He escuchado por ahí que la vida es un juego que combina la pericia con la suerte. Ninguno de nosotros conoce el futuro ni posee toda la información, así que lo que mejor podemos hacer al enfrentarnos a un problema es prepararnos lo mejor posible, con la tranquilidad de que no dejamos (casi) nada a la suerte. 

Está comprobado, según nos dice George Loewenstein, psicólogo y economista de la universidad Carnegie Mellon, que las emociones intensas alteran la forma en la que tomamos decisiones, y es muy difícil para nosotros, como seres humanos, anticiparnos a ella y volvernos, por decirlo así, inmunes. En mi experiencia, entre más años de trayectoria tiene un profesionista, más riesgo corre al confiar demasiado en sus experiencias pasadas o en su intuición. Y cuando la decisión que debe tomar es muy complicada, un dueño, empresario o director general, sintiéndose abrumado o inseguro, puede posponer esa decisión por semanas o incluso meses. El problema es que las consecuencias de esperar demasiado pueden ser peores que los efectos de la decisión. Para evitar esto, es necesario crear una rutina que nos libre de sesgos y nos dé mayor seguridad para tomar decisiones cruciales.

¿Cómo me preparo para tomar una decisión difícil?

Antes que nada, necesitamos darle a nuestra mente un tiempo y un espacio adecuados para que pueda ponerse a trabajar. Aquí van algunos consejos que he aprendido a lo largo de mi carrera como consultor de empresas:

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  • Aparta tiempo en tu agenda para cavilar: Recuerda que nuestro cerebro no está hecho para el llamado multitasking; lo que este hace mejor es concentrarse en una cosa a la vez, y es por eso por lo que las interrupciones son el peor enemigo del pensamiento estratégico. Si no agendas una cita contigo mismo para pensar, es probable que pasen días, o que incluso se te vaya la semana completa entre las manos sin haberte dado tiempo suficiente para analizar con calma y a profundidad.
  • Encuentra un espacio en el que te sientas seguro: Puede ser tu oficina, pero también puede ser tu casa, un parque o hasta la cocina; la idea es que sea un lugar donde tengas privacidad, donde no seas interrumpido y donde puedas relajarte. En lo personal, conozco algunas personas que les gusta salir al aire fresco; incluso les agrada sostener reuniones mientras caminan por el parque. No es una idea descabellada: está documentado que a varios filósofos les hacía bien caminar para poder pensar; entre ellos, Kant y Aristóteles. Los expertos recomiendan reservar al menos entre 30 minutos y una hora; pero si la decisión es muy compleja, lo mejor es agendar varias de estas sesiones (dos o tres, digamos) a lo largo de la semana.
  • Consigue un pizarrón: o un pintarrón, o una pared en la que puedas escribir. No hay nada mejor para aliviar la mente que descargar todos los pensamientos que tenemos en la cabeza, dejarlos plasmados en el pizarrón y luego dar dos pasos para atrás y admirar el panorama completo. Hemos anotado un mapa de nuestra mente, y al ver todos los elementos en una misma pared, nos es mucho más fácil encontrar patrones, relaciones, posibilidades, puntos ciegos…

¿Cómo ponderar una decisión difícil?

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Ahora, exploremos cómo analizar la información de la que disponemos para poder tomar una decisión difícil. Pensemos, a manera de ejemplo, que hay un director general que se ve en la necesidad, por una crisis económica, de hacer un recorte considerable al personal de la organización. La difícil decisión radica en a quiénes debe despedir y cuánto es lo menos que puede recortar para mantener a la compañía a flote. Las primeras tres preguntas de esta lista la tomo directamente del trabajo de Sabrina Cohen-Hatton, una ex-bombero y ahora académica que se dedicó a estudiar cómo es que los bomberos toman decisiones cruciales en tan solo unos instantes:

  • ¿Por qué estoy haciendo esto?

