El fracaso es un tema que causa dos reacciones opuestas: o se trata de ocultar o se presume como si se tratara de una medalla de guerra que vale la pena enseñar a todo el que se pueda. Nos vamos de un extremo al otro con estridencia: se ve como un tema fatal que causa vergüenza o se aprecia como una especie de trofeo y no es ni una cosa ni la otra. Por lo general, cuando alguien cuenta sus historias de éxito, las narra aderezando con fracasos y descalabros como si al presumirlos, se estuviera subiendo el volumen al triunfo. En esos términos estridentistas, se suelen esconder muchos mitos y exageraciones. En realidad, son pocas las voces serias que nos indican cómo abordar el fracaso de un proyecto.

Lo primero que deberíamos notar es que fracasar es común en el terreno empresarial. Sabemos que de cien negocios que abren en enero, sólo tres seguirán operando en diciembre. Además, el noventa y cinco por ciento de los emprendedores no están preparados para desarrollar un negocio. Estas cifras son un secreto a voces, pero es un tema poco común en las aulas universitarias. Claro, a ninguna casa de estudios le gustaría anunciarse como el lugar en el que te enseñan a abordar el fracaso de los proyectos. Es por eso que en el plan de estudios de las escuelas de negocios no se incluye el tema del fracaso.

No obstante, más del cincuenta por ciento de las nuevas empresas no logran obtener las ganancias prometidas a los inversionistas empresariales. Además, cerca del cero por ciento de las lecciones aprendidas de esos fracasos se han utilizado para enseñar a los postulantes universitarios sobre nuevas empresas y no se les cuenta a los emprendedores sobre los riesgos de enfrentarse con la dura cara del fiasco. Esto es lamentable, tanto para los que están interesados en el emprendimiento. Muchas personas pueden convertirse en empresarios con una comprensión sesgada de los riesgos e incertidumbres que les esperan como líderes de nuevas empresas.

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En temas de capacitación y entrenamiento, hay una increíble riqueza de lecciones para compartir, no solo sobre ciertos patrones de toma de decisiones y comportamiento que pueden conducir al fracaso, sino también sobre cómo fallar bien cuando se encuentra entre el más del ciento por ciento de las nuevas empresas que no lo logran. Es decir, no se trata de entrenar a la gente para fracasar, al revés: se trata de preparar a la gente y mostrarles caminos para recomponer lo que sale mal. Es hacerles conscientes de que un fracaso no equivale a un punto final, es más parecido a un punto y seguido.

En la Escuela de Negocios de Harvard que han comenzado a desenterrar esta vena en gran parte sin explotar de oro en educación empresarial. Thomas R. Eisenmann y Lindsay N. Hyde, que están dando un curso electivo llamado Fracaso Empresarial. El título del curso choca y hace corto circuito, pero lo que buscan es guiar y explicar cómo este tema único está preparando mejor a los emprendedores para sus futuras carreras.

De acuerdo con estos profesores, lo primero que abordan es un tema que no parece tan empresarial y sin embargo, lo es. No siempre hablamos del lado humano del fracaso empresarial. Por lo general, nos llegan estas historias en las que todo era un escenario como un pozo oscuro que se transformó en un éxito rutilante. Poco se habla de lo que se necesita para salir de ahí. Nadie habla de lo que se siente estar hundido en la noción de que el proyecto perdió. Peor aún, en la prisa que hay por salir de esa situación, no hay momentos de reflexión y se empiezan a cavar hoyos más hondos y profundos.

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Para cualquier emprendedor, la probabilidad de que el  proyecto fracase es muy alta. Entonces, es una pregunta igualmente importante para pensar: ¿Cómo es eso de  fallar bien, qué implica eso y cómo regresar personal y profesionalmente de un fracaso? Porque, perder es aplastante, es amargo y no es un trago fácil de asimilar. Por más que nos quieran edulcorar la situación y que perder no sea algo fatal ni terminal, no tiene nada de dulce ni de edificante. Nada. No hay quien elija perder si tiene la opción de escoger.

Pero, no nos podemos tapar los ojos ni vendarnos el raciocinio. Lo mejor es saber la verdad desde el principio: para cualquier emprendedor, la probabilidad de que el proyecto fracase es muy alta. Entonces, es una pregunta igualmente importante para pensar: ¿Cómo es que fallas bien, ¿qué implica eso y cómo regresas personal y profesionalmente de ese fracaso? Porque fallar es aplastante.

Para llegar a estas respuestas, hay que plantearse la pregunta incómoda. Así se aborda el fracaso de un proyecto. ¿Qué fue lo que hice mal? Así, en primera persona y tomando la responsabilidad por los cuernos. No se trata de hacer preguntas retóricas y martirizante. Se trata de tomarse el tiempo para analizar qué fue lo que salió mal, que elemento se descarriló, que fue lo que se dejó de tomar en cuenta, qué falta por hacer, qué sobro.

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Hay un concepto que puede ayudar mucho: El silencio incómodo. Se trata de esa verdad que todos callan y que saben que está mal. Si logramos traspasar esa barrera y enterarnos, nos estaremos encaminando a la buena dirección. Se trata de abordar esta pregunta de ¿Cómo es que los empresarios fracasan bien y cómo se recuperan del fracaso? Pero se va en busca de la respuesta útil: no se busca el látigo castigador y pendenciero ni el relumbrón presumido

Además, es necesario tener en cuenta los requisitos de red social, emocional y personal que permiten a las personas pasar de “He fallado esta vez, nunca volveré a comenzar una empresa”, a convertirse en un fundador en serie realmente experimentado que puede tomar todo ese aprendizaje que proviene del fracaso y aplicarlo a su próximo proyecto.

Creo que es vital para aquellos emprendedores realmente apasionados y de alto rendimiento, tener la oportunidad de pensar en el fracaso y normalizar realmente la experiencia de fracasar y aprender y recuperarse. Contemplar el fracaso con ojos objetivos, sin adornos ni exageraciones nos lleva a entender, si reflexionamos, qué fue lo que hizo que extraviáramos el camino, comprender en qué momento nos perdimos y retomar la ruta. Si hacemos esto, no garantizaremos el éxito, eso sería mentir; pero estaremos en posibilidad de enterarnos y tomar el timón para salir de un mal escenario. Tal vez, así logremos mejorar las cifras de éxito y evitar que el fracaso sea tan popular entre los emprendedores.

Claro, para abordar el fracaso de una mejor manera hacen falta dos ingredientes: valor y humildad para entender y recomponer. Hoy, dadas las circunstancias, el tema se vuelve cada vez más relevante.

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