Han iniciado las campañas electorales de los partidos y sus candidatas y candidatos, a partir de las cuales elegiremos diversos cargos de elección popular en el primer domingo de junio de este año. Después de diversos procesos internos para elegir a quienes les representarán en esta elección, mismos que en varios partidos atrajeron la atención por la forma en que se eligieron y quienes se benefician de una candidatura. Sin embargo, varias personas se preguntan ¿para qué sirven las campañas? Si al final las estructuras partidarias son quienes tienen la mayor participación en la configuración de un triunfo electoral.

Una elección se gana con votos, que en este y todos los demás países democráticos, implica la movilización de personas a las urnas el día de la elección, por lo que el partido o candidata o candidato que más personas movilice y vote ganará la elección en cuestión. Es la razón por la cual los partidos gastan mucho dinero en un proceso electoral, pues tienen que asegurarse de que las personas vayan a votar y lo hagan por ellos.

Sin embargo, hay votantes que no se ubican en los padrones, estructuras o espacios ideológicos de los partidos, pero que quieren ejercer su derecho e influir en la elección, el problema es que sus intereses son muy diversos por lo que se requiere de estrategias de comunicación política que les acerque a las posiciones que los partidos y sus candidatas y candidatos plantean como mecanismos de atracción o para inhibir su participación.

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Entonces, las campañas sirven para establecer mecanismos de diferenciación entre posiciones políticas, para exhibir a las y los contendientes, para incorporar elementos adicionales a la discusión política, para contrastar personas y planteamientos, para desilusionar a posibles votantes, etc. Todo ello genera información que es valiosa para que las personas puedan hacerse una idea más completa no únicamente de las propuestas, que en ocasiones son irrelevantes o inviables, sino de los partidos y de las candidatas y candidatos que, de otra manera, no habrían salido a la luz pública.

Las campañas tienen varias dimensiones que son relevantes para comprender las estrategias que se despliegan. Si bien las estructuras partidarias se visten de los elementos que permean el discurso y la imagen, y la propaganda se construye a partir de dichos aspectos, resultan también relevantes los símbolos contenidos en las construcciones discursivas con las que se busca influir en las y los electores.

Por ejemplo, cuando el presidente López Obrador dice que no se va a meter en las campañas, aunque legalmente no podría hacerlo, en realidad envía un mensaje que se construye a partir de símbolos que hacen sentido a diversos grupos de votantes, al hacer anuncios como el incremento a los apoyos vinculados a programas sociales o el adelanto en su pago, genera condiciones que otros actores políticos no pueden igualar, pues no tienen el control sobre los recursos que el presidente si puede utilizar.

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Más allá del costo económico de las campañas, debido a todos los elementos que participan en ellas, el costo más importante es político pues las acciones que realizan las y los candidatos como promesas de campaña que no se van a cumplir o spots que nadie escucha o ve, genera hartazgo, desafección y desilusión con respecto a las elecciones y la democracia en su conjunto, lo que tiene un efecto pernicioso.

De esta forma, un modelo de comunicación política y campañas centradas en las necesidades de las y los ciudadanos y no de los partidos, sería mucho más benéfico para la democracia porque se abordarían desde perspectivas y estrategias distintas a las actuales, pues los partidos y demás actores políticos tendrían que configurar sus discursos, imagen y estructura partidaria a partir de lo que la ciudadanía busca y quiere.

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