¿Cuál es la meta que quiero lograr en esta situación? ¿Mi decisión me ayudará a lograr mi meta?

  • ¿Qué es lo que espero que suceda?

¿Qué es lo que espero que pase y qué es lo que creo que pasará?

  • ¿Los beneficios de esta decisión superan a los riesgos?

¿Qué beneficios espero conseguir? ¿A quién beneficiaré si tomo esta decisión?

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  • ¿Cuáles son las consecuencias de mi decisión? ¿A quiénes afectarán esas consecuencias? Aquí es donde debemos medir el impacto de la decisión. Un recorte puede afectar a diferentes departamentos de manera diferente. No es lo mismo recortar todo el presupuesto de mercadotecnia que adelgazar la plantilla de Recursos Humanos. 
  • ¿Cuáles son mis valores?

De todas las opciones que se puedan pensar para resolver el problema de la crisis de la empresa, habrá algunas que sean incompatibles con los valores de la empresa o del director general. ¿Qué estamos dispuestos a hacer y qué no? Si todas las decisiones posibles, inevitablemente tendrán un impacto negativo, porque, afrontémoslo, no hay decisiones perfectas, entonces vale la pena preguntarse cuál decisión es la que nos deja con la conciencia tranquila. 

Ahora, “back to the drawing board”, como se dice en inglés. Porque para responder estas preguntas se nos puede ocurrir más de una alternativa, ¿no es así? Es momento de ordenar la cabeza con la ayuda de nuestro pizarrón. Quizá se nos ocurran dos, cinco, incluso diez diferentes maneras de aplicar el recorte a la empresa. Cada una tiene un impacto particular y nos deja en una situación distinta. Anotar todas las opciones, una junto a la otra, nos ayudará a desechar las malas decisiones y a pensar en otras nuevas, más creativas, que no se nos habrían ocurrido al inicio.

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Al final, deberemos tener una tabla con cada una de nuestras alternativas, sus posibles consecuencias, beneficios, riesgos e implicaciones legales y morales. Aun así, como en este mundo no hay decisiones perfectas, porque no tenemos la información perfecta a nuestra disposición, puede ser un poco difícil decidirnos. Para ayudar a inclinar la balanza, aquí va otro par de consejos:

  • Si es posible, prueba tu decisión en un ambiente controlado: En ocasiones es posible, en otras no, dependiendo de la premura de la decisión. Pero si te es posible hacer pruebas piloto o pequeños experimentos en una parte de tu negocio, tendrás más información para decidir a gran escala. 
  • Cuéntaselo a quien más confianza le tengas: A veces solo necesitamos platicar con una persona que sea buena escuchando. Un buen escucha hace preguntas atinadas, y muchas veces, cuando estamos a la mitad de explicar la situación o nuestras razones, se nos ocurre algo que no habíamos pensado. Un buen escucha puede ayudarnos a detectar nuestros propios puntos ciegos.
  • Escucha a tu intuición, pero ten cuidado: Como bien dice la jugadora profesional de póker, Liv Boeree, en esta excelente charla de TED, la intuición es buena, y hay que escucharla, pero hasta cierto punto. Para actividades que ya hemos realizado cientos de veces, o para interactuar con personas que ya conocemos, la intuición puede ser útil. Pero para situaciones muy complejas con las que no estamos familiarizados, nuestras emociones pueden ser un sesgo. Yo diría que nuestra intuición puede decirnos con qué decisiones estamos cómodos, es decir, con cuáles decisiones podemos vivir, pero no nos puede decir exactamente qué hacer. 

Como todo, tomar decisiones es una habilidad, y se puede practicar y mejorar. Lo que recomiendo es usar esta metodología primero con decisiones que nos causen menos presión y, una vez familiarizados con la metodología, subir el nivel de dificultad. “La grandeza no es una función de las circunstancias. La grandeza resulta ser en gran medida una cuestión de elección consciente y de disciplina.” Jim Collins

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