Estamos por concluir uno de los años más complicados de los que tengamos memoria. Cuando, hace poco más de un año, nos enteramos de la existencia del virus SARS-CoV-2, ni remotamente podríamos haber previsto la forma en que éste trastocaría nuestras vidas y las de prácticamente todo el mundo. Y al decir todo el mundo lo hago en sentido literal.

En todos los países, en diferentes formas y medidas, nos vimos forzados a modificar la forma en que trabajamos, estudiamos y nos relacionamos en general, intentando protegernos y cuidar a los demás del contagio, haciendo más patente que nunca la interconexión entre personas, comunidades y naciones.

A contrapelo del individualismo, alta polarización social y nacionalismos prevalecientes en muchos territorios, la pandemia vino a subrayar la indispensabilidad de actuar en conjunto para lograr objetivos compartidos, en este caso, su control y, ojalá, erradicación, demostrando la inexistencia e inutilidad de las fronteras nacionales cuando de un enemigo como el que hoy enfrentamos se trata.

Si bien podríamos decir que el virus tampoco distingue entre estratos socioeconómicos, pues cualquiera es (somos) susceptible de contagio, es necesario reiterar el dispar impacto que la Covid-19 ha tenido en los grupos vulnerables, ya sea por su nutrición y estado general de salud previo, o bien la mayor o menor exposición, a partir de sus actividades cotidianas.

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El virus nos acecha a todos, pero no todos estamos igualmente equipados para protegernos de él o enfrentarlo. En diferentes países se ha documentado la forma en que esta crisis ha golpeado en mucha mayor proporción a grupos raciales minoritarios, no por alguna predisposición genética, sino por las condiciones socioeconómicas en que viven y trabajan.

En nuestro país, lamentablemente, no hablamos de minorías. Más de la mitad de los mexicanos vive en condiciones de pobreza y hacinamiento, sin posibilidad de aislarse y con estados de salud precarios, agudizados por una deficiente nutrición. Al tiempo, amplios porcentajes de la población padecen enfermedades prexistentes como hipertensión, diabetes u obesidad, todas ellas señaladas como agravantes en los cuadros de Covid-19, con un pobre o nulo control médico de éstas.

Esto se ha utilizado como explicación al enorme número de fallecimientos causados por la enfermedad en nuestro país, pero visto desde una óptica de responsabilidad individual, frente a la cual las autoridades tienen poco que hacer. Una verdad a medias, a mi parecer, pues si bien toca a cada uno cuidarse, los gobiernos están obligados a actuar en el contexto específico, por más adverso que sea. La estrategia en nuestro país frente al coronavirus debió responder desde un inicio a nuestra realidad.

Si sabíamos que el terreno era un pastizal seco (salud pública deficiente) y que el cerillazo (llegada del virus) era inminente, ¿no había de verdad nada que pudiéramos haber hecho juntos, sociedad y gobierno, para atenuar el golpe?

Por supuesto, no soy médico ni especialista en epidemiología, pero escuchando a quienes sí lo son, creo poder decir que sí había –y hay– mucho por hacer para la contención de una pandemia que promete su peor momento en las próximas semanas.

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Como ciudadanos, debemos exigir a nuestras autoridades actuar de manera decidida para brindar atención a enfermos, cortar las cadenas de transmisión a partir de pruebas y rastreo de casos, así como brindando información clara y precisa de la evolución de la situación actual y, en los próximos meses, sobre los avances en vacunación.

Pero también, asumir lo que nos corresponde directamente, cuidándonos y salvaguardando a los otros, reduciendo al mínimo indispensable nuestra movilidad y exposición al riesgo, así como apoyando en todo lo posible a personas en condiciones de vulnerabilidad para que igualmente puedan hacerlo.

Hace nueve meses, cuando recién iniciaba el periodo de confinamiento, muchos nos involucramos entusiasmados en acciones de apoyo a diferentes grupos, sin imaginar que esto se extendería tanto tiempo. Pero la emergencia continúa, las necesidades se acrecientan y el ánimo solidario ha decaído.

Hoy que muchos nos sentimos agotados, desgastados, toca demostrar de qué estamos hechos y sacar fuerzas de flaqueza, sabiendo que hay mucha gente que nos necesita y que todavía nos queda un buen tramo por recorrer hacia la recuperación, a lo largo de un 2021 aún muy incierto, pero que empieza a mostrar visos alentadores.

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LinkedIn: Nora Méndez

*La autora es Directora de Fundación Aliat – Aliat Universidades.

Las opiniones expresadas son sólo responsabilidad de sus autores y son completamente independientes de la postura y la línea editorial de Forbes México.

 

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