Andrés Manuel López Obrador celebra el tercer aniversario de su elección en 2018 con un mandato renovado por los resultados electorales de junio pasado que ya hubieran deseado tener sus cuatro antecesores. El presidente, y sus aliados, tienen la mayoría en el Congreso, más de la mitad de las gubernaturas y congresos estatales y manejarán más del 50% de las transferencias federales a los estados.

En buena parte, el respaldo electoral al gobierno se puede explicar por los programas sociales y el mensaje de que tres décadas de administraciones neoliberales dejaron al país en el abandono. Esto permitió que, por ejemplo, el gobierno y Morena borraran las bases de apoyo del priísmo y arrebataran al PRI, en las pasadas elecciones, los 8 estados que gobernaban.

Para el resto de su gobierno, el presidente tendrá la ventaja de una recuperación económica que le ofrecerá cifras que alimenten una narrativa de eficiencia económica de la que ha carecido desde que asumió el poder.

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El presidente se siente satisfecho porque ha sentado las bases de la transformación que desea con las reformas de sus dos primeros años. Lo que queda por hacer es evitar la regresión y por eso se ha propuesto promover reformas constitucionales que protejan a PEMEX y CFE, integren las tareas de órganos autónomos a la estructura de gobierno para eliminar resistencias regulatorias y redundancias onerosas, modifiquen el sistema electoral para liberarlo, según dice, del control de la oligarquía, y blinden a la Guardia Nacional integrándola a las fuerzas armadas. Se ve difícil que estas reformas sean aprobadas en el Congreso pero el incentivo de buscar los votos con partidos de oposición es muy alto cuando se tiene seguro el voto de las legislaturas estatales.

Pero no todo es positivo para el presidente. En la segunda parte del sexenio su gobierno experimentará un progresivo debilitamiento. Que el Congreso pueda obstaculizar los deseos presidenciales es uno de los síntomas del principio del declive presidencial; sin embargo, hay otros cuatro elementos que contribuirán al debilitamiento del gobierno.

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  1. Los errores serán de AMLO: el presidente, como es natural, ha podido hacer responsable de las limitaciones de su gobierno a sus antecesores y al neoliberalismo. A ellos debe cargarse el desastre en el sistema de salud, la falta de medicinas, el precio de la gasolina, la corrupción, la pobreza y la desigualdad. A casi tres años de gobierno, esta táctica ya se encuentra desgastada. De ahora en adelante, los errores del gobierno son errores del presidente.
  2. Lealtad versus eficiencia: tampoco tiene ya vigencia la máxima presidencial de preferir la lealtad a la capacidad de sus colaboradores. La ciudadanía exige eficiencia honesta y hay miembros del gabinete que no cumplen con ese requisito o, como en el caso de Irma Eréndira Sandoval, con ninguno. La honestidad no asegura que los niños con cáncer tengan medicinas ni que las empresas cuenten con un suministro seguro en energía o construyan cadenas de abasto que aprovechen la integración de América del Norte. Si bien el presidente es aprobado, la población no califica bien sus logros en salud, seguridad o economía. Los próximos cambios en el gabinete mostrarán si el presidente sigue defendiendo la leal ineptitud de su equipo.
  3. El desgaste de la sucesión. Se acercan tiempos de definiciones, traiciones y deslealtades dentro del círculo presidencial. El Senador Napoleón Gómez Urrutia aseveró que el proyecto presidencial enfrenta resistencias dentro del gobierno. Estas diferencias se acentuarán a medida que se acerque el momento en que los grupos vinculados con Morena tengan que inclinarse por Claudia Sheinbaum, Marcelo Ebrard, Ricardo Monreal o por quien se sume al juego sucesorio. En ese momento, los demonios del presidente estarán fuera y dentro de su gobierno.
  4. El desencuentro de América del Norte: para el presidente, el TMEC es una herramienta fundamental para el crecimiento de México pero no es un convencido de la integración de América del Norte y no deja de desconfiar de Estados Unidos. Prefiere reaccionar a la relación con Estados Unidos que conducirla. La agenda bilateral se centra en los temas migratorios y otros, como el energético y cadenas de abasto, se plantean con cautela porque México carece de políticas o teme a la confrontación directa con EU. A medida que se intensifique la recuperación económica, el gobierno tendrá que lidiar con los inevitables roces derivados de la creciente interacción. 

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Habiendo llegado al punto más alto de su gobierno, el presidente experimentará el paulatino declive de su estrella. En la superficie, el control del Congreso y la recuperación de la economía le ayudarán a mantener un mensaje optimista y de avance pero las presiones por dar mejores resultados y las fuertes corrientes subterráneas del cierre de sexenio le complicarán gobernar.

Es paradójico que el presidente no haya aprovechado el evento de celebración del aniversario de su elección para ofrecer una visión atractiva, inspiradora, para revigorizar a su base de apoyo hacia el cierre de su gobierno. En cambio, su mensaje careció de propuestas y puso en evidencia a un López Obrador al que parece que se le han acabado las ideas.

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