La actual situación de la emergencia sanitaria ha llevado al país a uno de los momentos más complejos de nuestra historia económica. La creciente desigualdad y el avance de la pandemia requieren la eliminación de la ambición política y los pensamientos utópicos sobre los cuáles se pretende fundamentar la acción del gobierno.

La crisis que atravesamos exige superar el pasado, con sus fallas y estigmas. Mirar al mundo, y al México post Covid, requieren un esfuerzo sin igual, pensamientos atrevidos y hasta radicales, pues de no hacerlo, nos enfrentamos a la posibilidad de ver al menos veinte años de desarrollo perdidos para nuestro país.

La pandemia puso el reflector sobre las carencias más profundas de la población mexicana. La falta de un bienestar real, de sustentabilidad en los modelos usados para el diseño de planes y programas públicos, y la pobreza estructural se desvelan ante los ojos de una población que con la resaca del hartazgo prolongado aún no alcanza a dimensionar el grave daño que genera la ineficacia de una política de salud precaria, de un esquema de continuidad educativo endeble y un modelo económico colapsado.

El virus no se expandió por culpa de los refrescos o la comida chatarra, ni por la corrupción, tampoco por falta de inmunidad moral. El Covid-19 se expande por irresponsabilidad y por falta de compromiso ciudadano.

La emergencia sanitaria se declaró en México ya con una crisis económica encima, con una población polarizada y un gobierno intolerante, en medio de tensiones geopolíticas y en el marco de una crisis global de multilateralismo.

Ante el creciente desempleo y la baja en el ingreso per capita, urge que se replanteen esquemas de medición de pobreza, en México la clase media agoniza sin que haya posibilidad, capacidad o interés por rescatarla. La deficiente estructura del sistema de seguridad social, se encamina al colapso. Los programas clientelares no están enfocados en el desarrollo de un bienestar real, las falsas cifras publicadas de creación de empleos son una burla a los millones de mexicanos que diariamente aplican a vacantes con más de doscientos postulantes.

Los importantes avances que se dieron para abatir el rezago educativo quedan de lado en una época en la que mas de dos y medio millones de estudiantes han tenido que dejar las aulas porque en el marco de la pandemia, la estrategia de continuidad del ciclo escolar acentúa las disparidades en el acceso a las tecnologías de la información y la comunicación.

Mientras los días transcurren, los muertos aumentan y la parálisis del gobierno se consolida, los mexicanos esperamos una estrategia, la carta de navegación que nos diga cómo se planea redirigir el rumbo.

Lo que sigue, no puede ser una nueva normalidad en la que ser pobre sea normal, en el que el desempleo sea normal, en el que los niños y jóvenes dejen la escuela y lo tomemos como normal.

Por el contrario, se requieren acciones puntuales, verdaderas transformaciones en la política económica, en el sistema de salud y en la política educativa. Superar este sombrío panorama requiere de mediciones, estadísticas, proyecciones. Programas públicos alejados de la ambición y la mezquindad, requieren el avance hacia un sistema sólido y universal de salud, el replanteamiento del modelo económico que promueva un desarrollo económico sustentable y viable, apoyando a las micro, pequeñas y medianas empresas; y, apoyando a los niños y jóvenes a continuar estudiando, no con una beca, pero si con infraestructura y educación de calidad.

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