La decisión del gobierno de Biden de retirar el ejército de Estados Unidos de Afganistán ha sido criticada por diversos sectores políticos de los Estados Unidos, especialmente por legisladores del partido republicano que ven esta retirada como traición a los soldados que sirvieron en Afganistán. En realidad, esta estrategia de desinformación de la derecha estadounidense oculta que fue un presidente republicano, George Bush Jr quien inició hace veinte años esta intervención militar que se convirtió en la guerra más larga de la historia Estados Unidos .

Es pertinente recordar que el pretexto para iniciarla fueron los atentados realizados por terroristas de Al Quaeda el 11 de septiembre de 2001 al estrellar dos aviones en las Torres Gemelas de Nueva York y uno más contra el Pentágono. El gobierno de George Bush presentó la guerra de Afganistán como una guerra patriótica; de esta forma, influidos por la propaganda belicista, en ese año jóvenes acudían a las unidades de reclutamiento para alistarse, con el sentimiento de que su país había sido atacado y querían acabar con quienes quisieron hacer daño a Estados Unidos.

Antecedentes

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A lo largo de 20 años, a partir del 2001, Estados Unidos principalmente pero también algunos países europeos como Francia, Alemania y Reino Unido invirtieron miles de millones de dólares en un operativo militar, utilizando una gran infraestructura en el combate a los talibanes que recaía principalmente en las tropas estadunidenses, pero también de los otros países ya mencionados haciendo que hubiera decenas de miles de soldados en Afganistán.

En ese país en ningún momento se logró construir un gobierno eficaz que tuviera capacidad de organizar un ejército propio con autoridades civiles.  Durante  dos décadas  el poder real  residía en un gobierno militar de ocupación establecido por  Estados Unidos con funcionarios al servicio de un poder extranjero sin lograr una sólida implantación en la población afgana.

Coyuntura

En estos veinte años subsistió el control militar y financiero de los llamados Señores de la Guerra, caciques regionales y autoridades locales con milicias propias que controlan, y siguen controlando, desde hace mucho tiempo el tejido económico y político, los que ejercían una doble papel:  por un lado, aparentaban disciplinarse al poder militar de Estados Unidos y al gobierno a su servicio; y por otro, secretamente también estaban en relación con los talibanes que se rigen por una estructura religiosa extremista sólidamente implantada en la población.

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Después de muchos años de guerra, el gobierno de EU tardó en reconocer que ésta no podía ser ganada. El presidente Trump, a principios de 2020 finalmente se dio cuenta de ello y empezó a negociar con los talibanes los términos de la retirada de las tropas que debía concretarse a mediados de 2021. Biden, al iniciar su mandato a inicios de ese año, continuó los preparativos para completar este retiro. Pensó que podría realizarlo dejando un gobierno y un ejército proestadunidense que mantuviera el control del país. Sin embargo, esto no sucedió.

El gobierno de Afganistán y su ejército no tenía ninguna capacidad de ganar esa guerra, por ser demasiado corrupto. EU podía invertir decenas de miles de millones de dólares y todo se iba al barril sin fondo de la corrupción.

El gobierno de Afganistán se desplomó como un castillo de naipes cuando EU anunció que en agosto de 2021 completaría la retirada de las tropas. Así se demostró que lo único que lo mantenía era el ejército de los Estados Unidos. Diez días antes de la toma de Kabul, los Señores de la Guerra, caciques regionales y autoridades locales, rompieron su alianza con Estados Unidos y entregaron en su totalidad el poder de las ciudades, localidades y regiones a los talibanes, sin que los soldados del ejército afgano opusieran ninguna resistencia. En otras palabras, el  gran cáncer de corrupción del gobierno y del ejército afgano impidieron una resistencia real.

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Por lo tanto, cuando entraron los talibanes a Kabul no encontraron oposición, no hubo combates ni acciones  militares del ejército afgano, ya que lo único que les interesaba a la mayoría de los comandantes era llevarse fuera del territorio afgano las gigantescas cantidades de dinero robadas y no les importó dejar inerme a la población, especialmente a mujeres y niñas, ante las previsibles violaciones de derechos humanos que se impondrían.

Consecuencias

Las repercusiones son extremadamente graves para el pueblo de Afganistán, ya que a partir de ahora va vivir en un régimen teocrático. El fundamentalismo islámico reprime las libertades básicas, castiga de forma despiadada a los disidentes y se enorgullece de oprimir a las mujeres. Además, ya se ha iniciado una  represión contra decenas de miles de afganos, especialmente profesionistas, médicos, maestros, hombres y mujeres,  que intentaron construir un país libre de fanatismos religiosos y respetuoso de los derechos humanos.

El mundo ha sido testigo de imágenes desgarradoras del aeropuerto de Kabul de miles personas tratando de salir de ahí. Más de cien mil lo lograron, pero muchos más no pudieron trasladarse al extranjero. Y para numerosos países hoy es evidente que tendrán que hacerle frente a las consecuencias profundamente desestabilizadoras de esta enorme crisis, que representa la existencia de decenas de miles de refugiados de Afganistán.

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Por otra parte es importante destacar que Rusia y China pretenden cubrir el vacío que deja EU con la derrota sufrida en Afganistán. Estas potencias emergentes, con gobiernos profundamente autoritarios, buscan ampliar sus áreas de influencia y adueñarse de los recursos naturales, especialmente mineros de Afganistán. Desde finales de julio y principios de agosto del año en curso, al percibir estos países la previsible caída del gobierno afgano controlado por Estados Unidos, establecieron una interlocución con los líderes de los talibanes y les dieron su respaldo como si fueran ya un gobierno en funciones. De esta forma, la toma  del poder por los talibanes  la vieron como un medio para eliminar en esa zona de Asia la influencia de Estados Unidos, Francia, Alemania y Reino Unido y crear un gobierno talibán que permita la apertura económica para multinacionales chinas y rusas permitiéndoles realizar jugosos negocios.

Conclusión: el mundo cambió y desde 2001, analistas y expertos independientes  de universidades y centros de estudios afirmaron que esta guerra no la podía ganar EU y sus aliados de la OTAN. Sólo que fueron necesarios veinte años para que los gobiernos de éstos países se dieran cuenta. Hoy deben asumir las consecuencias de su derrota.

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Brenda Calderón Ovando es Antropóloga, periodista, especialista en comunicación y derecho parlamentario*

Las opiniones expresadas son sólo responsabilidad de sus autores y son completamente independientes de la postura y la línea editorial de Forbes México.

 

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