon Capria el año pasado como una forma de aplanar la curva de aprendizaje para otros administradores de fondos de impacto novatos y para ayudar a generar un ecosistema de inversión de impacto. Ellos reclutaron a un cofundador millennial, Jack-Knellinger, de 33 años, un ingeniero de software que dirigió el programa de donación de empleados de Microsoft antes de renunciar para promover el emprendimiento social en EU y la India. Capria espera atraer a 30 equipos de administración de fondos de impacto durante los siguientes tres años a través de su campamento de entrenamiento. Poole espera que sólo un tercio de ellos tenga éxito en levantar sus primeros fondos de 15 mdd o menos. Pero Capria también proyecta que en la siguiente década, los fondos de que se inicien correctamente levantarán y desplegarán 500 mdd en capital. La ventaja de los 500,000 dólares en capital semilla que Capria Accelerator ofrece a sus graduados es que parte de ellos puede ser utilizada para gastos administrativos de la compañía, como asesoría legal. Pero la mayor parte se destina a financiar las inversiones iniciales, que deben ser aprobadas por Capria y llevar su propio balance. La idea es dar a los administradores novatos empresas reales para invertir cuando levanten sus primeros fondos. Esa debería ser una gran ayuda. “Es mucho más palpable para los inversionistas”, dice Antony Bugg-Levine, que supervisa 350 mdd en capital de impacto como CEO del Nonprofit Finance Fund. Capria no se limita a proporcionar capital semilla. También planea levantar un Capria Emerging Managers Fund de 100 mdd que invertirá hasta 5 mdd a la vez con los mejores equipos que ha entrenado, así como en fondos de otros administradores emergentes. (La inversión mínima en el nuevo fondo de fondos de Capria: 1 mdd.) “Nadie más invierte en los mismos administradores de fondos, así que por eso somos los únicos en la ciudad”, observa Poole. No es de extrañar que Capria recibiera 90 solicitudes de 45 países para su segundo campamento de entrenamiento que arrancará a finales de verano. Los solicitantes deberán tener al menos 10 años de experiencia empresarial, así como un conocimiento profundo de los países en los que planean invertir. Esa primera clase de Capria Accelerator, que es muy poco conocida y fue entrenada la pasada primavera, recibió 66 solicitudes procedentes de 24 naciones. Makanza consiguió entrar al campamento gracias a un inversionistas holandés. Él celebra a los fundadores de Capria por ser lo suficientemente abiertos como para ver más allá de la dirección del remitente en su solicitud y considerar su plan de negocios y su experiencia. “La mayoría de la gente diría, ‘¿Zimbabue? No vamos allí’”, dice Makanza. “Estamos muy acostumbrados a la prensa negativa.”

 

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